El Sacamantecas, un asesino en serie del siglo XIX
Los asesinos en serie no son cosa de hoy, ni exclusivos del mundo anglosajón. En Territorio Negro, hemos oído en estos casi doce años las historias de criminales seriales españoles, pero ninguna como la de hoy. Vamos a hablar de un asesino en serie que vivió y mató en la España del siglo XIX, cien años antes de que el FBI inventase el término que define a los criminales que matan una y otra vez.
El protagonista de este Territorio Negro vintage, muy vintage, se llamaba Juan Díaz de Garayo, pero ha pasado a la historia con un apodo que forma parte de la cultura popular: el Sacamantecas, un nombre que evoca miedo, terror y horror, un personaje con el que se asustaba a los niños. Pero el Sacamantecas existió y vamos a conocer su historia y sus crímenes.
Juan Díaz de Garayo nació el 16 de octubre de 1821 en Eguilaz, un pequeño pueblo alavés, a unos treinta kilómetros de Vitoria. Sus padres, Nicolás y Norberta, tuvieron otros siete hijos. Los varones se dedicaban a la agricultura y las mujeres servían en las casas de los terratenientes de la zona. Juan también trabajó como pastor, carbonero y criado.
Cuando aún no había cumplido los treinta años, se fue a Vitoria, la capital, porque una amiga le dijo que su hermana, dueña de varias tierras, acababa de enviudar y necesitaba un hombre que le ayudase en las tareas del campo y de la casa y que, pasado el tiempo de luto oficial, podría casarse con ella. Así funcionaban antes las cosas. En 1850, Juan y Antonia Berrosteguieta, apodada La Zurrumbona (el apodo de su marido), contrajeron matrimonio y tuvieron tres hijos: Cándido, Tomás y Josefa. Durante los trece años que duró el matrimonio, Juan, convertido en El Zurrumbón, fue buen padre, buen marido y no cometió delitos, al menos que se conozcan.
Antonia murió de muerte natural en 1863 y meses después, Juan decidió que necesitaba otra esposa porque no podía atender las tareas del campo y a sus tres hijos, aún pequeños, así que se casó con Juana Salazar. El matrimonio fue mal desde el principio, porque la mujer se llevaba muy mal con los hijos de su marido, que acabaron marchándose de casa. Ese suceso parece que fue definitivo en el descenso a los infiernos del hombre, que acabó enviudando en 1870, ya que su mujer falleció de viruela.
Parece que las mujeres fallecieron enfermas. Hay que tener en cuenta que entonces la esperanza de vida era más bien corta. Pero lo cierto es que coincidiendo con su viudez, en 1870, Juan, que entonces tenía 49 años, cometió su primer asesinato.
El 2 de abril de ese año, Juan quiso contratar los servicios de una prostituta llamada Melitona Segura, con la que no se puso de acuerdo en el precio a pagar por sus servicios: ella quería cinco reales y él solo le ofrecía cuatro. La cosa acabó con el hombre estrangulando a Melitona, a la que remató ahogándola en las aguas del río Errekachiqui. Al día siguiente encontraron el cadáver de la prostituta, que estaba casada con un hombre que cumplía pena en prisión. El caso, naturalmente, se archivó en pocas horas.
Este es el primer crimen de quien entonces todavía no era el Sacamantecas. Tardaría en ganarse ese apodo. En 1871, poco después de ese primer asesinato, Juan Díaz se casó por tercera vez, con una mujer llamada Agustina Ruiz de Loizaga, una alcohólica con la que nunca se llevó bien. De hecho, en los cinco años que estuvo casado con ella, que murió en 1876, cometió tres asesinatos más, así que no parece que parara mucho por casa.
Once meses después de su primer crimen, el 12 de marzo de 1871, Juan se encontró con Agueda Abando, una viuda indigente. El hombre le dio un real para que se comprase algo de comida y pasase un rato con él, en principio sin otras intenciones que hacerle compañía, pero cuando se puso cariñoso, ella le exigió más dinero y él la golpeó en la cara y la acabó estrangulando. Por este segundo caso tampoco nadie se interesó y no hubo investigación.
Dos crímenes en una pequeña ciudad, como Vitoria, sin que a nadie le llamase la atención, lo que, dio alas al asesino.
El 21 de agosto de 1872, en el camino que unía Gamarra y Vitoria, Juan Díaz se encontró con “una robusta y agraciada joven, casi una niña, que luego se sabría que tenía trece años”, tal y como escribió textualmente el cronista vitoriano Ricardo Becerro de Bengoa en un folleto titulado “El Sacamantecas, su retrato y sus crímenes, narración escrita con arreglo a todos los datos auténticos” y publicado tras la muerte del asesino. La niña, que era una criada llamada Antonia Berrosteguieta, murió asfixiada y fue víctima de una agresión sexual.
Es después de este tercer asesinato cuando, la gente de Vitoria y de la provincia de Álava se empieza a alarmar. Porque, aunque hablamos del siglo XIX, la noticia de todos esos crímenes se extendería.
Seguimos citando al cronista que ha sido nuestra principal fuente de información, el sucesero de la época Ricaerdo Becerro: “Este crimen causó el espanto y la indignación en Vitoria y en todas las aldeas inmediatas. La opinión pública se inclinó a creer que existían uno o varios criminales misteriosos y el terror empezó a cundir por la comarca y ni los padres ni los esposos permitieron que las mujeres se alejaran de los pueblos sin ir bien acompañadas”. Es decir, que empezó a cundir el pánico, pero ocho días después, Juan Díaz volvió a matar.
No hubo el llamado periodo de enfriamiento, que tienen todos los asesinos en serie. El 29 de agosto de 1872, Juan Díaz se cruzó con una prostituta de 23 años llamada María Campos y apodada La Morena. Se repitió el mismo patrón de conducta que en el primero de sus crímenes: discutieron por el precio de los servicios sexuales y Juan acabó estrangulándola. Cuando la creyó muerta, ella se movió y él le quitó una larga horquilla del pelo y se la clavó en el corazón. La investigación de este crimen llevó a un soldado de Vitoria a la cárcel, acusado del asesinato, aunque finalmente fue puesto en libertad porque no se encontraron pruebas contra él.
En este caso, dejó de matar porque se le torcieron las cosas. Pasó un año hasta que lo intentó de nuevo. Una prostituta se salvó porque sus gritos, cuando estaba a punto de ser estrangulada, alertaron a unos soldados que acudieron en su ayuda. Otra mujer, una indigente algo mayor para su patrón victimal, también logró zafarse de Juan Díaz, que en 1876, con cuatro crímenes y dos tentativas a su espalda, quedó viudo por tercera vez. Aunque duró poco en ese estado, porque en 1877 se casó con Juana Ibisate, una viuda alcohólica mayor que él.
Nadie pudo demostrar que la muerte de su tercera esposa tuviese relación con las muertes de sus mujeres. Y durante dos años, Vitoria no registró ningún crimen, hasta que en enero y en febrero de 1878, se produjeron dos asesinatos especialmente crueles: el de una mujer de 55 años y el de una niña de once, a las que su asesino mató a cuchilladas y destripó. Es entonces cuando nació el nombre del Sacamantecas, aunque lo cierto es que nadie pudo inculpar nunca a Juan Díaz de Garayo de estos dos crímenes y él mismo tampoco los reconoció, cuando sí lo hizo con todos los demás. De hecho, por el asesinato de la niña fue condenado a muerte un hombre de 75 años, que no sabemos si fue lo que ahora se conoce como copycat, alguien que imita los crímenes de otro asesino.
Como pasa hoy, las autoridades tuvieron al asesino en serie a tiro. De hecho, le llegaron a encerrar dos meses en prisión porque el 1 de noviembre de 1878 intentó estrangular a una molinera llama Ángela López, que pudo escapar y avisar a las autoridades, que detuvieron a Juan, le juzgaron y le condenaron a esos 60 días de cárcel, aunque nadie le relacionó con el resto de crímenes sin resolver que había en la provincia. Poco después de salir de prisión, el 25 de agosto de 1879, Díaz de Garayo atacó a una anciana que le había pedido limosna. La mujer se libró de él gracias a una certera patada en la entrepierna y Juan se sintió perseguido y huyó a la provincia de Vizcaya.
Al igual que en la actualidad, los asesinos en serie también van cometiendo errores, se van relajando. Eso parece que es lo que le pasó al Sacamantecas. Eso y que entró en una etapa de furia homicida. El 7 de septiembre de 1879, se encontró en Murguia a una criada llamada Dolores García de Cortázar, de 25 años. Se puso a charlar con ella y en un descuido, la agarró por detrás y la violó mientras la estrangulaba con un pañuelo. La mujer opuso una resistencia feroz y el Sacamantecas la cosió a puñaladas en el pecho y en el abdomen. El problema para el asesino fue que mientras caminaba con su víctima, antes del ataque, tres personas se encontraron con ellos e incluso dos de ellas llegaron a charlar con Juan, así que podía ser fácilmente relacionado con el crimen.
Pero antes de que pudieran dar con él, cometió su último asesinato, justo al día siguiente del anterior. Tras el crimen anduvo vagando por la zona y se encontró con Manuela Audicana, una mujer de 55 años. Enseguida le propuso mantener relaciones sexuales, a lo que ella se negó. Él se abalanzó sobre la mujer y empezó a asfixiarla con su propio delantal. Cuando estaba semiinconsciente, la desnudó y la violó. Acabó apuñalándola con una navaja, con la que le abrió el vientre de arriba abajo, le sacó las tripas y le extrajo un riñón. El hallazgo de estos dos últimos cuerpos se convirtió en noticia en toda España. Varios periódicos del país titularon: “Se busca un sacamantecas”.
Fue una investigación rudimentaria, pero eficaz, como vanos a ver. Los testigos que le vieron paseando con su penúltima víctima dieron una descripción muy precisa de Juan Díaz de Garayo. El relato llegó a los oídos del agente que le había detenido el año anterior por el ataque a la molinera. Fueron a buscarlo a su casa, pero su cuarta mujer contó que no sabía nada de él desde uno de sus ataques frustrados, cuando huyó de Vitoria. Durante dos semanas, los agentes vigilaron las inmediaciones de la casa de Juan, que acudió a su domicilio el 21 de septiembre de 1879 para buscar ropa. Allí fue detenido y trasladado a la prisión de Vitoria.
En principio, negó todas las acusaciones, pero al cabo de las semanas, gracias a las buenas artes del alcaide de la cárcel, que le pedía que se quedase en paz con Dios, fue confesando sus seis asesinatos y cuatro tentativas. Como también vemos en estos tiempos, el asesino se montó una coartada envuelta en enfermedad mental: dijo que veía una sombra negra que era el demonio, que le empujaba a cometer los crímenes.
Supongo que fue condenado y sentenciado a muerte. El juez José Antonio Parada le condenó a morir en el garrote vil por sus dos últimos crímenes, en los que destripó a sus víctimas. Pasó dos años en prisión y allí aprovechó para aprender a leer. Recibía con cierta regularidad las visitas de su mujer, con la que discutía también en prisión, y de su hija, que era criada en Burgos. A esta le confesó que la culpa de sus delitos la tenían las mujeres con las que se había casado tras la muerte de su primera mujer, porque le habían arruinado vendiéndolo todo para comprar vino.
El garrote vil acabó con el Sacamantecas, pero no con su leyenda. Fue ejecutado el 11 de mayo de 1881. Su último día lo pasó fumando y bebiendo café y moscatel. La ejecución fue pública y las crónicas de la época recogen que a ella asistieron unas 10.000 personas, una cifra que parece algo exagerada. Tras acabar con su vida, el cadáver fue expuesto al público y enterrado después en una fosa común, aunque antes se le hizo una autopsia que fue muy famosa en esa época.
A ella asistieron 40 personas, casi todos médicos frenopáticos (así se llamaba entonces a los psiquiatras), muchos de ellos llegados desde Francia, Bélgica, Suiza Era la época de las teorías de Lombroso, que mantenía que los criminales tenían unas características físicas determinadas en sus rostros y en sus cráneos. Lo cierto es que tras esa autopsia, cada especialista llegó a conclusiones distintas; unos definieron su cerebro como el de un asesino y otros dijeron, sencillamente, que Juan Díaz de Garayo era imbécil.