Vamos a hablar de las certezas de un crimen sobre el que aún quedan muchas incógnitas. Empecemos por conocer a la víctima, a Isabel Carrasco, una mujer que, desde luego, no parecía dejar indiferente a nadie. Y desgraciadamente, su asesinato ha servido para comprobarlo. Isabel Carrasco era abogada e inspectora de finanzas del Estado y empezó en política de la mano de José María Aznar. Fue consejera de Economía de la Junta de Castilla-León y desde hace diez años dirigía con mano de hierro la diputación leonesa y el partido en esa provincia, donde ha protagonizado muchas luchas y polémicas descarnadas, con rivales políticos y, sobre todo, compañeros de partido.
Esa era la víctima, una mujer de carácter y, como casi todos los profesionales de la política, con tantas adhesiones como enemistades… Vamos ahora con ese extraño binomio, esa madre y esa hija… ¿Quiénes son?
Montserrat González tiene 55 años, es ama de casa. Su hija, Montserrat Triana Martínez, tiene 35, es ingeniera de telecomunicaciones. Son la esposa y la hija de un inspector jefe de la policía nacional, Pablo Martínez, máximo responsable de la comisaría de Astorga. La familia vivió dos décadas en Gijón, porque el inspector jefe estuvo destinado allí durante mucho tiempo. Sus compañeros nos hablan bien de él y destacan su experiencia en grupos de policía judicial, como atracos y estupefacientes
Desde hace diez años la familia reside en la provincia de León. En los últimos tiempos, madre e hija compartían una vivienda, un loft, en una buena zona de la capital, mientras que el policía residía en Astorga, en una casa dentro de las instalaciones de la comisaría.
Montserrat y su hija, Triana, están afiliadas al PP desde hace tiempo. A la madre, ama de casa, se la podía ver en todos los actos del partido. Triana fue la número 7 de la lista que el PP presentó en las elecciones municipales del 2007 para el Ayuntamiento de Astorga. El PP obtuvo seis escaños y Triana se quedó a las puertas de tener un acta de concejal, pero en ese mismo año, avalada ya por las personas que controlaban el partido y, como en muchos lugares de España, el acceso a un puesto de trabajo en el sector público, ya entró a trabajar en la Diputación de León.
Cuando solo faltaban dos semanas para aquellas elecciones municipales, un decreto de la Presidencia de la Diputación concedió a Triana un puesto interino de ingeniero de telecomunicaciones. Hay quien dice que el puesto lo crearon ad hoc para ella, aunque la versión oficial asegura que fue ella quien obtuvo la mayor puntuación de los que optaron a la bolsa de empleo temporal, abierta tres semanas antes de que le diesen el trabajo. La joven se encargaba desde entonces de asesorar a los ayuntamientos de la provincia en los proyectos sobre redes, banda ancha o televisión digital terrestre y cobraba por ello un sueldo cercano a los 45.000 euros. Durante cuatro años, Triana disfrutó de cierta estabilidad laboral.
Cuatro años, porque en 2011 ocurren varias cosas que parece estar en el trasfondo de este crimen. En 2011, uno de los concejales populares de Astorga sale del Ayuntamiento. Todo parece indicar que la siguiente en la lista, es decir, Triana, iba a ocupar su plaza. Pero alguien da la orden de que no se ocupe el puesto porque queda muy poco para las siguientes elecciones municipales, en las que Triana ya se cae de la lista por instrucciones expresas de Isabel Carrasco.
Casi coincidiendo en el tiempo con este episodio, la Diputación de León convocó para hacer fija la plaza que ocupaba como interina Triana. Se presentaron 33 candidatos, que debían superar tres exámenes eliminatorios. Triana solo obtuvo un 2,27 sobre 10. Solo un candidato superó el primer examen, con un 5,9, que fue quien ocupó la plaza que Triana había ejercido como interina durante cuatro años.
Triana quedó la segunda y el ingeniero que obtuvo la plaza pidió una excedencia a los pocos meses. Le tocaba, otra vez a ella, pero la Diputación, o sea la señora Carrasco, decidió no cubrir la plaza, la eliminó. Además, el organismo provincial empezó a pleitear en los tribunales con Triana: le reclamó 11.046 euros que habría cobrado en concepto de exclusividad y le acusaba de haber hecho otras actividades profesionales. Reclamaba tarde, porque esos otros trabajos ya eran conocidos.
La diputación perdió el pleito en primera instancia, pero Isabel Carrasco no se conformó. Firmó un decreto hace algo más de un año para demandar a Triana 6.583 euros en concepto de lesividad. El juicio de esta reclamación estaba señalado para el próximo mes de julio.
Triana se quedó sin trabajo y sin sitio en la política por orden de Isabel Carrasco. Triana Martínez no pasaba necesidades económicas. Tenía un contrato con el Parlamento de Navarra para renovar su sistema audiovisual. Ya había cobrado 5.545 euros por el primer estudio presentado y le quedaba otro tanto por recibir. El móvil económico no parece estar detrás del crimen y aún quedan claves por desvelar, pero lo cierto es que desde hace más de dos años, desde ese 2011 cuando pierde el trabajo y se acaba su carrera política, la idea de acabar con la vida de Isabel Carrasco daba vueltas en la cabeza de Triana y su madre, tal y como ha reconocido esta.
El registro en la casa de León que madre e hija compartían parece sacado de un guión de película de asesinos psicópatas. Allí la policía encontró recortes de reportajes sobre Isabel Carrasco, su acumulación de cargos públicos, o sea, poder, denuncias contra ella por cobro indebido de dietas, fotografías de ella, planos elaborados por las mujeres con los recorridos que la política hacía a diario… Además, en los cuatro ordenadores intervenidos por la policía, los expertos ya han encontrado en los historiales de los buscadores consultas bastante naifs: “cómo cometer un homicidio, cómo cometer un asesinato” y muchas búsquedas sobre armas y munición.
Lo cierto es que las dos mujeres tenían dos armas de fuego, munición, marihuana… Recordemos: un ama de casa y su hija ingeniera, esposa e hija de un inspector jefe de policía. ¿De dónde sacaron todo eso? Es uno de los puntos sobre los que aún quedan muchas sombras: Montserrat, la madre, contó que compraron las dos armas, un revólver del calibre 38 –el empleado en el crimen- y una pistola del 7,65, en Gijón a un delincuente toxicómano, ya fallecido. Del medio kilo de marihuana no hay, de momento, ninguna explicación.
No es tan fácil convertirse en asesino. Y durante esos casi tres años, madre e hija estuvieron rumiando ese rencor, planeando esa venganza, un poco al estilo de los crímenes de Puerto Hurraco, en el año 90. Nos cuentan que la primera arma, la que no se usó, la pistola pudo ser comprada antes, incluso por Internet. Pero las dos mujeres se habrían llevado un chasco, era una pistola de fogueo modificada para disparar y no funcionaba bien. Y ahí es donde habría aparecido la tercera implicada en la historia, la policía municipal de León Raquel Gago, de 41 años.
Raquel es amiga íntima de Triana. Los investigadores no saben si eran una pareja formal o simplemente tenían una historia; lo cierto es que creen que Raquel fue clave para conseguir al menos la segunda arma, la que se usó para matar a Isabel Carrasco. Y que fue ella la que, con sus contactos profesionales en el mal sentido, tuvo acceso al toxicómano que vendió a las asesinas el arma empleado en el crimen.
Tenemos a dos mujeres, madre e hija, obsesionadas con Isabel Carrasco, que la siguen, hacen planos de sus movimientos, compran armas… ¿Y ella, la política, no se entera de nada?
Algo debía barruntar. Hace un año, Carrasco ordenó reforzar las medidas de seguridad de la diputación. Colocó un vigilante jurado más en la planta de su despacho, puso más filtros de seguridad, pero no solicitó protección ni presentó denuncia ante la comisaría, ni ante la subdelegación del Gobierno. Por León se movía sin ninguna escolta aunque casi nunca sola. La acompañaban compañeros, su pareja… Y la sede del PP estaba cercana a su domicilio, separados solo por la pasarela en la que fue asesinada hace una semana. Todo ello lo sabían Triana y su madre, porque, especialmente los lunes, seguían los pasos de Isabel desde que salía de su casa. Lo hacían ese día de la semana porque era en el que Carrasco siempre acudía a la sede del partido.
Y es un lunes el día que la matan ejecutando un plan que estaba lejos de ser perfecto pese a esos dos años de planificación. Sorprenden muchas cosas de este crimen y esa es una de ellas. El pasado lunes, Carrasco salió de su casa para ir a la sede del PP. Al cruzar la pasarela sobre el río Bernesga, Montserrat se acercó a ella por la espalda y casi a cañón tocante le disparó dos veces con el revólver. Cuando estaba en el suelo efectuó otros dos disparos, en uno de ellos falló, e intentó un quinto, pero el arma se encasquilló. Un policía jubilado que había cruzado el puente en dirección contraria, acompañado por su esposa, oyó las detonaciones, la vio salir andando, cubriéndose con un pañuelo y la siguió. Después, la madre asesina se fue del lugar y se reunió con su hija, que la esperaba en la cercana plaza de Colón. Allí le entregó, según la hija ha reconocido, un bolso con algo dentro, y las dos se separaron.
La madre, seguida siempre por ese policía retirado, que iba transmitiendo por teléfono a sus compañeros lo que ocurría, fue entonces hacia el Mercedes de su hija, que habían dejado aparcado frente a la sede de CCOO, en la Gran Vía de San Marcos, donde fue detenida. Unos siete minutos después, llegó Triana, que también fue detenida. Pero ya no llevaba el bolso con el revólver.
Es en ese intervalo de tiempo en el que reaparece la tercera protagonista de esta historia, la policía local Raquel Gago. Raquel Gago, que ha reconocido una íntima amistad con Triana, y que incluso el día del asesinato estuvieron tomando café juntas, aparcó su coche, un Golf ranchera, a 250 metros del lugar del crimen, en la calle Sampiro. Y prácticamente a la misma hora –se sabe por los tickets de la ora– que las asesinas aparcaron su coche a unos pocos metros de allí.
La policía municipal cuenta que estaba discutiendo con un vigilante de la ORA que quería multarla y que entonces, casualmente, pasó Triana, que la saludó y que ella le dijo que iba a comprar fruta. El problema es que el testigo no pone multas, es solo un controlador municipal, y ha contado algo distinto. Que se encontró con la policía, Raquel, a la que conoce, que ella estaba como esperando a alguien y que apareció Triana, a la que saludó. No vio ninguna entrega de bolsos ni de armas.
Raquel Gago sostiene que no vio el bolso con el arma hasta el día siguiente, cuando fue a meter su bicicleta en el coche. Acudió a la comisaría acompañada de un policía nacional, novio de su hermana. Y trató de explicar, llorando, que su coche estaba abierto y que Triana había dejado el arma dentro sin avisarla. Los investigadores creen que fue ella quien abrió el coche con el mando a distancia para que su pareja dejara allí el arma del crimen. Y hay algo que deja a la agente en mala situación: esperó 15 minutos a su amiga –así lo dice el posicionamiento de su teléfono– y recibió una llamada perdida.
No sabemos, efectivamente, qué grado de participación tuvo esa policía municipal. De hecho, hasta ahora, la única confesión firme es la de la autora de los disparos. Montserrat estuvo más de 24 horas negando los hechos, manteniendo que a la hora del crimen ella solo iba a comprar unos pasteles… en una pastelería que cierra todos los lunes. La comisaria de León, María Marcos, y la jefa de UDEV –más mujeres protagonistas de este caso– adoptaron una inteligente decisión desde un principio: separaron a madre e hija en lugares, incluso en comisarías distintas. Y esa decisión, junto a la entrega del revólver, fue clave.
En esa guerra psicológica que policía y detenidas libraban todo iban bien para madre e hija hasta que les llegó el arma a los investigadores. Entonces llegó la segunda decisión inteligente: juntar de nuevo a madre e hija y, sobre todo, hacer que la madre viera desde un cristal el interrogatorio de la hija, a la que los policías preguntaron insistentemente por el arma, cuando ya la tenían en su poder. La madre, cuando vio a su hija rota y acorralada –nos cuentan que estaba exhausta y le habían quitado incluso el cinturón y el sujetador para evitar que se suicidara (cosa que algún policía indiscreto no pudo evitar hacer que la madre oyera)– puso fin al interrogatorio anunciando que iba a confesar, pero exigiendo que dejaran en paz a su hija.
Y así lo hizo, culpando a Isabel Carrasco de todos los males que se cernían sobre su familia. La madre estaba tranquila, como el que ha cumplido con su misión, como ocurrió aquella tarde de agosto en Puerto Hurraco. En las horas que estuvo en comisaría, cuando perdió esa batalla con los policías, la mujer dijo: “lo volvería a hacer, la volvería a matar”. Su hija, en cambio, en cuanto llegó a prisión lo vivía de forma diferente: “de aquí no salgo viva”.