Territorio Negro: 25 años sin Virginia y Manuela
El caso Diana Quer ha dejado claro que no todas las desapariciones son iguales. Ni hoy ni antes. Hoy hablamos en este territorio vintage de la desaparición de dos adolescentes de la que se ha cumplido ya 25 años sin que haya una sola pista fiable de su paradero. Ni hoy ni cuando desaparecieron ocuparon grandes espacios en los titulares de la prensa ni en los programas de televisión. Son Virginia y Manuela, dos chicas de 13 y 14 años, cuyo rastro se perdió en Reinosa (Cantabria) en 1992.
Viajamos hasta abril de 1992. Una España boyante se preparaba para los fastos que llegaron ese año: la exposición universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona. En Aguilar de Campoo (Palencia) residen dos adolescentes, Virginia Guerrero y Manuela Torres.
Virginia tiene catorce años y Manuela, trece. Son amigas inseparables, las dos son estudiantes regulares y ese 23 de abril de 1992, Virginia le pidió a su madre dinero para, según dijo, comprarle una tarta a una amiga que celebraba una fiesta de cumpleaños en su pueblo, Aguilar de Campoo (Palencia). Pero no fueron a esa fiesta de cumpleaños. Lo que hicieron fue irse a bailar a una discoteca de Reinosa, en Cantabria, a unos 30 kilómetros de su pueblo. No se sabe cómo llegaron hasta allí, pero sí hay varios testigos que las identificaron en la discoteca Cocos y en una zona de bares de Reinosa. Bien entrada la noche, su rastro se perdió. Hasta hoy.
Virginia y Manuela decidieron regresar a Aguilar de Campoo haciendo autoestop, algo muy frecuente entre los jóvenes españoles en aquel momento hasta que, meses después –en octubre–, tres adolescentes de Alcásser –Toñi, Miriam y Desiré– desaparecieron cuando también hacían autoestop. Una vecina de Aguilar pasó por delante de ellas y las reconoció, pero no puedo recogerlas porque llevaba el coche lleno. Hay algunos testigos que aseguraron entonces que las dos chicas se subieron a un coche blanco frente a la fábrica de galletas Cuétara de Reinosa. Se investigó ese coche blanco, pero las pesquisas no dieron resultado.
Había datos suficientes para, al menos, tener un buen punto de partida, algo por donde empezar. Sí lo había, pero recordemos que era 1992 y las desapariciones no tenían, ni mucho menos, el trato que tienen ahora. En aquella época se repetía en los cuarteles de la Guardia Civil y en las comisarías aquel mantra de que había que esperar 24 o 48 horas para comenzar a buscar a alguien, exactamente lo contrario de lo que ocurre hoy. Cuando las familias de Manuela y Virginia acudieron a la Guardia Civil se encontraron con respuestas del tipo: “ya volverán cuando acaben la juerga” o “se habrán ido por ahí, ya regresarán”. Lo cierto es que hoy, una desaparición como la de esas adolescentes sería considerada de alto riesgo desde el primer momento.
Virginia formaba parte de una familia de cuatro hermanos natural de Aguilar de Canpoo, una localidad de unos 8.000 habitantes que vivía casi en su totalidad de la fábrica de galletas Fontaneda que había allí. Manuela, hija única, llegó al pueblo años antes de su desaparición, procedente de la localidad francesa de Aix en Provence. Su padre, José, era un gitano malagueño que había emigrado a Francia y que trabajaba como vigilante de seguridad en un centro comercial. Su madre, Karima, era natural de París pero procedía de una familia de Aguilar de Campoo, así que cuando la pareja se separó, ella se mudó con su hija, Manuela, a Aguilar de Campoo.
Y en Aguilar, ese pueblo conocido por su fábrica de galletas –hoy cerrada–, Manuela y Virginia se convierten en inseparables. Manuela no fue muy bien aceptada en el colegio, así que Virginia se convirtió pronto en su mejor amiga, en su refugio. Una dormía en casa de la otra con frecuencia. No eran buenas estudiantes, pero tampoco eran especialmente problemáticas, sencillamente adolescentes. Las primeras investigaciones de la Guardia Civil de Palencia descartaron que su desaparición tuviese algo que ver con su vida personal. Manuela era más valiente, más extrovertida, más abierta, mientras que Virginia, seguramente porque su entorno familiar era mucho más convencional, era menos echada para adelante.
¿Y por dónde fueron esas investigaciones que, más de 25 años después, no han llegado a buen puerto? Pensemos, repetimos, que era 1992 y aún no había ocurrido el crimen de Alcásser, que cambió todo, también la forma de investigar estos sucesos. No había cámaras en las carreteras ni en las calles, no había teléfonos móviles y una investigación como esta se hacía a pelo, con las herramientas tradicionales: trabajo de campo, entrevistas a testigos, gestiones en la calle… Y ninguna de esas gestiones dio resultado. El caso entró en vía muerta casi desde el principio.
A Manuela y Virginia se las buscó por muchos sitios, especialmente después de que su caso apareciese en el exitoso programa de Paco Lobatón, ¿Quién sabe dónde? Las familias de Virginia y Manuela aparecieron varias veces en el espacio y las llamadas se multiplicaron. Las chicas habían sido vistas en Cádiz, Madrid, Asturias. Se hicieron gestiones intensas en Málaga, donde el padre de Manuela tenía cierto arraigo, y en Francia, donde vivía cuando desapareció su hija, pero no se encontró nada. Y también, naturalmente, llegaron esas llamadas de bromistas de mal gusto que llamaban a las familias para reírse de ellas diciéndolas que no las iban a volver a ver vivas o simplemente diciendo ‘mamá, mamá’. Y una madre que busca desesperada a su hija se aferra a cualquier cosa…
Sí hubo varios avistamientos a los que la Guardia Civil o la propia familia de Virginia, que participó activamente en la búsqueda, dio credibilidad. Los hermanos de Virginia se desplazaron hasta Asturias para comprobar una llamada que situaba a las chicas allí y, efectivamente, había dos adolescentes fugadas de sus casas, pero no eran Virginia y Manuela. Pensemos que en aquella época no había redes sociales y las familias de las chicas apenas tenían fotografías, así que ni siquiera se pudo hacer una difusión masiva de imágenes.
Qué distinta esta búsqueda de las que hemos vivido recientemente. La investigación prosiguió de manera callada y muy rudimentaria. La Guardia Civil buscó a Manuela y Virginia en clubes de alterne, por si hubiesen sido víctimas de una red de trata de seres humanos. Pero es que ni siquiera existía una base de datos para cotejar el ADN de sus familiares con restos humanos encontrados. Así que en octubre de 1994 se produjo un suceso que incrementó aún más el dolor de las familias. Cuatro personas que paseaban por el pantano de Requejeda, a unos 40 kilómetros de Aguilar de Campoo, encontraron dos cráneos humanos. Y un diario de la zona publicó, sin ninguna base, sin análisis, sin nada, que los restos podían pertenecer a las chicas de Aguilar de Campoo. Lo cierto es que los primeros análisis descartaron esa posibilidad, pero el daño ya estaba hecho. Los cráneos pertenecían a dos mujeres mayores y seguramente procedían de un osario.
¿Y no ha pasado algo parecido recientemente, con el hallazgo de una mandíbula?
El pasado 12 octubre, un paseante encontró una mandíbula humana entre el lodo que había dejado la bajada de las aguas del pantano del Ebro, en La Población de Yuso (Cantabria), a unos 30 kilómetros de Aguilar de Campoo. Los vecinos de la zona dijeron a la Guardia Civil que probablemente, el hueso procedería del cementerio que quedó sepultado bajo las aguas al construirse el pantano, hace unos sesenta años. Pero los primeros análisis hechos a la mandíbula desmintieron este hecho y determinaron que el hueso pertenece a una mujer joven fallecida hace 25 años… Y en la mente de todos volvieron a aparecer Virginia y Manuela.
¿Y será posible determinar algo con una mandíbula que lleva 25 años en el lodo de un embalse? Hemos preguntado a forenses expertos en la materia y coinciden en que probablemente sea posible extraer ADN de esa mandíbula. Aunque no se conservan muelas –la parte del cuerpo que mejor conserva nuestra huella genética–, la mandíbula tiene dientes y es probable que de ahí o del hueso se obtenga ADN porque, además, el lodo ha podido hacer de elemento conservante. Pero, en cualquier caso, habrá que ser prudente. Las familias de las chicas han pedido ya esa prudencia, a la espera de los análisis forenses.
Lógico, porque supongo que en estos años se habrán acumulado los episodios de frustraciones, de falsos positivos… Seguramente el más frustrante llegó en 1997. Un joven okupa fue a la policía para contar que había visto a Virginia y Manuela viviendo en una comunidad punky en Madrid. Aseguraba que Virginia estaba prácticamente igual que en la única foto que se había difundido de ella, pero que Manuela estaba muy cambiada. Dio datos muy precisos: llevaba el pelo muy corto, teñido de azul y con un mechón blanco.
La policía elaboró unos retratos robot con las indicaciones del testigo, que acudió a la policía de buena fe. Los retratos fueron muy rudimentarios, con las herramientas que había hace 20 años, y provocan casi risa. Lo cierto es que la policía localizó a las chicas de las que hablaba el okupa, pero, una vez más, no eran Virginia y Manuela, de las que ya no se volvió a tener una pista. Y de esto hace 20 años.
Los padres de Manuela volvieron a estar juntos y hoy viven en Vélez Málaga y, como la familia de Virginia, siguen esperanzados en volver a ver con vida a las chicas, que hoy serían mujeres de 40 años. Los vecinos de Aguilar de Campoo intentaron ayudar a las familias hace tiempo y recaudaron dinero para sufragar la búsqueda. Donaron un total de 2.500 euros que las familias no tocaron y entregaron al comité de empresa de Fontaneda para tratar de salvar unos cuantos puestos de trabajo. La empresa no se salvó y las chicas siguen sin aparecer. Además, las familias tuvieron que aguantar que se publicase que, al haber entregado ese dinero, las familias renunciaban a buscar a las chicas. Algo que, evidentemente, no era cierto.
Han pasado 25 años de la desaparición de Manuela y Virginia ¿Cómo se encuentra judicialmente esta búsqueda? El juzgado de Cervera de Pisuerga archivó a principios de este siglo el caso de manera provisional. Esto no quiere decir que si hubiese alguna pista nueva y fiable, no se pueda reabrir. Pero recordemos algo importante: si hubiese responsabilidad criminal, un culpable de esta desaparición, no se podría hacer nada contra él porque el caso habría prescrito. En cualquier caso, lo que esperan las familias de Manuela y Virginia y nosotros también es que las dos chicas regresen algún día, ya convertidas en mujeres de 40 años. Y no sería la primera vez que pasa eso. En León, Nayka Méndez regresó a su casa 11 años después de desaparecer un poco después que Virginia y Manuela, en agosto de 1992.
Nayka tenía 16 años cuando desapareció de su casa de Magaz de Arriba. Fue a estudiar a casa de una amiga –le habían quedado varias asignaturas para septiembre– y nunca más se supo nada de ella hasta que la noche de Halloween de 2003, llegó en taxi a su domicilio. Como no había nadie en la casa, esperó en la puerta hasta que llegó su hermana a la que, como puedes imaginar, casi le da algo. Jamás ha explicado, de puertas afuera, qué hizo en esos once años.