Empezamos por lo que ya en Francia reconocen como un enorme agujero de seguridad. Abdelhamid Abaaoud, el organizador del 13N, se paseó por media Europa sin que nadie le detectara cuando era uno de los terroristas más buscados del mundo... ¿Cómo es posible?
No es fácil dar una respuesta a eso, vamos a ello… Abaaoud llevaba más de dos años siendo objetivo prioritario para los servicios de inteligencia europeos, especialmente franceses y belgas. Bélgica le condenó hace unos meses a 20 años de prisión por reclutar y trasladar a candidatos a mujahidines a Siria, entre ellos a su hermano Younes, al que llevó a territorio controlado por Daesh cuando tenía solo 13 años. Abaaoud estuvo detrás de varios atentados frustrados cometidos en Europa: desde el asalto a un tren Amsterdam-París que fue frustrado por unos militares americanos, al intento de asesinar policías en la ciudad belga de Viviers.
Tras los atentados del viernes 13, los servicios secretos de Marruecos comunicaron a Francia que Abdelhamid Abaaoud estaba en su país. Lo sabían porque habían detenido a su hermano Yassine y este facilitó información sobre el paradero de Abdelhamid. Las autoridades francesas pensaron entonces que Abu Omar el belga, como era conocido en el mundo yihadista, había sido el organizador de los atentados, pero que lo había preparado todo desde su escondite en Raqqa, la capital del Daesh, donde se le ubicaba desde el año 2013.
Pero estaba en París y participó directamente como un terrorista más en los atentados. Se cree que pasó, al menos, por tres países europeos, Grecia, Bélgica y Alemania, antes de llegar a Francia. Y se sabe que participó en los atentados porque una cámara del metro de París le grabó en la estación situado junto al lugar donde uno de los comandos –el que ametralló varios restaurantes– dejó un coche. Además, en ese vehículo había unos Kalashnikov que tenían las huellas del jefe terrorista. Al parecer, había cambiado su aspecto, que había occidentalizado. Para llegar hasta París se valió de las redes de ayuda yihadistas, que le fueron acogiendo de un país a otro y, con seguridad, proporcionándole documentación falsa con la que pudiese atravesar los controles.
Cuesta reconocerlo, pero en la práctica totalidad de los países europeos existen esas siniestras redes de ayuda. Un yihadista que vaya a Siria o Irak o que regrese de allí o que simplemente tenga que huir, sabe perfectamente dónde acudir, quién le puede ayudar en cada país. Estas redes tienen un centro neurálgico desde principios de este siglo: Bélgica. Por ejemplo, varios de los huidos tras la explosión del 3 de abril de 2004 en la que murieron la mayor parte de los implicados en el 11M, pasaron por Bélgica, donde permanecieron escondidos un tiempo hasta que pudieron dar el salto a Turquía y de allí a Irak. Esas redes proporcionan techo, comida, dinero, pasaportes, teléfonos móviles y, lo más importante, no preguntan.
Bélgica, con un 6% de población musulmana, ha mirado para otro lado durante muchos años en todo lo referente al terrorismo, a cualquier clase de terrorismo. Estos días está viviendo en estado de sitio por la amenaza de un atentado inminente. Pero hace no demasiados años, ETA compraba sus arsenales de armas sin que nadie pareciese enterarse allí. Algo similar ha pasado con el terrorismo islamista, que también se aprovisiona de armas y munición en lo que algunos incluso han calificado como estado fallido. Como nos decía un experto, “cuando alguien sale de Siria y llega a Bélgica es como en el parchís… Están en casa”.
El marroquí Amer Azizi, conocido como Otham el Andalusí, había combatido en Bosnia y Afganistán a finales del siglo pasado. En torno a él se formó la célula que después atentaría el 11 de marzo de 2004. A él le rendían pleitesía y alababan sus hazañas bélicas en las zonas de conflicto. Estudiosos tan acreditados como el profesor Fernando Reinares le han dado a Azizi el papel de inspirador y organizador de los atentados de Madrid. El era ya entonces un retornado.
Abaaoud fue también un retornado. Había llenado las redes de vídeos y de imágenes suyas grabadas en Siria. Hay un vídeo en el que él se ríe a la cámara señalando el contenido del remolque que arrastra su coche: una docena de cadáveres que va a arrojar a una fosa. Y eso, aunque nos parezca increíble, hace ganar galones en el mundo del fundamentalismo y, además, recluta adeptos y más combatientes para la causa. Un marroquí salido de Alicante en 2014 y detenido en Polonia en 2015 cuando regresaba de Siria, contó que conoció a Abaaoud en su estancia con Daesh y ya le habló de atentar en salas de conciertos.
Los hermanos Brahim y Salah Abdeslam –éste aún sigue huido– parecen un buen ejemplo de radicalización exprés, algo típico en los terroristas de nuevo cuño. Procedentes del semillero de yihadistas que es el barrio de Bruselas de Molenbeek, hasta hace poco bebían cerveza y fumaban hachís. Eran pequeños delincuentes, que tenían un bar, que vendieron antes de los atentados para dejar dinero a su familia.
Entre los cinco identificados que participaron en el 13N hay varios retornados más: Ismael Omar Mostefai, Samy Amimour y un tercer terrorista aún no identificado llevaron a cabo la acción más audaz y más sangrienta, el asalto a la sala Bataclan. Los dos han estado en las filas de Daesh, lo que explica la frialdad y eficacia con la que ejecutaron a 89 personas. Al menos otro de los ejecutores del 13N, Bilal Hadfim, también estuvo en Siria.
Hay que hablar de lo difícil que es conseguir que Europa se mueva, rápido y de forma conjunta. Después de los atentados de Madrid, en 2004, se decidió crear un registro común de pasajeros, una especie de fichero compartido, al estilo del que tienen los Estados Unidos, donde consten todos los sospechosos de ser yihadistas, de forma que se sepa al instante si se mueven en avión. Tras los atentados de París, once años después de aquello, el ministro del Interior español ha pedido que ese registro… se agilice
En cuanto a París, si esto hubiese pasado en España no queremos ni pensar lo que habrían dicho los conspiranoicos, pero la realidad es tozuda: Mostefai estaba fichado desde 2010 como radical; Amimour estaba en busca y captura desde 2013… Los Abdeslam estaban fichados como radicales… Pero es que Francia tiene a 4.000 personas catalogadas como radicales peligrosos. Y poco puede hacerse para controlarlos: solo un policía para cada uno de ellos en tres turnos supondría dedicar más de 10.000 agentes, algo absolutamente imposible. Nos guste o no, Europa tiene que convivir con esa amenaza, con el Daesh en casa, como nos decía hace unos días un experto antiterrorista.
El Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO) ha hecho un recuento minucioso: desde España se han unido a Daesh 133 yihadistas. Unos 30 de ellos han muerto en Siria o Irak. Consta que hay 25 retornados, de los cuales diez están en prisión y tres más salieron de España. Quedan doce yihadistas que son vigilados diariamente por CNI, Policía y Guardia Civil.
Son los, según cuenta Interviú, conocidos como FF, diez hombres y dos mujeres catalogados como muy peligrosos… FF son las siglas de foreign fighters (combatientes extranjeros, en inglés). Son personas que han jurado fidelidad a Daesh, que han estado en zonas de conflicto y que tienen un enorme ascendente militar e ideológico. Son lo que siempre se ha llamado dinamizadores. Policía, Guardia Civil y CNI se reparten estos doce FF, que son vigilados a diario y semanalmente se ponen en común las investigaciones de cada cuerpo en el CITCO y se decide qué hacer con ellos, qué medidas adoptar.
En la lista de FF ha estado gente conocida, como Lahcen Ikassrien, un ceutí que fue detenido en 2002 en Afganistán, acusado de combatir en el bando de los talibanes. En 2005, el Gobierno español logró su puesta en libertad y Lahcen dio charlas en nombre de Amnistía Internacional y acudió a Salvados, el programa de Jordi Évole, para hablar de las torturas que sufrió en Guantánamo.
Ahora está en la cárcel y se enfrenta a diez años de condena, porque dirigía, según las pesquisas de la Comisaría General de Información, la Brigada Al Andalus, un grupo yihadista dedicado a enviar mujahidines a Irak y Siria que fue desarticulado por la Policía el pasado año. Y de esa redada escapó uno de los hombres que más preocupa a los servicios de información, Ismail Afalah.
El 3 de abril de 2004, Ismail tenía 15 años. Su hermano Mohamed huyó de España ese día, el de la explosión del piso de Leganés en el que murió gran parte de la célula que cometió los atentados del 11-M. Recuerdo que cuando fuimos al piso de la familia Afalah, días después, muy cerca por cierto de donde se suicidaron siete de los terroristas de Madrid, nos abrió la puerta una joven y un chaval con una bicicleta pasó por detrás suyo. Era Ismail. Once años después, a Mohamed Afalah se le da por muerto combatiendo en Irak, pero su hermano, aquel adolescente, ha seguido sus pasos y se cree que puede estar en Siria o que ha regresado desde allí, lo que preocupa aún más a los servicios de información.
En el reportaje de Interviú se habla también de dos mujeres que están en esa lista secreta de FF. Y, tras lo visto en Francia, parece que hay motivos para pensar que las mujeres son ya en el mundo yihadista algo más que esclavas sexuales de los mujahidines…. O vientres para la yihad como las llamab Bin Laden. Sí, así es. Ya hubo mujeres activas en la yihad en otras zonas del mundo: Palestina, Chechenia, Líbano… En 2005, una conversa belga se inmoló en Irak y últimamente ISIS tiene bastante empeño en reclutar mujeres. Incluso ha creado en la zona controlada por Daesh una brigada llamada Al Khansaa, formada solo por mujeres, que en un principio solo se dedican a vigilar el cumplimiento del rigorismo religioso y de costumbres impuesto por Isis. Aunque abren la puerta a cometer atentados, según dejaron claro en un manifiesto, en varios supuestos: “si el enemigo ataca tu país y no hay hombres suficientes para protegerlo o si los imanes lanzan una fatua autorizándolo, como en Irak o Chechenia”.
Se tiene constancia de la salida de tres mujeres españolas hacia territorio Daesh: Asia Ahmed Mohamed, la esposa del sanguinario Kokito de Castillejos; Lubna Mohamed, una profesora de Ceuta, y Tomasa Pérez, una malagueña, madre de seis hijos y esposa de un terrorista que cumple condena en España. No parece que ninguna de ellas tenga un perfil como para hacerse volar por los aires, pero fijémonos en la mujer que murió en el piso donde se escondía el comando de París: se había declarado lesbiana, bebía alcohol y tenía antecedentes por tráfico de drogas.