El joven profesor de 24 años y miembro del Opus Dei que escribe al Papa y le cuenta los abusos que sufrió de manos de varios sacerdotes cuando él era un crío. El 4 de agosto, Daniel, como se hace llamar la víctima, escribe una carta al Papa Francisco. Ha visto su actitud decidida contra la pederastia en la iglesia, ha hablado con otro amigo y le envía una misiva donde le habla de que varios sacerdotes (él implica a nueve curas y dos seglares), liderados por el padre Román, abusaron de él y de otros menores de edad. Daniel le cuenta al Papa que hizo la catequesis y la comunión en la parroquia de San Juan María de Vianney, en Granada. Allí conoció y comenzó a confiar en “el director”, el padre Román. Su relación fue haciéndose más cercana, se hizo monaguillo y cuando él tenía entre 14 y 17 años –entre 2004 y 2007– esos curas, conocidos en Granada como los Romanones, le convencieron para participar en orgías en las que había masajes, besos en la boca y masturbaciones. Daniel añade al Papa Francisco que otros niños sufrieron lo mismo y que teme que ahora eso siga ocurriendo.
El Papa reacciona casi al momento. Apenas seis días después de que Daniel envíe su carta, ya le llama, de tú a tú, a su teléfono móvil. Y le pide que vaya en busca de ayuda al jefe de la iglesia en Granada, el arzobispo monseñor Martínez.
Y el joven, que sigue siendo muy religioso y muy creyente, hace caso al Papa. Según su relato, que publicamos hoy en interviú, Daniel llama al teléfono del arzobispado a la mañana siguiente, el 11 de agosto. Explica a la secretaria que se trata de un asunto urgente, que el mismo Papa está involucrado y que necesita hablar con el arzobispo. Según Daniel, la secretaria responde que monseñor está de vacaciones –es agosto- y que no podía molestarle.
El caso es que Daniel no se echa para atrás. Consigue el teléfono móvil del arzobispo y empieza a llamarle. Le llama, según su versión, 12 veces en esos días de agosto. Y monseñor Martínez solo lo coge a la decimotercera llamada, el 30 de agosto. Le dijo que ya sabía del asunto (el Vaticano había puesto en marcha ya una investigación canónica sobre la denuncia) y le preguntó cuando se podían ver.
El arzobispo contó en una entrevista con Alfredo Urdaci en 13TV que se reunió con el chico el 30 de agosto, el mismo día que le coge el teléfono por primera vez según Daniel. Los dos, el arzobispo y Daniel, han contado que la reunión fue larga, de más de dos horas y que allí el denunciante se mantuvo en lo que había escrito al Papa. Al día siguiente, Daniel se iba a Navarra, donde empezaba a trabajar como profesor.
Pero la investigación del Vaticano ya está en marcha. La Congregación para la Doctrina de la Fe nombra como jueces instructores de las pesquisas, una especie de detectives, a dos jueces eclesiásticos de la Diócesis de Valencia. No se elige a nadie de Granada para evitar contaminaciones. Los dos instructores canónicos fijan una cita con Daniel y le interrogan el 9 de octubre.
Lo que nos cuentan es que basándose en la carta enviada al Vaticano por Daniel, los dos investigadores trajeron un cuestionario con entre 40 y 50 preguntas para ver si la víctima era creíble. Algunas preguntas muy duras, muy de detalle sobre los abusos que este chico dice haber sufrido.
Daniel superó bien el interrogatorio. A la altura de la pregunta número 15, nos cuentan, los dos investigadores dejan de interrogarle. Le dan credibilidad y así lo harán constar en sus informes al Vaticano, que luego llegarán a conocimiento del arzobispo de Granada.
Eso ocurre el 9 de octubre, recuerden. Los sacerdotes del clan de los Romanones siguen ejerciendo ajenos a una investigación secreta. Aquí hay dos versiones sobre lo que ocurre entonces, dos matices más bien, pero el diablo va a estar en los matices. La investigación apunta que los abusos pudieron ocurrir, de forma que se propone suspender a divinis a los sacerdotes implicados. Daniel explica que él pidió al arzobispo que no suspendiera de momento a los curas porque él había denunciado el caso el 14 de octubre ante el fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. Si el arzobispo sancionaba a los Romanones, ellos sabrían que había una investigación terrenal contra ellos y podrían, insistía Daniel, eliminar pruebas o desaparecer.
Daniel cuenta que monseñor Martínez le dijo: “hijo, eso ya no está en tus manos ni en las mías, está en manos de la Virgen”. Lo cierto es que al día siguiente de que el joven fuera a denunciar el caso, el arzobispo comunicó a los tres sacerdotes, los padres Román, Francisco y Manuel esa suspensión a divinis.
El arzobispo, y aquí entran los matices, aseguró en una entrevista en ABC que el aviso de Daniel pidiéndole prudencia le llegó en un correo el 17 de octubre, dos días después de la decisión. Y asegura que cumplió todos los protocolos establecidos por el Vaticano para estos casos de abusos sexuales o pederastia.
Estamos a mediados de octubre y el arzobispo ha comunicado la sanción a los tres sacerdotes y, con eso, les ha comunicado también que hay un denunciante contra ellos y una investigación por abusos sexuales.
La justicia humana actúa. El fiscal García Calderón ordena abrir diligencias “ipso facto” ante la gravedad de la denuncia de Daniel. La policía se entrevista durante cinco horas con el joven el pasado 11 de noviembre. Daniel amplía lo que contó en la carta del Papa. Habla incluso de penetraciones y actos sexuales carnales contra él. Habla de 15 o 16 menores que pueden haber sido víctimas. Uno de ellos, citado como testigo, acaba admitiendo que también sufrió abusos de los Romanones.
Y el pasado lunes, la policía detiene a esos tres sacerdotes y a un antiguo monaguillo suyo, hoy profesor de religión. También registra el chalé de Pinos Genil, llamado Las Cumbres, donde supuestamente tenían lugar los abusos.
Los cuatro acusados están imputados, en libertad, acusados de delitos contra la libertad sexual. El padre Román, el líder del grupo, pagó además una fianza de 10.000 euros para recuperar la libertad. La policía, nos contaban, no ha terminado de analizar los objetos, las sábanas ni el ordenador que se llevaron de la casa, pero no tienen demasiadas esperanzas. “Si había pruebas, han tenido tiempo de destruirlas”.
En ese periodo ocurre también algo extraño. Los sacerdotes de los Romanones, una vez ya suspendidos a divinis por la investigación del Vaticano, y una vez que les ha comunicado su sanción el arzobispo, acuden a la Guardia Civil y denuncian que alguien ha entrado en el chalé, el mismo que registraría semanas después de la policía, el chalé de los presuntos abusos y las presuntas orgías: alguien, dicen, ha entrado y se ha llevado un ordenador y otras cosas de menor interés.
Pero se ha hablado también mucho de los Romanones. El padre Román se ordenó sacerdote en el año 78 del siglo pasado. Su padre era médico, murió en accidente de tráfico y le dejó muchas tierras en herencia. Román estuvo destinado como cura en pueblos de las Alpujarras durante los años ochenta. Se acercó al movimiento de los Focolares, una corriente que promueve la fraternidad, la vida en común. En 1986 fue trasladado a Granada y allí conoció al padre Campos, también acusado en este tema.
Tenía dinero de familia pero hoy tienen 19 propiedades, incluidos un chalet y un dúplex junto a la playa de Salobreña. En Órgiva, donde dos de los acusados fueron párrocos, aun se discute la millonaria herencia en pisos y propiedades (valorada en unos tres millones de euros) que les dejó la boticaria, María del Rosario.
El caso es que tenían una visión progresista, casi avanzada del sexo, avanzada dentro de lo que es habitual en la iglesia. Hemos encontrado un post que escribió en su blog el padre Campos, uno de los acusados, en el año 2010, cuando el gobierno de Zapatero llegó a recomendar el cibersexo como método para evitar embarazos no deseados. En fin, ese es otro tema. Vamos a leer la respuesta que escribió entonces a aquella ocurrencia uno de los Romanones, acusado ahora de abusos sexuales: “La realidad compleja y misteriosa de la sexualidad envuelve todo nuestro ser, conecta con nuestros instintos más básicos: supervivencia, protección, dominio, placer… Expresa de mil maneras nuestra necesidad de comunicación y unión con los demás… El ministerio plantea una sexualidad evasiva, reduccionista y engañosa…”
El arzobispo de Granada se arrodilló y pidió perdón en la catedral. No sé si va a ser suficiente para el Papa, que ha provocado ya la salida de otro arzobispo español, monseñor Ureña, de Zaragoza. El arzobispo de Granada se postró varios minutos ante el altar mayor, sí, antes de la eucaristía de hace ocho días. No pidió perdón por el caso concreto de los Romanones, sino por los escándalos. Y habló de erradicar el mal, en genérico. En cuanto al ya arzobispo dimisionario de Zaragoza, Monseñor Ureña, anunció que dejaba el cargo el 12 de noviembre por, dijo entonces, “motivos de salud”.
Pero aquí también hay otra sórdida historia detrás. Y también la mano limpiadora del Papa Francisco. Todo empieza con las quejas que hace llegar al arzobispo de Zaragoza un joven diácono, un joven que quiere ser sacerdote y se está preparando para ello, llamado Daniel Peruga. Daniel ya era monaguillo con seis años en Monzón, su pueblo de Huesca, y tenía una enorme vocación. Fue diácono y acabó viviendo y aprendiendo bajo el mando del párroco de Épila, una localidad cercana a Zaragoza, Mosén Miguel Ángel Barco.
Este joven aspirante a sacerdote vive y trabaja en la casa parroquial de Épila y acude al arzobispo de Zaragoza en busca de ayuda. Daniel asegura al arzobispo y a varias personas más que hace tiempo que nota que falta ropa interior de los cajones de su cuarto, que la ropa aparece cambiada de sitio… Y que una noche, cenando con su párroco, mosén Miguel Ángel, comienza a sentirse mal. Lo siguiente que recuerda, insistimos es su versión, es que el párroco le toca y se masturba. Daniel cree que le echaron algún tipo de droga porque aunque ve lo que pasa, no puede defenderse.
Y el arzobispo de Zaragoza le escucha y también escucha al párroco de Épila, el supuesto acosado. Miguel Ángel Barco lo niega todo, asegura que quien es tocón, como su familia, es Daniel. Ha denunciado por calumnias a Daniel y su abogado ha dicho que el joven “fue apartado por tener una inclinación homosexual y una patología psiquiátrica”. No ha explicado que patología es. El arzobispo cree al sacerdote en un primer momento, aunque le aparta el pasado fin de semana, y traslada a Daniel a otra parroquia, esta vez en Zaragoza. Allí aparecen pintadas con insultos para el joven diácono, a quien llaman pederasta. Daniel acude a la policía y denuncia lo de las pintadas.
Este es un caso aun más oscuro que el de Granada, porque la víctima no acudió a la justicia civil. La solución que encuentra el arzobispo es apartarlo de la iglesia. Ya nunca cumplirá su sueño de ser sacerdote. Eso sí, este mes de noviembre, le da dinero (60.000 euros, parece), para que pueda rehacer su vida, estudiar una carrera y buscar un lugar donde vivir al menos un par de años. Ese dinero, y esto es importante, se le paga a Daniel de forma, cuanto menos, curiosa y clandestina. El arzobispo no consulta ni informa al ecónomo de la archidiócesis, el encargado de las cuentas.
Pero este joven quiere ser sacerdote y tampoco se resigna a ser apartado Lo que nosotros hemos sabido es que Daniel asegura que comentó el caso a otros sacerdotes, incluido el miembro de un tribunal eclesiástico y hasta el propio Elías Yanes, arzobispo emérito de Zaragoza y ex presidente de la Conferencia Episcopal. Yanes sí escucha al joven diácono y el caso acaba llegando a oídos del Papa Francisco, en el Vaticano. El día 12 de noviembre, el arzobispo anuncia su dimisión por motivos de salud.