El Solitario fue detenido en Portugal y allí fue condenado a siete años de prisión por tentativa de atraco y tenencia de armas. Pero las autoridades españolas le reclaman de cuando en cuando para que pueda ser juzgado por todos los delitos que cometió en España. Giménez Arbe estaba siendo juzgado la semana pasada por un atraco que cometió en una sucursal del Banco Popular de La Moraleja, una exclusiva zona residencial al norte de Madrid, en mayo de 2006.
Es decir, mientras cumple condena en Portugal le van cayendo otras condenas en España. Ya tiene unas cuantas: 47 años por el asesinato de los guardias civiles José Antonio Vidal y Juan Antonio Palmero. Ocurrió en Castejón (Navarra), en junio de 2004; y otros 13 años por el asalto a un banco de Toro, en la provincia de Zamora, en el que, además, disparó a un empleado en la pierna porque le parecía que había muy poco dinero en la caja. Y le quedan más de treinta juicios pendientes, tantos como atracos cometió en sus trece años de frenética actividad.
Trece años, más de treinta atracos. Su alias, El Solitario, dice mucho de él. Un atracador que actúa así sabe que se expone mucho: tiene que preparar él solo los golpes, no tiene apoyos para las huidas… Pero también sabe que nadie le va a poder delatar, ni cometer una imprudencia, ni un error, que todo está en sus manos… y Giménez Arbe no dejaba absolutamente nada al azar.
Luego contaremos cuál fue su final, que no tuvo que nada que ver con la manera en la que daba sus golpes, porque lo cierto es que en sus atracos no había un solo error: los planificaba perfectamente, estudiaba cada detalle del teatro de operaciones.
Es como se llama en el argot de polis y cacos al escenario del delito, en este caso los bancos. El Solitario guardaba en su casa decenas de cuadernos infantiles –con portadas de Piolín, el Correcaminos…- con croquis de los bancos que atracaba: planos del interior de la sucursal, dirección de las calles adyacentes, salidas más próximas a las carreteras… El Solitario estudiaba cada mínimo detalle.
Jaime Giménez Arbe aprendía, y mucho, de sus errores. En Vall d’Uxó (Castellón) vivió uno de sus peores días y de aquella experiencia aprendió varias cosas. El 10 de mayo de 2000, El Solitario atracó una sucursal de la Caja de San Isidro en esa localidad. Estuvo solo dos minutos y medio en la sucursal, pero los empleados activaron la alarma. Cuando salía de la entidad, varios policías locales esperaban al atracador, que respondió a tiros los gritos de ‘Alto policía’. Se organizó un tiroteo similar al de la película Heat, de Michael Mann… El atracador y los agentes se cruzaron decenas de disparos. El Solitario fue alcanzado dos veces, pero el chaleco antibalas que llevaba le salvó la vida, llegó a su coche, sacó una metralleta y mientras escapaba disparó a todo lo que se movía…
Desde luego, la escena parece sacada de una película. Tres policías resultaron heridos y el cabo Manuel Ferrandis murió a consecuencia de los disparos… Pero no de los disparos del atracador, sino de los disparos de un compañero. El Solitario logró escapar ileso de aquel atraco, pero aprendió mucho.
Había dejado su coche lejos de la sucursal y aparcado de cara a la pared, así que perdió un tiempo precioso en dar marcha atrás. Su coche fue alcanzado por varios disparos durante esa maniobra. Además, no había previsto que las dos de la tarde, la hora a la que decidió pegar el palo, era la hora en la que se hacía el relevo en la policía local, así que al sonar la alarma acudieron los agentes que entraban y los que salían. A partir de ahí, El Solitario cambió rutinas y se convirtió casi en imbatible…
Los cambios en su forma de actuar los descubrió la policía cuando lo detuvo en Portugal. Por ejemplo: instaló en el respaldo del asiento de su coche una plancha de acero a modo de antibalas. Dejaba las llaves puestas en el coche, tapadas con un esparadrapo y, por supuesto, dejaba el coche enfilado hacia la salida más rápida del lugar. Y siguió con otras rutinas: dormía en el coche para no registrarse en hoteles y dejar rastro, se fabricaba sus matrículas y las cambiaba constantemente, pero siempre copiando matrículas del mismo modelo de coche que llevaba en ese momento…
Pero, claro, en los bancos era grabado por las cámaras…. Había docenas de imágenes de Giménez Arbe caracterizado con su disfraz de El solitario: barba postiza, peluca, chaleco antibalas y casi siempre una muleta para superar los detectores de metales. Pero daba igual, la imagen no servía de nada. No dejaba nunca huellas porque llevaba los dedos vendados con esparadrapo y no dejó tampoco nunca restos de ADN… Además, era muy imprevisible en su manera de actuar: no seguía patrones de ningún tipo.
Los delincuentes siguen patrones, pero en el caso de El Solitario no había ninguno: atracaba cualquier día laborable de la semana, en cualquier punto de España, a casi cualquier hora… Los agentes que investigaban sus atracos trazaron toda clase de dibujos uniendo los puntos en los que había cometido delitos, hicieron cuadrantes de los días… Pero nada casaba. Parecía –y así era- que Giménez Arbe atracaba, simplemente, cuando se le acababa el dinero. El Solitario seguía siendo una sombra, pero una sombra que en junio de 2004 se convirtió en una obsesión para la Guardia Civil.
Ese es el día en el que asesinó a dos guardias civiles en mitad de una carretera, en Castejón (Navarra). Jiménez Arbe se saltó un stop y la patrulla de tráfico compuesta por Juan Antonio Palmero y José Antonio Vidal salió detrás de él. Tras una breve persecución, pusieron el coche a la altura del vehículo del atracador y éste, sin soltar el volante, los acribilló con una ráfaga de 21 disparos del calibre 45 hechos con un subfusil. Durante unas horas, se pensó que los agentes habían sido víctimas de ETA, pero los resultados de Balística dejaron claro que las balas que mataron a los guardias y algunas de las que se dispararon cuatro años atrás en la refriega de Vall d’Uxó habían salido de la misma arma.
Y a partir de ahí, la Guardia Civil ya no buscaba solo a un atracador, sino a un criminal que había matado a dos de los suyos. La UCO, la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil abrió la operación Marietta –que hace referencia al nombre con el que se conoce el subfusil empleado por Giménez Arbe para matar a los agentes-. La Guardia Civil puso a sus mejores hombres a perseguir una sombra. Varias de sus imágenes, grabadas por las cámaras de seguridad de los bancos, se difundieron por todas las comandancias; los agentes estudiaron a los miles de propietarios de Suzukis Vitaras que había en España, porque en varios de los golpes había empleado ese coche… Pero nada, a El Solitario se le había tragado la tierra.
No obtuvieron una sola pista, porque El Solitario tardó casi dos años en volver a actuar. Reapareció en Sarria (Lugo) y pegó un tiro al empleado del banco cuando comprobó que se llevaba un botín de apenas 800 euros. Poco después, hizo algo que hasta entonces no había hecho: atracó en Madrid, en una sucursal de La Moraleja… Y 48 horas después, también en Madrid, en Tres Cantos. Y también por primera vez no se dio cuenta de que en las inmediaciones del banco había una cámara que grabó la matrícula y el modelo del coche en el que huyó: una Renault Kangoo.
Ya hemos comentado que las matrículas que empleaba estaban dobladas, correspondían a un mismo modelo de coche, pero no al suyo. Y aún así, Giménez Arbe había tomado sus precauciones: el coche que empleaba estaba a nombre de su septuagenaria madre. Pero la Guardia Civil decidió seguir ese hilo: se puso a comprobar, uno por uno, los 1.800 propietarios de Renaults Kangoo de las mismas características que las que aparecían en la grabación.
Pues no sabemos si finalmente habrían dado con él, porque mientras la Guardia Civil trabajaba, la Brigada de Policía Judicial de Madrid también se puso detrás de él: El Solitario había atracado dos sucursales de su demarcación, la de La Moraleja y posteriormente en un banco situado a solo 200 metros de las instalaciones centrales de la Policía… El comisario Emilio Alcázar, jefe de la UDYCO de la Brigada de Madrid en aquel momento, se tomó ese atraco como un desafío a su unidad y se puso a trabajar. Y en mayo de 2007 recibió una llamada que fue el principio del fin de El solitario.
A Emilio Alcázar le llamó un colega de Alicante, un policía destinado allí. Le contó que un guardia civil de tráfico amigo suyo le había dicho que un confidente, ex atracador, sabía el nombre del hombre al que buscaban desde hacía años, al que salía en la tele y en la prensa. Le dio nombres y apellidos: Jaime Giménez Arbe.
Según le contó a Emilio Alcázar su antiguo compañero, el agente de Tráfico se lo dijo a sus superiores, pero no le hicieron caso. Desde la Guardia Civil se dice que llegaron a la misma identidad gracias al estudio que hicieron de los coches, pero que nunca nadie les dio la identidad de Giménez Arbe. Lo cierto es que Alcázar y los suyos se pusieron en marcha muy rápidamente. Horas después de tener ese nombre sacaron su foto del archivo del DNI, comprobaron que tenía antecedentes por robos, lesiones y tráfico de drogas, pero muy antiguos, y que vivía en Las Rozas.
Las fotos de la base de datos del DNI no ayudaron mucho, porque no guardaban parecido con el tipo de las imágenes. Así que los encargados del caso le comenzaron a vigilar. El inspector que mandaba el grupo asignado recuerda que se dio cuenta de que era El Solitario sin ni siquiera verle la cara por dos detalles: el chaleco que llevaba –idéntico al que empleó en algunos de sus atracos- y los andares, casi inconfundibles. Para colmo, comprobaron que Giménez Arbe tenía en su garaje una Renault Kangoo casi idéntica a la empleada en el atraco de La Moraleja.
La policía no quería pinchar en hueso: se propusieron cazar a El Solitario in fraganti, cuando preparase su próximo golpe. Por eso, le intervinieron los teléfonos, le pusieron una baliza en el coche –para seguir todos sus movimientos- y varios agentes se convirtieron en sus sombras: controlaban todos y cada uno de sus movimientos. En dos meses no se separaron de él y averiguaron muchas cosas de su vida al margen de los atracos.
Giménez Arbe, se había apuntado al paro en abril de 2007, solicitando trabajo en el INEM como instalador de aire acondicionado, un sector en el que había trabajado hasta el año 2000, cuando ya se había convertido en El Solitario. Tenía dos hijos, David y Jaime; una ex mujer británica, Anita… Y una novia brasileña, Iris Roberta, con la que pasaba largas horas hablando a través de Skype, a la que fue a ver a Brasil y con la que estuvo por ejemplo en Marbella con el dinero de sus golpes, y a la que mandaba regularmente dinero y regalos, como la vaporetta que le envió a su digamos futura suegra o la playstation para el niño. La policía sospechó que Jaime estaba preparando un último gran golpe para huir a Brasil con su amada, a la que ya había visitado. Mucho más cuando le oyeron preguntarle: Cómo se dice en portugués ¿puedo hablar con el director, por favor?
Era un atraco en el que se llevase suficiente dinero como para retirarse, claro…. Pero El Solitario sabía que estaba quemado, que en España le buscaban miles de agentes, de ahí su inquietud por aprender idiomas. Un día de julio, los policías que le siguieron llegaron hasta Portugal detrás de él. Pidieron auxilio a sus colegas portugueses y comprobaron que Giménez Arbe paró en Figueira da Foz, una localidad turística de 30.000 habitantes. Allí iba a golpear. Estudió minuciosamente la sucursal sin sospechar que aquel iba a ser su último golpe. Pero en lugar de atracar, regresó a Madrid.
Pero dos semanas después, regresó a Portugal. Y allí, en Figueira da Foz, el 23 de julio de 2007, Giménez Arbe fue detenido cuando, caracterizado como El Solitario, se disponía a entrar en un banco. Ocho agentes portugueses le cayeron encima en un segundo sin darle opción a nada. Estaban presentes, aunque no participaron en la detención, varios agentes de la Brigada de Madrid, entre ellos el comisario Alcázar, el hombre al que llegó la confidencia.
Bueno, en esta historia hubo rifirrafes importantes entre los dos cuerpos. La Guardia Civil se quejó de que sus colegas habían sido desleales al no compartir información y la policía se quejaba de que el cuerpo hermano quería apuntarse un tanto con su trabajo. Pero lo cierto es que los registros posteriores en la casa y en una nave que El Solitario tenía alquilada en Pinto dieron aún más sorpresas: Giménez Arbe, que era vecino de un coronel de la Guardia Civil y de Rodríguez Menéndez, guardaba un arsenal de armas, munición y cañones. Compraba armas inutilizadas y las arreglaba. Además, tenía moldes de silicona con los que cambiaba sus facciones en cada atraco. Y allí encontraron los famosos cuadernos con las coordenadas en GPS de sus objetivos, los cuarteles de la Guardia Civil, los planos de las huidas… Hasta ese momento, creemos que no se dieron cuenta de a quién se estaban enfrentando.
Giménez Arbe se quiso construir un personaje digamos respetable desde el primer momento, cuando fue detenido. Salió de la comisaría gritando: ¡Soy El solitario! Luego negó ser un atracador, se declaró un expropiador, adoptó un lenguaje anarquista y en el juicio por el asesinato de los guardias civiles atribuyó las muertes a un delincuente mafioso de Córcega… Y en ello está: ha rebajado su dialéctica, pero sigue diciendo que está ingresado en el Guantánamo portugués, la prisión de máxima seguridad de Monsanto. Allí escribió un panfleto a modo de autobiografía: “Me llaman El Solitario. Autobiografía de un expropiador de bancos”. Incluso utilizó a un periodista conocido para difundir sus ocurrencias. Una de ellas, y esto parece más propio de Territorio To Lo Negro, fue asegurar que Manuel Marlasca era el periodista que había matado a una persona en una discusión de tráfico.
Giménez Arbe vive en un régimen de aislamiento bastante duro: pasa casi todo el día en su celda y lo cierto es que ha perdido bastante peso, aunque sus huelgas de hambre y sed no son más que operaciones propagandísticas. Allí, en Portugal, ha recibido la visita de su madre y de David, uno de sus hijos. Y pasa la mayor parte del tiempo respondiendo a las –pásmate- decenas de admiradores que le escriben cartas… De la que no ha vuelto a saber nada es de su amada brasileña, Iris Roberta. Con la que iba a retirarse.