Han pasado cuatro años desde que hablamos de Noelia de Mingo por última vez. Son los cuatro años que han pasado desde que la justicia decidió poner fin a su internamiento en un centro psiquiátrico y la dejó en libertad, tras catorce años ingresada. La semana pasada, la doctora de Mingo volvió a ser noticia: apuñaló a dos vecinas de su pueblo, El Molar, al norte de Madrid, provocándoles graves lesiones.
Noelia en el Max Coop de su pueblo. Había agarrado un cuchillo cebollero de casa, donde vive con su madre. Le metió a una empleada de 46 años (dos heridas en el hemitórax izquierdo) y a la dueña del super, de 53 años (cortes superficiales), que se refugió en la farmacia de enfrente. Salió a la calle, cazada por dos municipales, a los que intentó atacar tímidamente.
Fue detenida y trasladada al cercano puesto de la GC de San Agustín de Guadalix. No quiso declarar y fue trasladada a la planta de psiquiatría del Hospital Infanta Sofía, en SS de los Reyes, donde seguía los controles de su enfermedad desde que salió en libertad. Declaró ante la jueza 2 de Alcobendas por videoconferencia desde el hospital, aunque se negó a declarar. No quiso decir nada, ni siquiera a su abogado. Se negaba a comer y a beber.
Noelia de Mingo pasó 14 años interna
El propio TSJ dijo en una nota –algo inusual– que estaba “orientada y apesadumbrada”. La jueza ordenó su ingreso en prisión, fue trasladada a la unidad de psiquiatría de Madrid 1 (Meco). Allí la valorarán si hay que mandarla a Fontcalent, donde pasó la mayor parte de su internamiento.
Tras 14 años interna, la Sección 16 de la AP de Madrid, a solicitud del JVP de Alicante y con el apoyo del MF sustituyó el internamiento en centro psiquiátrico –fue condenada a 25 años de internamiento– por el tratamiento ambulatorio y la custodia familiar (madre octogenaria, pero en buen estado físico y mental). Todos los informes coincidían: estaba estable, sin episodios de descompensación y era consciente del daño causado y de la enfermedad que padecía. Había pasado permisos de hasta 90 días fuera del centro sin ningún problema. Solo las familias de las víctimas se oponían y es perfectamente comprensible.
Los últimos informes revelaban que no presentaba descompensación psicótica
Mientras estuvo interna, estudió idiomas: inglés, portugués, valenciano. Hizo el camino de Santiago con otros internos y casi desde el inicio de la condena trabajaba en la enfermería de Foncalent, ayudando al equipo médico. Fue una interna ejemplar, consciente de lo que había hecho y de las consecuencias tan graves que podía tener para ella abandonar la medicación.
No se sabe lo que ocurrió y no sabemos si se va a saber. Arturo Osácar Ibarrola, forense del IML de Madrid la vio el 29 de junio de 2021 en el control trimestral que pasaba en esa clínica: “Orientada en tiempo y espacio niega alteraciones sensoperceptivas o ideación delirante. Se aprecia adecuado nivel de conciencia de la enfermedad con correcta adherencia al tratamiento. La informada padece una enfermedad grave de curso crónico de la que en la actualidad no presenta sintomatología psicótica activa”.
El 3 de septiembre la vio el psiquiatra que la atendía en el Hospital Infanta Sofía, Javier Rodríguez Torresano, que hizo un informe algo sorprendente: dice que no presenta descompensación psicótica ni signos que sugieran depresión relevante. Y eso pese a que asegura: “por primera vez en mi consulta informa del gran sufrimiento que viene experimentando desde que cometió los actos por los que fue condenada: “llevo todos estos años sintiendo un rechazo/aislamiento social absoluto”· Pese a ello, el 14 de septiembre, seis días antes de los hechos, se inyectó la última dosis del antpsicótico.