Estos días se está juzgando en la Audiencia de Barcelona un crimen terrible, el cruel asesinato de una niña de trece años que se llamaba Laia. Una niña que hoy seguiría viva si no se hubiese cruzado en un tramo de escaleras con un vecino de sus abuelos: un monstruo que, según las acusaciones, intentó agredir sexualmente a Laia y la mató estrangulándola con un collar de perro y apuñalándola.
La víctima de esta historia se llamaba Laia. Era una niña de trece años, adoptada en China por la pareja formada por Jordi Alsina y Sonia López. El matrimonio se separó unos años antes del crimen, habían rehecho sus vidas con nuevas parejas y tenían una buena relación. Ese 4 de junio de 2018, como todas las tardes, los abuelos paternos la recogieron en el colegio y la llevaron a su casa.
Poco antes de las siete de la tarde, Jordi llegó al portal de sus padres. Antes había llamado por teléfono para que Laia bajase al portal, como hacía habitualmente. Jordi esperó en el portal, tal y como habían acordado, y al ver que no aparecía, llamó al telefonillo de sus padres, que le dijeron que la niña ya había bajado. El padre la buscó por todo el barrio sin éxito.
Sospecharon del vecino al no mostrar interés
Los abuelos y los tíos de Laia comenzaron a preguntar al vecindario. La niña bajó por las escaleras desde el segundo piso, donde vivían sus abuelos. Uno de los vecinos del primero les dijo que no había visto a la pequeña ni había oído nada y el otro vecino de la misma planta abrió diciendo que allí no había nadie. Cuando le dijeron que estaban buscando a una niña, ni se inmutó y no se sumó a la búsqueda de la menor, como sí hicieron el resto de los vecinos. Esta actitud ya hizo sospechar a los familiares de Laia, que, pese a ello, continuaron buscándola en el camino a su casa.
El vecino tenía la puerta cerrada con llave y se resistió a abrir, aunque ante la insistencia de los familiares de Laia acabó franqueándoles el paso. Entraron y vieron un cuarto muy desordenado, lleno de todo tipo de objetos. Bajo un colchón, encajado con una maleta, estaba el cuerpo sin vida de la niña. Estaba semidesnudo y tenía una correa de perro alrededor del cuello y un cuchillo clavado en uno de sus oídos.
El asesino tenía antecedentes por violencia de género
El asesino se llama Juan Francisco López Ortiz, nacido en 1975, un tipo con antecedentes por violencia de género y tenía fijación por la cultura china y Laia, al ser adoptada, tenía rasgos asiáticos.
Vivía con sus padres, que eran una pareja de jubilados. Pero el día del asesinato estaba solo en casa porque su padre estaba con su madre, que en el momento del crimen agonizaba en el hospital de Sant Camil, en Sant Pere de Ribes. De hecho, murió el día después del crimen. Las relaciones entre el padre y el hijo no eran buenas y de hecho el hombre le dijo que cuando su madre muriese tenía que dejar la casa familiar.
Abusó sexualmente de Laia
Se sabe lo que dicen las pruebas forenses y lo que cuenta el fiscal en su escrito de acusación basándose en esas pruebas. El fiscal sostiene que Juan Francisco introdujo a la niña en su casa, un lugar oscuro, con las persianas bajadas, cuando la vio pasar por delante de su puerta. El escrito de acusación dice: “El encausado, con la finalidad de satisfacer su perverso deseo sexual y al mismo tiempo con el ánimo de acabar con la vida de Laia, le tapó fuertemente la boca con una de sus manos, con la finalidad de acallar sus gritos al tiempo que le pasó una correa de paseo canina por el cuello.
Al mismo tiempo, el acusado, valiéndose de al menos un cuchillo de cocina, le clavó el mismo en distintas partes de la espalda, tórax y cuello, provocándola múltiples heridas al tiempo que incrementaba la presión de la correa canina sobre el cuello de la menor”.
Se justifica por "su consumo de drogas"
En su declaración tras ser detenido, el asesino declaró que no se acordaba de nada, que salió de la ducha y que se encontró el cuerpo de la niña, a la que intentó reanimar. Es una declaración caótica, sin mucho sentido, en la que dice cosas como que pensaba que le robaban en su casa y que la pequeña pudo entrar al ver a un ladrón, que en los últimos tiempos le faltaban cosas en casa. Además dijo que ese día había tomado mucha cocaína –“soy un puto drogadicto”, llegó a decir delante del juez–.