Esta historia tan desoladora, la muerte de esta buena mujer, Teresa, que se ganaba la vida, la suya y la de sus hijos, limpiando portales en la ciudad de Pinto, en la Comunidad de Madrid, empieza con la llamada de un vecino que encuentra su cadáver el pasado 3 de junio.
Uno de los vecinos que vive en el portal número 22 de la calle Santo Domingo de Silos, en Pinto, baja al garaje y se da cuenta de que necesita un enchufe para recargar un aparato eléctrico. Sabe que hay uno en el cuarto trastero, que está cerrado con llave, pero de la que lógicamente todos los vecinos tienen copia. El hombre abre la puerta y se encuentra el cuerpo de la mujer de la limpieza, vestida con su uniforme de trabajo, en un charco de sangre. Le han dado varios golpes en la cabeza. Son las ocho menos diez de la tarde cuando el vecino llama al 112 para denunciar el asesinato.
Y ahí se pone en marcha la investigación del asesinato, casi siempre una carrera contrarreloj. El caso le cayó a los agentes de Homicidios de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid, un buen principio porque resuelven cada año más del 95 por ciento de los asesinatos (en algún año han resuelto el cien por cien) que investigan. Y uno de ellos nos comentaba preparando este territorio que en un homicidio son fundamentales las primeras setenta y dos horas para detener a los culpables. Su experiencia, once años cazando asesinos de todo pelaje, desde narcos colombianos a criminales de mujeres, le dice que esos tres primeros días son claves y que si no se resuelve el caso entonces, las cosas pueden durar meses o años.
Y lo primero en esa carrera contra el tiempo es la inspección ocular, analizar el lugar del crimen, cómo se ha cometido ese asesinato, en este caso el de la mujer de la limpieza y también quién es la víctima. Respecto a lo primero, la escena del crimen, era un cuarto de trabajo, de limpieza, que quedó lleno de sangre, pero sin nada, sin rastro fuera, en el garaje. El asesino había sido cuidadoso. No estaba allí el arma del crimen, un objeto con el que le habían golpeado en la cabeza. Y por la tremenda violencia empleada, lo primero que pensaron los investigadores de la Guardia Civil fue que se trataba de algo personal.
El asesino –en el noventa por ciento de los casos son hombres– tenía algo contra Teresa. Todo indicaba que se había ocultado en el cuarto de limpieza y la había sorprendido cuando ella llegaba a dejar sus instrumentos de trabajo. La mujer siempre curraba con los auriculares puestos, le encantaba oír la radio mientras limpiaba los portales, así que no le oyó llegar.
Y se piensa, por desgracia y por estadística, en un crimen de género, un marido, una pareja… Pero al investigar contrarreloj la historia de la víctima los agentes descubren una vida sencilla. Es una mujer viuda, de apenas 50 años, que ha perdido a su marido el pasado año. Tiene dos hijos veinteañeros, en paro, por los que se desvive. Los dos jóvenes, que no se explican lo que ha ocurrido, cuentan que su madre casi no tenía vida, que aun mantenía el luto por su marido. Y que iba del trabajo a casa y de casa al trabajo. Ganaba algo más de 850 euros mensuales con los que sacaba adelante a su familia.
Entonces hay que investigar a esos vecinos, a las personas que tenían la llave del cuarto donde mataron a la limpiadora y dejaron su cuerpo. Son unos sesenta vecinos de tres portales de esa calle Santo Domingo de Silos. Se interroga a todos los testigos, se comprueba si en esas casas viven personas con antecedentes… Los vecinos van dibujando a una buenísima persona, agradable, siempre con una sonrisa, dicen. La Guardia Civil chequea también si la mujer ha podido sorprender a alguien tratando de robar en el trastero, porque se han dado casos de algunos grupos dedicados a dar esos palos en la zona, pero dar el salto de ladrón a un asesinato tan tremendo no es habitual.
Se descarta a un novio o una pareja, también a los vecinos. El reloj sigue corriendo, recuerden ese lema, esa barrera de las primeras 72 horas que son decisivas para resolver los asesinatos, según los investigadores.
El siguiente paso es hablar con la empresa, la jefa de Teresa. Puede parecer rutina y los expertos de la Guardia Civil vuelven a oír lo mismo: excelente trabajadora, honrada, cumplidora desde hace años. Pero les dan un detalle nuevo: Teresa no tiene coche y hay un compañero, todavía más veterano que ella en la empresa, que sí tiene carné de conducir y que se lleva la furgoneta de la empresa con los útiles de limpieza. Ese compañero, además, limpia portales en una zona cercana a los de Teresa, de forma que cada día la acerca en coche al iniciar la jornada laboral y la recoge al mediodía.
Y lo siguiente es hablar con ese compañero de Teresa, que a lo mejor ni sabe que ha muerto, o quizá sí. La Guardia Civil comprueba que el día del crimen ese hombre fue a trabajar con normalidad. Cogió y devolvió la furgoneta y limpió sus portales. Los agentes llaman al teléfono que ha dado en el trabajo, pero está apagado. Ya es de madrugada y comprueban su dirección. Vive en casa de sus padres, dos octogenarios a los que los investigadores despiertan pasadas las tres de la mañana para preguntarles por su hijo, Constancio, trabajador de la limpieza, también cincuentón, soltero y sin demasiados amigos.
Los padres, impresionados, le cuentan a los guardias civiles que hace una semana tuvieron una discusión muy gorda con su hijo, que llegó a insultarlos. Y que se fue de casa. Desde ese día, dicen los dos ancianos, no han vuelto a hablar con él ni saben dónde está.
O sea hay un hombre, no sé si todavía sospechoso, que desde luego es una persona de interés para los guardias civiles, el compañero de ronda de Teresa. Y no se sabe dónde está. Pensemos en que son casi las cinco de la madrugada y el tipo entra a trabajar hacia las siete.
Los guardias civiles no pueden detenerlo, no hay nada contra él, solo quieren hablar con él. Por otra parte, no quieren enseñarle sus cartas, ponerle nervioso y que haga cualquier tontería. Así que van por las buenas. Le dejan el recado a su jefa: que se pase Constancio cuando pueda por el cuartel de aquí, de Pinto, que tenemos que hablar con él por el asunto de Teresa, nada urgente, cuando pueda. No dicen, por supuesto, que son especialistas de Homicidios, ni tampoco que van a estar controlando la zona del trabajo.
Y este tipo acude al trabajo y también a ver a los guardias civiles. Constancio llegó a recoger la furgoneta de la empresa, su jefa le dijo que querían hablar con él y se fue hasta el cuartel muy temprano, a las ocho de la mañana. Allí le esperaban dos investigadores curtidos que han detenido decenas de asesinos en los últimos años. Uno de ellos, al que llamaremos zeta, nos explicaba que el tipo ya le dio mala espina por dos detalles: aparcó la furgoneta del trabajo, la misma en la que llevaba a Teresa a trabajar, muy lejos del cuartel y fue andando luego, algo extraño.
Y llevaba puesta su ropa de trabajo que estaba muy limpia, demasiado limpia para un trabajador de portales. Esa primera entrevista es cordial, casi rutinaria, los investigadores quieren ver cómo respira. Le dicen que vaya pena lo de Teresa, hablan de cosas rutinarias y entre col y col le meten como dicen ellos una lechuga, una pregunta con trampa: “¿Has lavado la ropa?”. Y el tipo respondió tranquilo: no.
El hombre les ha dicho donde ha dejado aparcada su furgoneta, fuera del cuartel. Y allí, como de casualidad, entra en acción, otro investigador, peludo y de cuatro patas que se llama Elton.
Un perro, un pastor belga malinois, en efecto. Elton, que tiene siete años, es una estrella de la unidad canina, el servicio cinológico de la Guardia Civil, donde está destinado desde 2007. Es un perro especializado en detectar restos biológicos (básicamente restos de sangre o semen) en cualquier lugar. Los especialistas de Homicidios se lo habían pedido a sus compañeros de la unidad canina porque conocían su buen hacer y no entendían que el lugar del crimen, el garaje, estuviera tan limpio.
Y mientras los guardias civiles marean un poco al sospechoso, que él todavía no sabe que lo es, Elton ya está trabajando. Ya estuvo en el lugar del crimen, donde marca distintos puntos, por ejemplo en la escalera del garaje, y se localiza sangre. Y también le hacen pasar junto a la furgoneta de la empresa de limpieza. El perro también marca otros sitios desde fuera, señala que allí hay gotas de sangre.
A diferencia de los perros que buscan droga, cuando Elton o su compañero detectan sangre, pegan el hocico al lugar y se quedan quietos, tumbados, como si se echaran al sol o en una piscina. En Alemania, que es un país pionero, el marcaje de un perro especializado se considera una prueba pericial. Elton ya ha resuelto varios crímenes o al menos ha localizado varios lugares del crimen y gotas de sangre ocultas a simple vista con antigüedad de hasta cuatro años, en pleno campo por ejemplo.
Y los compañeros avisan a los guardias civiles que están hablando con el tal Constancio de lo que su colega de cuatro patas ha encontrado, claro. Los investigadores que están en la habitación del cuartel con Constancio son informados por móvil y siguen el interrogatorio, pero con un tono distinto. El tipo les ha contado una historia relativamente inteligente. Limpió todos sus portales, se tomo un anís castellana con hielo y se fue a casa de su hermana, donde estaba viviendo últimamente; no llevó a Teresa porque ese día ella le dijo que no la recogiera. Pero deja siempre unos quince o veinte minutos de margen en su historia: limpié ese portal a la una o una y veinte, por ejemplo, que fue el tiempo que el asesino tardó en cometer el crimen. Uno de los interrogadores advierte que mueve mucho las piernas cuando habla de Teresa.
Con los datos aportados por Elton, el tono cambia. Un guardia civil le dice a Constancio, ya convertido en todo un sospechoso: “no entiendo cómo estas tan limpio trabajando entre tanta mierda, hombre. Déjanos tu ropa, anda, cámbiate que llevas aquí muchas horas”. Han pasado ya cinco horas desde que el hombre llegó al cuartel. Elton está fuera y cuando le dejan la ropa del hombre, sobre todo las zapatillas de deporte, se vuelve loco a marcar. A las tres menos diez de la tarde, los investigadores le dicen: “estás detenido por el asesinato de Teresa”. Constancio responde, “hagan lo que tengan que hacer, no voy a decir nada más, ustedes verán”. Le ponen los grilletes y le llevan a un calabozo.
Y Elton sigue ganándose el sueldo… Inspecciona la furgoneta de la empresa por dentro y encuentra sangre en la alfombrilla y también hasta la marca de un dedo del asesino con sangre en el elevalunas. Había más sangre aun en la ropa de Constancio, que después de unas ocho horas en el calabozo (los investigadores tienen 72 horas para pasar a un detenido a disposición del juez, para lograr que confiese o no), anuncia que quiere hablar.
Cuenta que mató a Teresa hacia el mediodía, sabía qué portal estaba limpiando y la esperó en el cuarto. Dice que usó un martillo para golpearle en la cabeza, metió el martillo en una bolsa de plástico para no mancharse de sangre y que luego se fue a limpiar sus portales y a casa. Antes, se deshizo del martillo, tirándolo en un contenedor de basuras de Fuenlabrada. En casa lavó la ropa de trabajo y las zapatillas. Luego se fue a dormir.
El tipo, extremadamente delgado, casi famélico, había pedido dinero a su compañera de trabajo. A Teresa le dio pena y le fue dejando lo que podía (100, 150 euros), hasta sumar un total de 500 euros que el hombre prometió devolverle. La explicación del asesino es que él no pudo devolver el dinero y que ella lo necesitaba para sus hijos, por lo que le daba la paliza cada día en el coche, en el traslado al trabajo, para que se lo devolviera, que lo necesitaba ella también para su familia. Así que decidió matarla. Tan simple, tan terrible. Por una deuda de 500 euros con una compañera que le había hecho ese favor, la mata.
Hace muchos años se vio mezclado en un pequeño asunto de droga, pero esa historia ya está cancelada. Constancio era un tipo gris, que vivía con sus padres, que tenía una amiga en Barcelona a la que calificaba como su novia, pero a la que hacía meses que no veía, que bebía bastante anís y posiblemente tenga algún otro vicio caro. Pero sobre todo es un tipo frío. Uno de los que pasó con él esas horas de investigación contrarreloj nos decía: si no hubiese matado a Teresa, habría matado a otra, tarde o temprano.