Manu Marlasca y Luis Rendueles estrenan temporada hablándonos de un caso ocurrido en Motril (Granada). Un accidente que escondía un terrible asesinato, un caso de violencia machista.
Vayamos en primer lugar al principio de todo, a ese siniestro de tráfico con una víctima mortal, una mujer, que viajaba de copiloto.
El pasado 6 de mayo, en torno a las veinte horas, el servicio de Emergencias 112 Andalucía recibía el avisó de varios conductores que se habían topado con un accidente: un coche se había salido de la calzada en la carretera A-44, a la altura de la localidad granadina de Villamena, y se había precipitado a un terraplén de unos tres metros de altura, en una zona llena de matorrales. Según algunos de los comunicantes, una mujer estaba herida grave y necesitaba ayuda urgente. Cuando los servicios sanitarios llegaron hasta el lugar del siniestro, solo pudieron certificar el fallecimiento de la mujer, que viajaba de copiloto junto a su marido, que presentaba heridas leves y se mostraba muy afectado por lo ocurrido. Según le contó a los sanitarios, él mismo, tras el impacto, había intentado reanimar a su esposa, que había muerto entre sus brazos.
El hombre le cuenta entonces a los agentes que se personan en el lugar del siniestro que él y su esposa regresaban a su domicilio, en Playa Granada, Motril, cuando un obstáculo se cruzó repentinamente en la trayectoria del coche, él tuvo que dar un volantazo y no pudo evitar que el vehículo se precipitase por el terraplén de tres metros de altura en el que estaba cuando llegaron los servicios de emergencia. No dio muchas más explicaciones que esa y, como es normal, tampoco los agentes personados allí le pidieron más. Sobre todo, porque el conductor se identificó rápidamente como guardia civil, adscrito a la Agrupación de Tráfico de Málaga.
Es decir, el conductor accidentado era compañero de los agentes que lo atendieron.
José Manuel Jiménez Palomo, al que todos llamaban Manolo, tenía cuarenta y un años. De joven trabajó en el sector de la construcción, pero opositó para ingresar en la Guardia Civil y lo logró. Hizo las prácticas en Salobreña y actualmente era cabo primero de la Agrupación de Tráfico de Málaga, aunque residía con su esposa y sus dos hijas de doce y quince años en Playa Granada, en Motril, donde él y su esposa eran muy conocidos. A diario, Manolo se desplazaba hasta Málaga para prestar servicio en el destacamento de Tráfico.
¿Quién era la esposa, la víctima mortal de ese accidente?
Se llamaba Encarnación Muñoz Cardona, tenía treinta y nueve años y era de una familia asentada en Motril desde hace varias generaciones y donde su madre regenta una tienda de ropa. Encarni era la mayor de cuatro hermanos y conoció a Manolo, su marido, cuando ambos eran casi adolescentes. Llevaban veinte años juntos. Ella había trabajado desde muy joven en el sector de la seguridad, concretamente en el dedicado a las alarmas. Tenía un negocio de este tipo en Motril.
El accidente ocurrió a las ocho de la tarde y poco después, docenas de familiares y amigos se volcaron con Manolo, que se acababa de quedar viudo con dos hijas menores a su cargo. Once horas después del siniestro, a las siete de la mañana del día siguiente, el guardia civil anunció a su familia que iba a regresar a su casa de Playa Granada para recoger ropa de sus hijas porque, según dijo, no quería que en una temporada volviesen al domicilio familiar. Mientras, el resto de los familiares y allegados de la pareja comenzaban a preparar el entierro de la mujer. Pero Manolo no fue a por ropa, sino a quitarse la vida con su arma reglamentaria. A las ocho de la mañana, justo doce horas después de la muerte de Encarni, su marido se descerrajaba un tiro en la cabeza.
Doce horas después de que su mujer muriese en un accidente, él se suicida.
Motril se sumió en un riguroso luto ante una tragedia con esos tintes: pareja conocida y querida en el pueblo, con dos hijas menores, arraigados allí desde hace generaciones… Las familias decidieron aplazar el entierro de Encarni para poder dar sepultura a la pareja al mismo tiempo y en espacios contiguos. Las dos hijas del matrimonio recibieron la noticia de que en doce horas habían perdido a su padre y a su madre con la ayuda de varios psicólogos. La alcaldesa de Motril se mostró consternado y así lo dijo en público y en privado.
La alcaldesa e imagino que absolutamente todo el pueblo.
No, no todo el pueblo. Había un pequeño grupo de hombres y mujeres que no estaban tan consternados.
¿Cómo? ¿Quiénes eran esos hombres y mujeres y por qué no compartían el dolor de todo Motril por esas dos muertes?
Eran los agentes de la Guardia Civil de Tráfico que acudieron el lugar del siniestro y sus compañeros del equipo de Policía Judicial, a los que avisaron tras echar un primer vistazo al accidente en el que había muerto Encarni. De hecho, la Guardia Civil no envió a ningún representante al funeral de Manuel, a pesar de ser agente en activo del Cuerpo. Los guardias de Tráfico escucharon atentamente las explicaciones que dio Manolo, el conductor, sobre las circunstancias del accidente y algo no cuadraba desde el primer momento. Había demasiadas lagunas en su relato y lo que se veía en la escena no encajaba con esa narración.
¿Cuáles eran esas lagunas y qué piezas no acababan de encajar en lo que contó, recordemos, el conductor del coche, que resultó prácticamente ileso?
Manolo, el guardia, le dijo a sus compañeros que tuvo que dar un volantazo a causa de la irrupción de un obstáculo, pero no pudo aclarar qué obstáculo era: un animal, otro vehículo, algún objeto… Además, las señales de frenada y la trazadura de las ruedas no parecían corresponder a ese relato. Parecía como si el coche su hubiese salido solo de la carretera, sin que nada le hubiese obligado a ello. No había marcas de frenada, ni rastros de giros bruscos, sino que el daba la impresión de que el vehículo había abandonado la carretera a no demasiada velocidad y se había dejado caer por el terraplén, no excesivamente alto, de apenas tres metros de altura.
Pero imagino que el conductor, guardia civil de Tráfico, recordemos, trataría de hilar una historia creíble.
Pues así se supone, porque si alguien tenía conciencia forense sobre accidentes es un guardia de Tráfico, pero da la impresión de que Manolo improvisó mucho. Sus compañeros de dieron cuenta de que esa salida de la vía y posterior caída al terraplén no parecían suficientes como para causar la muerte de la ocupante del vehículo, Ecnarni, que fue hallada sin ningún signo vital, pero tampoco tenía heridas visibles a consecuencia del supuesto impacto. Además, el coche también tenía cosas raras.
¿Cosas raras? ¿Qué le pasaba a ese coche accidentado?
Los signos exteriores en el coche, las abolladuras, no correspondía con la caída por el terraplén. Fue lo primero que mosqueó a los guardias de Tráfico que acudieron al lugar del accidente. El coche, sobre todo la parte delantera, tenía muchas abolladuras, pero no producto del impacto, sino como si alguien lo hubiese golpeado a conciencia con un objeto contundente, como una barra de hierro antes o después del accidente. Con ese panorama, las cosas no cuadraban a los encargados de investigar el accidente y por eso requirieron la ayuda de sus compañeros del equipo de policía judicial, porque allí parecía haber algo extraño, pese a los aspavientos de dolor y pena que el conductor mostraba en todo momento.
Recordemos que doce horas después del accidente, el conductor, Manolo, se quitó la vida. ¿Pasó algo entre medias? ¿Hubo algún detonante que pudo precipitar esa decisión?
No tenemos una respuesta concreta a eso. Sí es cierto que tras la inspección en el lugar del siniestro por parte de los agentes de Tráfico y de los de Policía Judicial, los encargados de la investigación citaron a Manolo la mañana siguiente para que ampliase sus explicaciones sobre lo ocurrido en la carretera. Necesitaban escucharle con más detalle para tratar de sonsacar la verdad de lo ocurrido. Lo que había contado hacía aguas por todas partes. No sabemos si esa llamada, esa cita, fue el detonante del suicidio, al verse acorralado y sabedor de que sus compañeros le iban a apretar para que revelase la verdad de lo que había pasado, que decidió llevarse a la tumba.
Claro, porque nunca acudió a esa cita porque se quitó la vida. Pero entiendo que la investigación siguió su curso para descubrir qué ocurrió.
Así fue. Encarni y Manolo fueron enterrados juntos en medio de un inmenso dolor de todo el pueblo de Motril. Pero mientras tanto, la Guardia Civil continuó investigando lo ocurrido. La misma noche de los hechos, los forenses ya apuntaron algo muy extraño: la temperatura corporal del cadáver de Encarni era excesivamente baja y su rigidez estaba muy avanzada. Es decir, había muerto unas cuantas horas antes del momento del accidente. Casi con seguridad, estaba muerta en el momento en el que el coche se salió de la carretera.
Pero eso entiendo que su pudo confirmar por la autopsia que se le haría l cuerpo de Encarni antes del entierro.
Exacto. Antes del sepelio se hicieron las dos autopsias. La de Manolo no tuvo ninguna sorpresa: falleció a consecuencia del disparo que se pegó con su arma reglamentaria, pero el examen forense de Encarni reveló que las contusiones de la mujer producidas en el accidente eran post mortem y que la verdadera causa de su fallecimiento fue una asfixia mecánica: en sus pulmones y en sus vías respiratorias presentaba las claras muestras de esta muerte de naturaleza homicida. Como es lógico, los investigadores no revelaron absolutamente nada de lo descubierto hasta meses después, cuando finalizaron todos los exámenes patológicos y toxicológicos.
Y meses después, sí se ha conocido al menos parte de la verdad, claro. Porque la completa solo la conocen las dos personas fallecidas, ese matrimonio que parecía el protagonista de una trágica historia de amor y que, al fin y a la postre, han protagonizado un enrevesado episodio de violencia de género.
En Motril, en las últimas semanas, parecía ser un secreto a voces, porque algo de lo descubierto se había filtrado ya por el pueblo. Pero no fue hasta que el Tribunal Superior de justicia de Andalucía lo reveló cuando tuvo carácter oficial. El TSJ anunció que el Juzgado de Instrucción 5 de Motril investiga si Encarni, en realidad, fue asesinada por su esposo antes de que se produjese el siniestro, que, en realidad, habría sido una simulación para ocultar la verdad. La propia Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género confirmó el homicidio y convirtió a Encarni en la víctima número 37 de la violencia machista de este año. Posteriormente ha habido otras tres, lo que eleva la cifra a cuarenta, el peor verano desde el año 2019. Cuarenta y cinco menores han quedado huérfanos a consecuencia de estos crímenes, las últimas, las dos hijas de Encarni y Manolo.
¿No hubo señales previas de que podía pasar algo así? ¿Nadie sospechaba nada?
No, este caso no había ningún indicador previo: no hubo denuncias previas de maltrato ni de amenazas y, de hecho, de puertas afuera, el matrimonio protagonista de esta historia llevaba una vida conyugal de absoluta normalidad. Ni la familia de Encarni ni los compañeros de trabajo y amigos de Manolo han señalado que la pareja atravesase por problemas de ningún tipo. Todas las manifestaciones públicas y privadas tras las muertes eran, precisamente, en sentido contrario, pero en casi setecientos territorios negros ya hemos aprendido que, desgraciadamente, en muchas ocasiones, lo que se muestra al exterior poco tiene que ver con lo que pasa en la realidad de muchas familias.