TERRITORIO NEGRO

La huida hacia ninguna parte de Jean Claude Romand

Nos asomamos hoy al pasado en este Territorio Negro vintage. A un pasado no muy lejano: en 1993, un hombre asesinaba a sus padres, a su mujer, a sus dos hijos y a su perro e intentaba suicidarse en un pequeño pueblo de Francia. La historia que había detrás de este crimen es la que vamos a contar hoy, la historia de un impostor que mantuvo sus mentiras durante casi dos décadas y que inspiró una crónica novelada apasionante de Emmanuel Carrère, ‘El adversario’, y varias películas, entre ellas La Vida de Nadie, protagonizada por José Coronado.

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Madrid |

Esta película española, es del año 2002, dirigida por Eduard Cortés y protagonizada, además de por Coronado, por Adriana Ozores y Marta Etura. En ella se cuenta la historia de un hombre que hace creer a toda su familia y entorno que trabaja en el Banco de España, cuando en realidad pasa los días paseando por los parques. Una historia calcada de la del protagonista del espacio de hoy, Jean Claude Romand, que, por cierto, ¿puede estar a las puertas de la libertad, pese a haber sido condenado a cadena perpetua?

Sí, en Francia, al igual que en España, la prisión perpetua es revisable. Romand lleva 25 años en la cárcel, desde que en 1993, los bomberos le salvasen la vida. Había ingerido una gran cantidad de barbitúricos y prendido fuego a su casa, tras asesinar a toda su familia, como contaremos más adelante. Desde el año 2015 tenía derecho a solicitar la libertad condicional, pero ahora, cuando Romand tiene 64 años, los informes de psiquiatras y educadores dicen que su libertad no sería un problema. Si la petición de Romand prospera, podría salir a la calle muy pronto. Incluso, según una emisora francesa, ha contactado con las personas que le darían trabajo para reiniciar su vida. De momento, el Tribunal de Apelación decidió la semana pasada aplazar su decisión. Bien, a la espera de ese fallo del tribunal, contemos quién es Jean Claude Romand.

Jean Claude nació el 11 de febrero de 1954 en Lons Le Saunier, una pequeña población francesa de unos 6.000 habitantes, muy cerca de la frontera con Suiza y cuna de Rouget de Lisle, el autor de La Marsellesa, el himno nacional galo. Hijo único, su padre era un agente forestal y su madre estaba aquejada de una enfermedad crónica que nunca se supo cuál era, lo que le hizo interesarse muy pronto por todo lo referente a la salud. Era un estudiante muy aplicado, aunque fue un niño y un adolescente introvertido y solitario, con muy pocos amigos y poco dotado para los deportes. Al acabar el instituto y gracias a las buenas calificaciones que tuvo, decidió estudiar Medicina. Aprobó todas las asignaturas de primero sin problemas, pero a partir de ahí la vida de Jean Claude Romand dio un giro que mantendría durante dos décadas.

¿Qué le pasó a este aplicado estudiante de Medicina para que acabase convertido en un monstruo?

Según él, la mañana del examen final de Fisiología no escuchó el despertador y no pudo presentar a esa prueba, que era eliminatoria, es decir, que debía superar para proseguir la carrera. Casi coincidiendo con este episodio, su entonces pareja, Florence Cloret, decidió dejarle y Romand se sumió en un estado depresivo: se encerró en una habitación del campus, dejó de acudir a las clases, se dedicó a leer periódicos y a ver la televisión. Su dieta estabas compuesta exclusivamente de comida basura, lo que le llevó a engordar veinte kilos.

Romand abandonó para siempre sus estudios de Medicina y nunca terminó la carrera, pero hizo algo aún más difícil, si cabe. Entre 1975 y 1986 siguió matriculado en segundo curso de Medicina. Presentaba falsos certificados médicos que afirmaban que padecía un linfoma, y con ellos justificaba su no asistencia a las clases y a los exámenes y consiguió recuperar a su novia, Florence. Durante esos once años, Romand acudía a la universidad, pero no entraba en clase. Cambió sus horarios para no coincidir con gente que le pudiese reconocer y descubrirle. Además, estudiaba en libros las asignaturas de la carrera para poder conversar con sus compañeros e incluso ayudar a Floence en algunas de las materias de Farmacia, la carrera que ella estudiaba.

Así que la vida de Romand empieza a ser una gigantesca mentira desde segundo de carrera, una mentira que duró hasta que se desencadenó la tragedia y que está jalonada de hitos increíbles. Jean Claude y Florence se casaron en 1984, cuando él se supone que estaba a punto de acabar la carrera. En 1985 nació su primer hijo, una niña llamada Caroline y dos años después, Antoine, su segundo hijo. Entre los dos nacimientos, Jean Claude anunció a sus amigos, familiares y a todo su entorno que había conseguido una prestigiosa beca para trabajar en Ginebra, en la sede de la Organización Mundial de la Salud, la OMS. El matrimonio residía en Prevessin Moens, una localidad situada a doce kilómetros de Ginebra, así que todo eran ventajas.

Pero Jean Cladude Romand nunca fue empleado de la OMS, pese a que mantuvo esta mentira durante muchos años. Romand, en lugar de ir a su supuesto puesto de trabajo, pasaba el día deambulando por carreteras y bares, paseando por los bosques cercanos a Ginebra, durmiendo en el coche, leyendo folletos de las campañas y las jornadas científicas de la OMS…

Se colaba en el edificio como visitante y se llevaba todo el material que pudiese con membretes de la OMS. Incluso leía libros que trataban sobre asuntos que se abordasen en la OMS para tener de qué hablar y se compraba mapas de las ciudades que supuestamente visitaba en sus viajes de trabajo para contar todas las cosas que había visto en esos lugares. Cuando decía que viajaba, se encerraba en la habitación de un hotel cercano al aeropuerto de Ginebra a estudiar los mapas y las guías turísticas de sus supuestos destinos.

En casa daba pocos detalles de su trabajo porque decía que estaba inmerso en investigaciones científicas muy reservadas. Aseguraba que viajaba por todo el mundo dando conferencias y que su prestigio no paraba de crecer dentro de la Organización Mundial de la Salud. Dijo estar especializado en el tratamiento de la esclerosis arterial. Incluso, con el nacimiento de su segundo hijo, hizo llegar a su casa unos cuantos regalos procedentes, supuestamente, de sus jefes de la OMS. Eso sí, a casa nunca acudían compañeros de trabajo de Jean Claude porque, según decía, su esposo era muy reservado. Incluso ella bromeaba diciendo que un día se enteraría de que su marido era espía.

Le contó a su mujer que no había forma de contactar con él, porque nunca permanecía en el mismo lugar y en esa época no había teléfonos móviles. Así que se compró un mensáfono e ideó un código para que su esposa contactase con él: debía mandar un número del 1 al 9 según la urgencia de la llamada. Él respondía a esas llamadas desde las cabinas de teléfonos de las zonas en las que se encontrase ese día. A sus padres les envió una postal de la sede de la OMS con una cruz que supuestamente señalaba la ubicación de su despacho y un domingo que sus hijos se empeñaron en ver la oficina de papá, él los llevó hasta el aparcamiento de la OMS y señaló la que dijo era la ventana de su despacho.

En este punto, me surge una pregunta que supongo que también le surgirá a todos los oyentes: ¿de qué vivían Romand y su familia si realmente él no trabajaba?

En un principio vivía del dinero que le daban sus padres con regularidad y del que sacaba de sus cuentas corrientes, de las que tenía poderes. Más adelante, ideó un par de modalidades de estafa que le sirvieron para financiar su vida y su mentira. Para la primera se valió de su falsa condición de funcionario de la OMS, asegurando a sus familiares, vecinos y amigos que podía colocarles su dinero en bancos suizos en condiciones muy ventajosas. Sus padres, sus tíos, sus suegros… Todos ellos confiaron sus ahorros a Jean Claude sin exigirle un solo papel. Con este dinero, financiaba el alto tren de su vida de su familia, que incluía colegios privados, viajes y un lujoso BMW. Así obtuvo más de dos millones de francos. Cuando todo parecía que se iba a desmoronar, Romand tuvo un enorme golpe de suerte o al menos eso se pensó…

El padre de Florence, su mujer, le pidió parte del dinero que le había dejado para invertir y ese mismo día, se cayó por la escalera y murió. Nunca se demostró ni siquiera se sospechó de que la mano de Romand estuviese tras la muerte de su suegro, pero lo cierto es que le benefició. No solo porque no tuvo que devolver el dinero que le había dado su suegro, sino porque su suegra, al quedarse sola, vendió la casa para mudarse a una más pequeña y le dio a su yerno el dinero que obtuvo por la venta para que se lo invirtiese.

La segunda modalidad de estafa consistía en que Romand vendía medicamentos oncológicos que supuestamente estaban en fase de experimentación. Decía que se trataba de pastillas elaboradas con células madre a partir de embriones. La realidad es que no eran más que placebos que él vendía a precio de oro: 15.000 euros la pastilla. Pero, naturalmente, nadie dudaba del prestigioso doctor Romand, hasta que una mujer se cruzó en su camino y empezó a derrumbar su edificio de embustes y mitomanía.

Corinne, la mujer de un conocido de Jean Claiude, por la que Romand se sintió muy atraído. Ella en un primer momento le dio calabazas y el falso médico cayó en un estado de depresión similar al que tuvo en su segundo año de carrera. Finalmente, Corinne inició un romance con él, pero también fue víctima de su estafa, al darle dinero para que se lo invirtiese. Sin embargo, Corinne se dio cuenta pronto del engaño y le reclamó su dinero. Además, en esos mismos días su mujer empezó a sospechar que algo no cuadraba. El 9 de enero de 1993, todo se vino abajo.

Es el día en el que Romand se convierte en un asesino múltiple, en un hombre presa de una furia homicida casi sin límites… Ese día, el falso médico debió sentir que los cimientos de sus mentiras se resquebrajaban tras dieciocho años. Por la mañana, sorprendió en la habitación conyugal a su esposa, Florence, a la que mató a golpes con un rodillo de cocina. Inmediatamente, armado con un rifle del calibre 22 con silenciador, asesinó a sus dos hijos, Antoine, de cinco años, y Caroline, de siete. Después, Romand salió a comprar los periódicos y pasó la tarde en casa viendo la televisión.

A la mañana siguiente, se levantó y se dirigió a casa de sus padres, en Clairvaux les Lac. Tras comer con ellos, mató a tiros con el mismo rifle al matrimonio formado por Aimé y a Anne Marie y a su perro, un labrador. Después, se subió a su coche en dirección a París, donde había quedado con la que estaba destinada a ser la sexta víctima de su furia homicida.

Esa sexta víctima era Corinne, su amante, que logra salvar la vida. La engañó diciendo que iban a cenar con un amigo, en las cercanías del bosque de Fontainebleau. Cuando iban de camino, fingió perderse y paró el coche en un lugar apartado. Allí trató de matar a Corrinne, rociándola con gas lacrimógeno y luego estrangulándola, pero los ruegos de la mujer calaron en el ya quíntuple asesino, así que la dejó en casa diciéndole que padecía una grave enfermedad y haciéndole prometer que no contaría nada a nadie.

Nunca dijo por qué tuvo piedad con Corinne y seguramente ella se libró porque no llevaba el rifle con el que mató al resto de su familia -lo había dejado en el armero de casa de sus padres– y matar con las manos es bastante más duro… Tras regresar a casa, roció de gasolina las camas de sus hijos y de su mujer, se puso un pijama e ingirió decenas de barbitúricos. Prendió fuego a la casa, pero el destino o la suerte o algo le jugó una mala pasada. Las llamas se empezaron a hacer visibles justo cuando un camión de la basura pasaba junto a su casa, así que los bomberos llegaron a tiempo para salvarle la vida, aunque permaneció varios días entre la vida y la muerte. Además, los barbitúricos que había ingerido llevaban caducados más de diez años y no surtieron el efecto que buscaba Romand.

Tras despertar del coma, intentó negar los hechos y habló de que un tipo vestido de negro había entrado en su casa y matado a su familia. Cuando reconoció sus crímenes, dijo que estaba condenado a vivir día y noche y en su coche, la policía encontró una escueta nota que decía: “un accidente banal y una injusticia pueden provocar la locura. Lo siento”. Al final del juicio, en el turno de palabra que la ley francesa, como la española, concede al acusado, dijo solo que quería pedir perdón y que aceptaba el juicio y el castigo.

Empezábamos con la película ‘La vida de nadie’ y queremos acabar con el libro de Emmanuel Carrère . Es, probablemente, una de las mejores crónicas de un crimen escritas nunca, a la altura de ‘A sangre fría’. En menos de 200 páginas, el autor francés relata perfectamente la vida, los embustes y los crímenes de Romand, con quien se cruzó varias cartas para escribir el libro y a cuyo juicio asistió. Es un libro muy recomendable para todos los aficionados a los territorios negros.