El fiscal, el estado en definitiva, pide para Bretón 40 años de cárcel. Este hombre, al que su esposa había anunciado que iba a divorciarse apenas 20 días antes de los hechos, está acusado de quemar a los niños en una hoguera en la finca familiar de Las Quemadillas. De hecho, las pruebas realizadas por los mejores forenses de España han hallado huesos de niños de esas edades entre los restos de la hoguera. Hemos dedicado aquí varios territorios negros a este tema y esta mañana el padre, el presunto asesino, ha declarado ante el tribunal y el jurado que decidirán sobre su caso…
Parece que la estrategia Bretón es sembrar dudas a todas las pruebas que se han ido consiguiendo, algunas como las de los huesos de la hoguera, después de graves errores. No le queda otra que tratar de escaparse por un defecto de forma, cosa que han conseguido diferentes delincuentes (en su mayor parte económicos o traficantes de droga). Aunque debido a las altísimas temperaturas que alcanzó la hoguera no se ha podido sacar ADN de esos restos, Bretón está perdido si el jurado y el tribunal aceptan que en la hoguera que él reconoció haber hecho se quemaron dos niños de la edad de sus hijos. Vamos a evitar demasiados detalles, pero el fuego –que el padre tapó con una mesa por arriba para darle más calor, llegó a los 1.200 grados y que estuvo azuzando con gasoil que había comprado días antes– estuvo ardiendo casi 40 horas y el humo se detectó a veinte kilómetros.
La idea es que la policía o alguien ha colocado allí huesos de dos niños, no se sabe quiénes, para hundir a Bretón. Y que en esa conspiración participan el forense Etxebarría, uno de los más prestigiosos del mundo, y también Bermúdez de Castro, de los yacimientos de Atapuerca, y otros expertos de la Universidad Complutense…
Pero hoy contaremos la historia de 200 horas, el relato de la guerra psicológica, casi de la partida de ajedrez que mantuvo Bretón con los policías que acudieron, primero, para ayudarle y muy pronto se dieron cuenta de que aquello no olía bien. Vamos a escuchar cómo empezó todo: Con la llamada de José Bretón al teléfono 112 emergencias Andalucía.
Un padre que “pierde” a sus hijos en Córdoba aquel sábado por la tarde. Sin embargo, esa misma tarde, ya los agentes llaman al comisario de la Unidad Central dedicada a resolver secuestros y asesinatos por toda España.
El comisario Serafín Castro dirigía entonces esa unidad. El protocolo de la policía dice que cuando en alguna zona se registre un delito susceptible de ser eso, violento, especialmente desapariciones inquietantes o de alto riesgo, se avise a la Unidad Central. Son los mejores en su campo. Acaban de resolver, por ejemplo, el crimen de los dos holandeses en Murcia, y han encontrado el cadáver de una mujer desaparecida en Lloret de Mar. Así que lo lógico es recurrir a ellos, aunque depende también de la voluntad de los policías de la zona. Por ejemplo, en el caso Marta del Castillo, la policía de Sevilla pensó que tenía todo resuelto y rechazó la ayuda de los expertos de la Unidad Central, que se volvieron a Madrid un tanto rebotados, aunque esa es otra historia.
A lo que íbamos, vamos a contar cómo fue esa llamada. Así nos han dado permiso para hacerlo, tiempo después. Un policía de la Central llama al comisario y le dice que “hay un padre que ha perdido a sus dos hijos en Córdoba y no los encuentra”. El comisario, es sábado por la tarde y está en su casa, le dice: “dime algo más, coño”. Y su agente le anuncia: “hay algo que no cuadra en la historia del padre, jefe”. Con eso basta para que la gente de la UDEV entre en acción y viajen hacia Córdoba, adonde llegan el domingo, unas horas después de la desaparición de los niños.
Pero ese mismo sábado, otros policías, en este caso de Córdoba, habían empezado las investigaciones. Y ellos fueron los primeros en ver algo extraño en el comportamiento del padre. José Bretón insistía en que había perdido a sus hijos en el parque. Primero dijo que subiendo una cuesta se había sentado a descansar en una barra de ejercicios, luego en otra zona. Habló de que había un tumulto de gente, que se despistó… A la hora en que dijo haberlos perdido, hacia las seis y cuarto de la tarde de un día de sol en Córdoba, en el parque había decenas de padres y niños. Pues bien, ni la policía ni todavía hoy su abogado ha encontrado a nadie que diga que vio a Bretón en el parque con sus hijos.
Y además de ese hecho, que ya era insólito, la actitud del padre tampoco era normal. Esa tarde había salido zumbando de casa de los abuelos de los niños hacia la una y media, sin comer y sin comida en el coche. A los abuelos les dijo que tenía una cita con unos amigos, habló de un partido de tenis, de una comida, todo era falso. Al final, tras varias horas de interrogatorios y búsquedas, cerca de las doce de la noche acabó contando dónde había pasado la tarde: en la finca de Las Quemadillas.
Ahora todo indica que este hombre estaba ganando tiempo. No quería que la policía llegara a la finca mientras esa hoguera estuviera aun caliente. Pero la policía llegó con él hasta allí. Al poco de llegar, los policías de Córdoba ven la hoguera y ven que hay huesos, fragmentos muy pequeños, unos doscientos, algunos del tamaño de una uña. Allí está ya un forense, que en un primer momento duda. Desde Madrid va a viajar otra especialista, la doctora Josefina Lamas, que el domingo ya está en Córdoba. Bretón explica que son huesos de bichos, algunos usados por su esposa, licenciada en Veterinaria. También dice que tiró en la hoguera ropa y hasta fotos de su mujer. Y los niños, qué hacían, le preguntan los policías. Bretón responde que estaban dormidos en el coche.
Ocurren dos incidentes más esa noche. La policía deja que a Bretón se le acerque su cuñado, que llega incluso a darle una colleja mientras le grita: ¿dónde están los niños? y les dice a los policías que le peguen si es necesario. Y también deja que esté allí uno de los mejores amigos de Bretón, un ex guardia civil, que le increpa a gritos por sus hijos. Este hombre ha recordado que días antes Bretón le preguntó, justamente, por las cámaras de vídeo y de seguridad que había instaladas en el parque Cruz Conde. Los agentes rescatan a Bretón de esa bronca, buscando ganar su confianza.
Porque los policías creen que esos huesos, esa hoguera, son la clave del asunto. Y que el crimen está muy cerca de resolverse, muy rápido. Lo comentan entre ellos, incluso. La madre de los críos, además, ha denunciado esa noche que su todavía marido la maltrataba psicológicamente. Que le había pedido el divorcio apenas tres semanas antes. Algún policía propone detener ya a Bretón. Pero la forense Lamas, llegada desde Madrid, ya les anuncia, mirando los huesos, que no son de los niños, que hay que seguir buscando. Ese domingo, el comisario Castro decide, por si los huesos de la hoguera no son humanos, colocar a un policía pegado a Bretón durante todo el día, durante toda la semana. Es el policía sombra que luego hará un informe demoledor sobre esas 200 horas de guerra psicológica con el padre de los niños desaparecidos.
El comisario sabe que no puede ser una mujer. Bretón es machista, agresivo, y no conectaría con esa sombra, no se abriría con ella. Elige a un hombre que debe ser tranquilo, porque va a soportar todo tipo de provocaciones del sospechoso, tiene que ser muy observador y muy sensato. Y elige a un veterano policía, cincuentón, más poderoso físicamente que Bretón, casado y con hijos. Desde el domingo 9 de octubre, ese agente de la UDEV no se separa de Bretón salvo para dormir, porque cada noche le lleva a casa de los abuelos de los niños. Siempre se despedía recordándole el teléfono móvil al que podía llamar “si quieres contarme algo” y advirtiéndole: “no hagas gilipolleces”.
Sí, porque la policía ya empieza a saber más sobre Bretón. Les cuentan que intentó suicidarse en 1997, cuando otra novia le dejó. Y que lo hizo en la misma finca de marras. Mientras tanto, otros policías siguen otras pistas de algunas llamadas, siguen interrogando a vecinos que sí estuvieron en el parque Cruz Conde… Otros repasan el recorrido que dijo haber hecho el padre, su teléfono… Y el lunes, estamos ya a 10 de octubre, Bretón y su sombra vuelvn a la finca, donde los policías siguen registrando.Sin éxito.
Bretón no muestra mucho interés. La hoguera ya ha dejado de estar caliente y suponemos que eso le alivia. Se suelta con el policía, le habla muy mal de su mujer, también le cuenta cosas de sus antiguos trabajos, de su misión como militar en Bosnia. El policía le deja hablar y de vez en cuando le pregunta de nuevo por sus hijos. Bretón insiste en que los perdió en el parque, aunque de cuando en cuando se queda callado y mira al suelo. Los policías creen que va a derrotarse, pero segundos después, se rehace y vuelve a su versión oficial de padre desesperado.
Lo más asombroso sucede al día siguiente, el martes, 11 de octubre, tres días después de la desaparición de los niños. Se ha hecho de noche en la finca y los policías piden unas pizzas para cenar allí con el sospechoso. Y esa noche, Bretón muestra su cara más sorprendente.
Está contento, llega a contar chistes en la mesa, tanto que el policía sombra se lo hace ver: tienes ganas de fiesta, eh, porque no tienes una guitarra que si no te ponías a tocar. Bretón responde: “guitarra no, pero música si tengo, ahora, yo no voy a ser el primero en bailar”. Ante el estupor de los policías, entra en la casa y vuelve con un radiocassette, pero luego solo encuentra una cinta, de José Luis Perales, y la quita, porque dice que le recuerda a Ruth. Antes, había contado hasta por dos veces (decimos hasta por dos veces porque su sombra no podía creer lo que oía y le hizo repetirlo delante de otros tres policías) su visita a un prostíbulo muy cercano, llamado PK2, y su encuentro con una joven rumana.
Poco después, casi a las dos de la mañana, ofrece tomarse un vinito y regresa con una botella de vino blanco Antonio Barbadillo. El policía sombra le dice la hora que es y que al día siguiente hay que trabajar y le obliga a dejar la botella en la nevera.
No hay que detenerlo todavía, porque entonces deja de ser el padre angustiado que ayuda a la policía y en 72 horas debe pasar al juez. ¿Qué se hizo? Por ejemplo, cuando se encontraron fotos de los niños en la casa, igual que unos cuadernitos con dibujos y trabajos escolares, se le dejaban encima de una mesa y se hacía pasar a Bretón por allí para que los viera. Lo mismo se hacía en la comisaría de Córdoba, donde se le hacía pasar por sitios donde había fotos de sus hijos.
La guerra psicológica con Bretón debe completarse intentado conseguir pruebas, testimonios de otros sitios que puedan usarse como arma contra él. El miércoles, su sombra comunica a Bretón una de esas armas, una muy mala noticia para él. Una cámara de seguridad cercana al parque le ha grabado conduciendo solo su Opel Zafira tres minutos antes de las seis de la tarde, un rato antes de que, según él, perdiera a sus hijos.
El policía sombra le dice: “mira, deja ya el rollo del parque, porque hay pruebas muy gordas, hay una cámara que te ha visto. Al final no eres tan listo. Las cámaras, los teléfonos móviles, los testigos, ¿cómo puedes haber cometido tantos errores, hombre? Entonces Bretón mira a su sombra y le dice: “es que hay cosas que yo no puedo controlar, hombre”.
Las mismas cámaras sobre las que él había preguntado a su amigo guardia civil, recuerden. Bien, la presión sobre Bretón aumenta. El comisario Castro se acercaba algunas veces a ver a Bretón, al que no se había presentado y que sabía que ese señor mayor de la cazadora marrón era el jefe de la investigación porque le había preguntado a su sombra. El comisario nos contaba como se había sentado junto a Bretón en una silla en el porche y le dijo: “José, esto no te compensa, te vamos a dejar la casa como un colador, te vamos a levantar todos los huertos. Dinos ya donde están los niños y acaba con esto”. Y aquí vino la famosa frase de Bretón: “comprenderá usted que eso yo no se lo puedo decir, ese es mi secreto”, que tanto le molesta y que le hizo incluso desafiar al juez cuando le interrogaba.
Y hubo otros episodios casi al límite durante esas 200 horas, en las que recordemos que el abogado de Bretón estaba en la finca, eso es importante. Hubo algunos más, vamos a contar tres: cuando Bretón se echó a llorar y se abrazó a su policía sombra. ¿Qué hago, qué hago?, le preguntó. El policía le dijo que contara la verdad. Y Bretón volvió a encerrarse. O cuando su sombra, estando fuera de la finca dando un paseo, le propuso que al regresar le dijera dónde estaban. El policía insistió justo al llegar a la puerta, y Bretón respondió “cerca”.
El tercero es más chusco. Como Bretón no quería hablar de sus hijos pero sí de su esposa, de sexo y temas similares, el policía le dijo: “vemos el partido de fútbol en la tele, me dices donde están los niños y nos vamos de putas”. Bretón contestó entonces: “no es un mal plan”. Pero luego volvió al silencio.
Recordemos que otros policías, algunos de los mejores de España, seguían trabajando fuera. Por ejemplo, registraron la casa de los padres de Bretón y encontraron sus notas, en las que decía que “Ruth no existe”, y se definía como “mala persona”. Debajo añadía dudas sobre si debía pagar la pensión a sus hijos, una vez separado y si su esposa podría reclamarla. Los agentes han encontrado también dos recetas de Orfidal y Motivan, dos medicamentos contra la angustia y la depresión, que Bretón había pedido a un psiquiatra que le atendió en su día. Pero no encuentran las pastillas ni las cajas. Bretón les dice que las perdió y que en realidad no las necesitaba.
La policía además comprobó que los tiempos no concordaban, que Bretón no podía haber tardado diez minutos con sus hijos desde el coche hasta el parque, que hizo llamadas de teléfono diciendo que los había perdido en el parque cuando aun no había llegado allí… Y también encontró, esto en la finca, otra nota de Bretón en la que escribía a su madre: “acuérdate de que le diste pan a los niños”. Estaba preparando su coartada.
Claro, la madre había declarado que los niños no habían comido esa tarde, la tarde de la desaparición. Bretón quería pasar por un padre modelo, así que como iba a dejarlos sin comer, dormidos, según decía en un coche durante horas. Por eso escribió esa nota, para que su madre le echara un capote en su historia sobre el último día de los niños.
Total, que esta guerra psicológica acaba el lunes, 17 de octubre de 2011. El comisario y el policía sombra coinciden: Bretón está al límite. Ya no van a sacarle más. Varias veces les ha dicho: detenedme ya. Y los responsables de la investigación no quieren que ocurra nada en las horas en que, recordemos, Bretón duerme en casa de sus padres. El comisario le manda llamar y le dice: “José, se acabó el pasteleo. Estás detenido”. Desde ese momento, Bretón ya no habla con ellos hasta que pasa a disposición del juez, que lo envía a prisión.
Esos policías declararán la semana próxima en el juicio contra Bretón. Bien, pero luego, en noviembre, llega el mazazo del informe de la forense Lamas sobre los huesos de la hoguera. Un error gravísimo, casi irreparable. Y ya veremos cómo declara la forense en el juicio, una vez que ya ha reconocido su error por escrito ante el juez. Recuerdo que estuvimos con algunos de los responsables de la investigación días después de ese informe y no daban crédito, estaban muy tocados, aunque nos decían que seguirían buscando, pero claro, como nos dicen ellos, no era una opinión, nos decían que era ciencia.
Ciencia que se hizo en cuatro folios y buscando huesos de niños en Google. En fin. Si se hubieran hecho las cosas bien, el caso se habría resuelto, fíjense, en un mes. Y Bretón perdería parte de ese aura que le damos los medios de comunicación. Es un tipo listo, pero quienes estuvieron con él esos días nos dicen que es vulgar, gris, que no destaca por nada, que se definía a sí mismo como un cobarde. Aunque sí que es un cínico y un tipo cruel que lo más importante que ha hecho, lo único que le distingue de millones de personas, es haber matado a sus hijos.
Bretón tenía en la finca el gasoil, leña de olivo y tenía también dos cajas de medicamentos para adultos que entre otras cosas sirven para dormir. A las 13.48 ya estaba dentro de la finca con sus hijos y llamó a su mujer, que, harta de su acoso, no le cogió el teléfono. Lo cierto es que cambió el lugar donde solía quemar los rastrojos (los vecinos pueden verlo) y lo colocó de forma que nadie lo viera. Los policías creen y quieren creer que les dio las pastillas a sus hijos, que sí que estuvieron dormidos y luego los echó a la hoguera. No cree que lo hiciera por compasión, sino porque los dos niños lógicamente habrían luchado y gritado, él se habría quemado al menos las manos o los brazos en esa lucha y los vecinos –que han contado que detectaron un fuerte olor a quemado, como de basura– habrían oído algo. Luego, que en las dos bolsas que tiró en dos contenedores distintos iban sus ropas (porque apareció en el parque impecable con su ropa y su bandolera que ya llevaba por la mañana) y las de los niños.
Decís que, salvo que se anule alguna prueba, Bretón lo tiene muy mal. Nosotros pensábamos que no contará lo que ocurrió, pero el comisario Castro nos dice que es posible que lo haga, pasados unos años, si es que es condenado, cuando lleve tiempo en prisión y otros crímenes y otros casos hayan hecho olvidar a sus hijos. El comisario cree que entonces hablará, aunque sea, piensa él, para volver a hacer daño a Ruth, a la madre de los críos, que ha sido, según cree, el móvil que está detrás de este terrible crimen.