TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: La novia del violador. Una fuga desde Cantabria a Senegal

Vamos a contar en este territorio negro la historia de dos crímenes terribles, un amor que parece incondicional y una fuga. Es historia de un hombre condenado por dos violaciones y un asesinato, Guillermo Fernández Bueno, y de su pareja, Elena Ruiz, una mujer inquieta y solidaria que acudía a la cárcel de Santander a escuchar y acompañar a los presos y que allí se enamoró de él. Ambos forman una pareja sólida desde hace años y ambos se fugaron juntos el pasado mes de julio. Llegaron en la furgoneta de la mujer hasta la frontera de Senegal con Gambia. En aquel país africano espera ahora el hombre su extradición a España.

ondacero.es

Madrid | 18.09.2018 17:16

El último capítulo, el más conocido, de esta historia, arranca el 22 de julio pasado. En la cárcel de El Dueso, muy cerquita de Santoña, en Cantabria, están esperando el regreso de los presos que han disfrutado de permiso ese fin de semana. Y hay uno que no llega, o que llega tarde. No es un preso cualquiera, al menos por su historial

Es un preso veterano y también un duro. Un tipo alto y fuerte. Se llama Guillermo Fernández Bueno y aunque solo tiene 41 años, llevaba ya 17 años en la cárcel. Cumple una condena de 36 años de prisión, pero con la ley vigente cuando fue detenido, en el año 2001, las dos condenas se refunden en una, de forma que de 36 años tendría que cumplir 25 años de cárcel; es decir, le quedan unos ocho años de talego.

Este hombre cumplía condena por tres delitos horribles. Dos violaciones y un asesinato, todos cometidos en la ciudad de Vitoria

Sí. Fernández Bueno llegó a Vitoria en el año 2000, cuando tenía 23 años. Allí se ganaba la vida como paleta, trabajando en la construcción. El 12 de noviembre de 2000, poco después de empezar a vivir allí, entra en una panadería que tiene la persiana entreabierta y está vacía. Se cuela en el obrador, donde él sabe que está una mujer sola, una empleada. La sentencia consideró probado que Fernández Bueno la golpeó y la violó. Luego, la encerró en el cuarto de baño, la amenazó con vengarse si hablaba con la policía y salió huyendo.

Y apenas un mes después de cometer esa primera agresión sexual, este hombre ataca a otra mujer, esta vez, la empleada de limpieza de un bar llamado Acua, también en Vitoria.

La primera víctima había denunciado la violación, que se estaba investigando. Y Fernández Bueno solía acudir con cierta frecuencia al bar Acua. Allí buscó su segunda víctima el 12 de diciembre de 2000. Utilizó un método parecido al de la panadería. Entró en el local cuando estaba vacío, saltó al otro lado del mostrador, llegó hasta la cocina, donde estaba la empleada, sola. Esta vez fue aún más violento. La golpeó con una botella en la cabeza, la mujer se cae, desmayada. Entonces la desnudó de cintura para abajo y la violó por detrás, sujetando, así lo dice el sumario, con tal fuerza el mentón y la cabeza de su víctima que llega a asfixiarla. Todo indica que lo hacía para que la mujer no pudiera girarse y ver quién la estaba violando. Luego, trató de cortarle el cuello con una espátula y una sierra.

Y este hombre, entonces un joven de 23 años, acaba siendo detenido, juzgado y condenad. La policía logró pruebas definitivas contra Guillermo Fernández Bueno muy poco tiempo después de su segunda violación. Por ejemplo, había siete huellas de una zapatilla de deporte suya en el local del asesinato. En el mostrador de ese bar Acua también se encontraron huellas dactilares de Fernández Bueno que estaban mezcladas con sangre de la víctima y, por último, había sangre de la mujer en la cazadora de Guillermo.

Él primero confesó que la había matado porque había tomado drogas y alcohol y eso le había hecho perder el control; luego cambió de versión y dijo que la policía le había obligado a comerse los crímenes. Al final, fue condenado. Y ya entonces los peritos psicólogos advirtieron de un rasgo inquietante en su comportamiento. Tras matar a la empleada del bar Acua, del que él era cliente, siguió yendo al local como si nada hasta que fue detenido. En los informes que se le hicieron entonces se advirtieron en Fernández Bueno rasgos de psicópata.

Y este hombre entra en la cárcel. Y allí va a encontrar el amor, o al menos a una mujer que se enamora de él, a pesar de sus terribles delitos. Fernández Bueno empieza a cumplir condena. Como de muchos violadores, hasta el año 2009 no consta que haya protagonizado ningún incidente grave en prisión. Este tipo de delincuentes suelen ser discretos en la cárcel. Eso sí, tampoco recibía visitas de prácticamente nadie.

Para aliviar y ofrecer ayuda a ese tipo de presos, rechazados por casi toda la sociedad, hay varias ONG y también varias iglesias o confesiones religiosas. Entre ellas, la católica, que tiene un servicio llamado Pastoral Penitenciaria, que tiene voluntarios y educadores, también sacerdotes, pero no todos lo son, que van a las prisiones a dar charlas y apoyo a los presos. A ese servicio se había apuntado como voluntaria en el año 2005, una joven de Torrelavega llamada Elena Ruiz Sancho. Una chica inquieta, solidaria, de look un poco hippie, que acude a la antigua cárcel provincial de Santander y allí escucha y conoce la vida y las historias terribles de varios presos.

Y en esa prisión conoce esta mujer, Elena, esta voluntaria, al preso Fernández Bueno, en el año 2009. Llevaba ya ocho años encarcelado cuando conoce a Elena. Los hechos demuestran que ella se enamoró de él y parece que él también de ella. Ella, Elena, deja la Pastoral Penitenciaria, es decir, deja de visitar y ayudar a otros presos en el año 2010, muy poco después de conocer y enamorarse de este violador. Y lo cierto es que Fernández Bueno rompe también desde entonces con la historia de violador y psicópata (su personalidad es sádico agresiva, según los forenses). Da pasos que no son sencillos. Por ejemplo, hace un módulo de enfermería, hace terapias psicológicas para aprender a controlar los impulsos y, sobre todo, realiza una terapia para agresores sexuales, algo que la mayoría de los violadores rechazan hacer, mucho más hace años, cuando estos programas empezaron.

Esos cursos, nosotros asistimos a uno en prisión, no son sencillos, jefa. Primero, son voluntarios, se apunta quién quiere. Y el que se apunta está reconociendo su delito, que es un violador, que es un agresor sexual; algo que la inmensa mayoría no hacen, siempre echan la culpa a las mujeres, las drogas, el alcohol…

Además, las terapias para violadores incluyen momentos complicados para los que participan en ellas. Por ejemplo, escribir una carta a la víctima pidiendo perdón, otro ejercicio suele consistir en escribir una redacción tratando de ponerse en el lugar de su víctima, si fueran violados y no violadores, o pensando que violaran a su madre o su hermana… No es fácil y no produce ningún beneficio penitenciario. Los presos que se apuntan a esos cursos para agresores sexuales no tienen más permisos en principio que los que se niegan (la mayoría, insisto).

En el caso de Fernández Bueno, solo empezó a disfrutar de permisos en 2012, cuando llevaba más de once años preso. Generalmente, se puede acceder a permisos si hay evolución favorable, como parecía este caso, y se ha cumplido una cuarta parte de la condena. Los psicólogos y los miembros de la junta de prisión de El Dueso sabían de su relación con Elena. Tanto, que supieron que ambos se habían casado en el año 2012, un dato que, en principio avalaba la reinserción social de Fernández Bueno y que permitía a la pareja tener vis a vis, encuentros íntimos, en prisión, además de durante los permisos de salida del hombre, que empezó a disfrutarlos, hasta 39 veces antes de fugarse.

Y llegamos a este verano. Fernández Bueno lleva 17 años en la cárcel y seis años casado con Elena. El 17 de julio le dan otro permiso de cuatro días en la prisión. Tiene que volver el día 22. Pero no vuelve.

Los funcionarios y los psicólogos de prisiones piensan hasta el final que volverá, que llegará aunque sea tarde. Que no se va a arriesgar a perderlo todo. Pero se equivocan. Comprueban su celda y ven que está demasiado limpia y demasiado vacía. El día 22 avisan de la fuga a la policía nacional. Fernández Bueno tiene cinco días de ventaja sobre las autoridades.

Hemos comentado que este asesino y violador casi no tiene amigos, no recibe visitas en prisión. Solo de su pareja, Elena. Que es la primera a la que busca la policía cuando investiga la fuga. Y los agentes van a sospechar muy pronto que Elena acompaña en la fuga a su pareja. No contesta al teléfono y cuando acuden a su casa, en Torrelavega, la mujer ya no está allí. Varios testimonios les dejan claro que Elena había estado cargando cosas, incluidas bicicletas plegables, acompañada por su pareja, en una furgoneta, una Volkswagen de color blanco con cortinas que había acondicionado como caravana para pasar días en el monte o la playa.

Tampoco está allí la segunda cosa que más quiere en el mundo Elena: su perro de color negro, del que nunca se despega. Su madre no vive y su padre, un jubilado, se casó con una mujer paraguaya y se fue a vivir a ese país, donde sigue.

Los policías averiguan también que Elena había vendido algunas cosas como piezas de artesanía oriental. Que meses atrás, al menos desde mayo, ella había dejado de pagar el recibo de la luz y el teléfono y que incluso se había dado de baja y ya no pagaba la cuota de trabajadora autónoma (se ganaba la vida vendiendo esas pulseras y otros objetos de inspiración oriental en mercadillos de Cantabria); es decir, que había estado acumulando todo el dinero posible para irse. Las empleadas de una peluquería a la que acudía con frecuencia contarían después que les dijo que se iba de viaje y que se despidió de ellas, diciendo que iba a conocer mundo, que no sabía qué países iba a visitar, ni cuándo volvería a casa.

Y aquí empieza la búsqueda por África de esta pareja, porque Elena viaja con un hombre, eso sí, un hombre del que su pasaporte dice que no es Fernández Bueno, su marido. Se dicta una orden de búsqueda y captura internacional contra Fernández Bueno, que viaja con el pasaporte falso, de otra persona muy parecida a él, lo que avala que la fuga fue preparada con algunos meses de antelación.

La policía española comprueba las salidas del país y encuentra a la mujer, Elena, tomando el ferry de Algeciras hacia Tánger el mismo día que inició el permiso su pareja, el 17 de julio. Repasan el listado de pasajeros de ese barco pero ahí no figura Fernández Bueno. Pero sí aparece otro vecino de Torrelavega. Y además se parece físicamente a Fernández Bueno. Los policías contactan con él: está en su pueblo, no se ha movido de Cantabria. Eso sí, cuando le piden que vaya a por su pasaporte, les anuncia que le ha desaparecido y que ya no está en la furgoneta, donde lo llevaba.

Entonces, los agentes piden ayuda al CNI y a los servicios de inteligencia marroquíes. Posteriormente, a los agentes del ECI de Mauritania, equipos conjuntos con policías españoles destinados allí para frenar la inmigración desde la crisis de la llegada de los cayucos desde ese país a Canarias. Descubren que la pareja había pasado cinco días en Marruecos. La mujer al parecer pidió ayuda a alguna ONG local que ella conocía, pero no obtuvo su apoyo, de forma que los dos salen hacia Mauritania. Y continúan rumbo al sur, hacia Senegal.

Policías españoles se desplazan hasta el paso fronterizo más lógico, junto a la costa, esperando detenerles a su llegada a Senegal; pero Elena y su compañero (que ya viaja siempre oculto en la parte de atrás de la furgoneta y no vuelve a identificarse en ninguna frontera) deciden evitar la ruta más lógica, más transitada, y viajan por el interior de Mauritania. Así logran entrar en Senegal por un paso fronterizo menos concurrido y donde no estaba la policía española.

Logran entrar en Senegal, lo cruzan casi de norte a sur y cuando salen de ese país van a ser detenidos, el 31 de julio cuando trataban de cruzar ya hacia Gambia, en el paso fronterizo de Karang. Conducía la furgoneta Elena, con su perro al lado, y su pareja estaba oculta en la parte de atrás, en una especie de zulo que había dentro.

Lo que nos cuentan es que ambos se dan un abrazo delante de los policías senegaleses que los detienen en la frontera. Fernández Bueno fue encarcelado allí, y allí sigue a la espera de la extradición a España, a la que no se ha opuesto. Elena, por su parte, explicó a empleados del Consulado español que no se atrevía a regresar sola por carretera, conduciendo la furgoneta y con su perro. Fue alojada en un hostal allí, en Senegal, con ayuda del personal español, y sus planes eran regresar a España, con su perro y su furgoneta caravana, por avión y en un contenedor de un barco respectivamente.

Respecto al móvil de su fuga, solo lo pueden decir ellos dos. Hay un dato digamos carcelario. Desde 2014, Fernández Bueno venía pidiendo el tercer grado, es decir, una mejoría en su calificación en la cárcel, que le haría posible ir solo a dormir a prisión, pasar los fines de semana fuera, es decir, convivir con su mujer diariamente entre otras cosas. Se lo rechazaron siempre. Seguía en segundo grado.

Y consecuencias, pues no demasiadas, pese al follón que han organizado. Fernández Bueno ha cometido un delito de quebrantamiento de condena, volverá a prisión a cumplir los ocho años que le quedaban pendientes y se añadirán seis meses o un año más por la fuga. Eso sí, no disfrutará de permisos de salida durante un tiempo. Es una pena muy leve, fugarse sale barato si no cometes delitos durante la fuga; esto es un problema grave, por ejemplo en casos de maltratadores que incumplen la pena de no acercarse a su víctima, sale muy barato.

En cuanto a Elena, no va a ser condenada a nada al ser esposa del fugado y no poder ser procesada por ese motivo. Ella cumplió la palabra que le había dado a su pareja: “Por ti yo iría al fin del mundo”. Literalmente.