Empecemos por explicar por qué la policía se está volcando de esta forma en esta cacería. España y Madrid, en concreto, ha sido escenario de la actuación de varios delincuentes sexuales en serie. Recordamos, por ejemplo, al violador de Pirámides, condenado a más de 500 años de prisión por más de 30 violaciones. Lo que hace especialmente temible y preocupante a este tipo es la edad de sus víctimas, son niñas de entre cinco y nueve años, y el horror al que las somete, del que nos vas a permitir que no demos muchos detalles. El secuestrador las agrede sexualmente tras narcotizarlas, como explicaremos después. Y las deja con heridas terribles. Para que os hagáis una idea, la última de sus víctimas pasó tres semanas recuperándose en el hospital.
El nombre de la operación hace referencia a las zonas de caza que prefiere este depredador: las tiendas de chucherías que pueblan todos los barrios de España. Candy es golosina en inglés. La operación empezó en el mes de abril, después de que el secuestrador se llevase a la que entonces pensaba que era su primera víctima, una niña de nueve años. Ocurrió en la calle Cidamón, en un pequeño parque, la tarde del pasado 10 de abril. La pequeña estaba con una amigas, junto a una tienda de chuches, y el secuestrador la llamó por su nombre. Le dijo que le iba a probar unos vestidos nuevos, que su madre ya lo sabía. Su madre estaba cerca y ni se enteró de lo ocurrido: no vio el coche, no vio a su hija y no vio al secuestrador. Solo las amigas de la cría pudieron aportar una descripción del sujeto. Todas las alertas se activaron en pocos minutos, pero la pequeña no fue hallada hasta cuatro horas después. Su raptor la había dejado junto a una boca de metro de la estación de Canillejas. El reconocimiento médico y forense al que fue sometida la niña reveló muchos datos inquietantes y que llevó a la policía a la conclusión de que estaban ante un refinado y cruel depredador. A la pequeña la habían sedado nada más secuestrarla, según ella misma contó. Además, su captor y agresor se había preocupado de que no quedase un solo rastro de él: la había duchado antes de dejarla en la estación de metro. Esos dos detalles y el hecho de que, según contó la pequeña, la habían trasladado a un piso, hizo a la policía pensar que no estaban ante alguien que improvise, sino ante un monstruo que planificaba de manera milimétrica sus delitos. Es lo que nuestra amiga y criminóloga de cabecera Beatriz de Vicente llama un cazador trampero: observa a sus víctimas, las vigila, incluso conoce sus nombres y les pone un cebo –los vestidos nuevos– para atraparlas.
Tras este hecho, hace ya más de tres meses, nace la operación Candy. Los agentes del SAF de la Brigada de Policía Judicial se dan cuenta de la peligrosidad del sujeto y tienen la absoluta seguridad de que va a volver a actuar, así que mientras tratan de obtener el máximo de información de la víctima, como contaremos luego, se pone en marcha un dispositivo preventivo.
Policías de uniforme y de paisano patrullan la zona observando a cualquier sospechoso, recabando información, rastreando a las personas con antecedentes por delitos sexuales que frecuenten el barrio… Y en medio de este dispositivo, el pasado 17 de junio, el tipo volvió a actuar.
Se trata de alguien audaz, con la suficiente confianza en sí mismo para volver a atacar en una zona próxima. Esta vez fue en la calle Luis Ruiz y se llevó a una niña de seis años de origen chino. La pequeña estaba en la puerta de la tienda de alimentación que regenta su padre. Cinco horas después, la niña fue encontrada en la calle Jazmín, a unos siete kilómetros del lugar donde fue capturada. Tenía aun el pelo mojado, síntomas de haber sido narcotizada y heridas terribles a consecuencia de la agresión sexual que había sufrido. Este fue su segundo o tercer delito, aunque sólo hayamos mencionado dos:
Uno de los trabajos de los investigadores es buscar en los archivos casos parecidos y en ese rastreo, la policía encontró el secuestro de una niña de 7 años, de raza negra y origen dominicano, ocurrido en septiembre en el mismo barrio, en este caso en la confluencia de las calles Alcalá y Hermanos García Noblejas.
En este caso, el pederasta actuó de manera distinta, porque no trasladó a la pequeña a ninguna vivienda, sino que la agredió sexualmente en su propio vehículo. Pero el tipo de agresión y la manera de capturarla hacen pensar a la policía, que están ante el mismo delincuente.
Las tres víctimas no pudieron dar mucha información a la policía. El primer hecho, el de la niña dominicana, ocurrió hace diez meses, lo que ha hecho a la niña –afortunadamente para ella– borrarlo de su memoria y en el momento de la denuncia apenas aportó datos sobre la descripción física del autor, aunque sí dio uno del coche que ha sido muy útil a la policía, como contaremos después.
La última de las víctimas, la niña china, no es capaz ni de hablar con sus padres, así que los agentes del SAF han podido obtener muy poca o, más bien, ninguna información de ella, que sigue en estado de shock. La cría española sí que está siendo un filón para la policía, que está haciendo un trabajo impagable con ella.
Los encargados de la investigación nos hablan maravillas de un subinspector y una subinspectora que se han convertido en cómplices, en colegas de la pequeña. Y así han podido obtener datos claves de él: se trata de un tipo de unos 40 años, con algunas canas, de estatura alta… Pero también, los agentes han obtenido de la pequeña información sobre el coche y hasta sobre la casa a la que fue trasladada. La niña dijo que cuando su secuestrador la metió en el coche no le abrió la puerta, sino que abatió un asiento, algo en lo que coincide con la cría dominicana. Pero es que, además, durante el viaje, la pequeña vio algo muy característico, que solo está en un par de modelos de coches, así que la policía ha podido reducir el círculo de búsqueda a… 78.000 coches, que están comprobando, créenos, uno por uno.
Pensemos que esta víctima tiene nueve años, pero es pequeñita de tamaño, así que la policía piensa que el secuestrador pensaba que era aún más joven, porque el resto de sus víctimas sí son dos o tres años menores. Pero esta cría describió a la policía el portal y la casa a la que la llevó.
La niña describió un piso como en obras o en mudanza, lo que hace pensar a la policía que no están ante la primera vivienda del pederasta. La niña y los policías que trabajan con ella han hecho un esfuerzo enorme para obtener información que servirá para detener y, en su momento, condenar a este monstruo. Y eso que la pequeña estaba bajo los efectos del narcótico que le suministró el secuestrador y que le hizo confundir alguna cosa.
A las niñas les da lorazepam, es decir, el orfidal que tan tristemente célebre hicieron los padres de Asunta Basterra. Y la policía cree que lo mezcla con algún otro fármaco que aún no ha podido ser determinado. Las niñas tienen confusiones temporales: la policía estuvo buscando varias semanas un párking de superficie con un gálibo porque así lo describió una de las niñas, hasta que se dieron cuenta de que la pequeña hablaba de la entrada del hospital al que fue trasladada.
Como podemos ver en algunas series, hablamos del perfil criminal. Los profilers, como se llama a esa figura en inglés, existen no solo en el FBI. La policía estrenó hace poco su Unidad de Análisis de Conducta (UAC), que está trabajando en el caso. Los investigadores del SAF también están haciendo su propio perfil con los datos que han ido recabando y, además, los responsables de la investigación se han entrevistado con psiquiatras acostumbrados a trabajar con delincuentes sexuales en prisión.
Buscan a un hombre de entre 30 y 40 años, que se mueve en un coche de dos puertas. Seguramente tenga algún antecedente por un delito sexual menor. Que conoce el barrio en el que opera, pero que posiblemente ahora no vive allí. De buen aspecto y apariencia, de buenos modales. Y que probablemente vive con su familia. Incluso puede estar casado y tener sus propios hijos. El tipo no devuelve a las niñas al cabo de cuatro o cinco horas porque se cansa de ellas o por piedad. La policía cree que tiene que regresar a su casa, a su otra vida. Además, el hecho de que las deje en lugares visibles, para que sean encontradas, hace pensar a los investigadores que quiere tranquilizar su conciencia, dejarlas “sanas y salvas”, aunque las haya sometido a los peores horrores.
La policía hace todo por detenerle, se están revisando todas las cámaras de seguridad de la zona, incluidas las que llevan los autobuses municipales. Incluso se ha pedido a los vecinos que aporten las fotografías o los vídeos que grabaron en los días de los delitos a ver si aparece alguna imagen delatora.
Se están revisando los 78.000 coches que te comentábamos antes, se están revisando las personas que han sido tratadas por la zona con lorazepam y se están buscando a los tipos con antecedentes por delitos sexuales menores, porque todo parece indicar que estamos ante alguien que protagoniza una escalada criminal: A la primera de sus víctimas no la llevó a casa; a la segunda la llevó a un piso y la agredió más que a la anterior y la última de sus víctimas es la que ha tenido lesiones más graves. La policía cree que este secuestrador ha podido ser arrestado antes, por ejemplo, por consumir pornografía infantil, por exhibicionismo o por unos tocamientos. La policía busco los primeros pasos de este criminal para dar con él. La investigación la lleva el SAF, dedicado a la caza de delincuentes sexuales y que tiene una brillante trayectoria. El SAF depende de la Brigada de Policía Judicial de Madrid, al mando de un veterano comisario al que conocemos bien y que no va a parar hasta que den con este depredador. El equipo investigador trabaja incluso en un edificio distinto al resto de sus compañeros, permanece completamente aislado para poder trabajar con tranquilidad y sin intoxicaciones. Pero además hay un centenar de policías destinados al dispositivo preventivo y a analizar informaciones.