Raquel Gago, Montserrat y Triana se enfrentan a muchos años de cárcel… Tanto el fiscal como las acusaciones creen que las tres mujeres tienen la misma responsabilidad, pese a que Raquel Gago, la policía municipal, está en libertad desde hace un año, mientras que la madre y la hija no han salido de prisión desde mayo de 2014. Todas se enfrentan a 23 años de cárcel. Veinte por asesinato y tres por tenencia ilícita de armas. Será un jurado el que dictamine la culpabilidad o no de las acusadas y el juez quien imponga las penas tras el veredicto.
Lo cierto es que todas las partes reconocen que aquí solo hay una mujer que disparó y mató a Isabel Carrasco… Todas las partes, incluso su propia defensa, afirman que Montserrat González fue quien descerrajó a Isabel Carrasco tres tiros, uno por la espalda y dos en la cabeza cuando estaba ya en el suelo, en el puente sobre el río Bernesga. El abogado de la autora del crimen pide para ella ocho años de cárcel, con la eximente incompleta de trastorno mental.
A partir de ahí, el papel de Triana, la hija de la asesina, y de Raquel, la policía municipal amiga de Triana varía según los escritos de unos y otros. Para el fiscal y las acusaciones, las tres habían diseñado un plan para acabar con la vida de la líder del PP de León en el que se habían repartido los papeles. Para la defensa de Triana, ella en todo caso sería autora de un delito de encubrimiento, pero como ese delito no puede darse entre familiares directos, no habría cometido delito. Y la defensa de Raquel Gago niega cualquier relación de esta policía con el crimen.
Su defensa lo negará, pero hay algo que es innegable: Raquel Gago tuvo en su poder el arma del crimen durante 30 horas. A ella se la entregó Triana minutos después de que su madre se la diese a ella… Vamos a recordar rápidamente lo ocurrido esa tarde de mayo. Carrasco salió de su casa para ir a la sede del PP. Al cruzar la pasarela sobre el río Bernesga, a las cinco y cuarto de la tarde, Montserrat se acercó a ella por la espalda y le disparó. Un policía jubilado que cruzaba en dirección contraria oyó las detonaciones, la vio salir andando, cubriéndose con un pañuelo y la siguió. La mujer se va y llama por teléfono a su hija. Hablan durante 32 segundos. Ambas se encuentran en la cercana plaza de Colón.
Allí le entregó un bolso y las dos se separaron. La madre, seguida siempre por ese policía retirado, que iba transmitiendo por teléfono a sus compañeros lo que ocurría, fue hacia el Mercedes Benz de su hija, que ambas habían dejado aparcado frente a la sede de CCOO, en la Gran Vía de San Marcos, donde fue detenida. Mientras, su hija Triana se va por otro lado y llama por teléfono, a las 17.19, a su amiga Raquel. Hablan durante 17 segundos. No utiliza su teléfono habitual, sino un móvil seguro, un móvil culebra, que Triana había conseguido de un vecino que se había ido a trabajar a Alemania.
La hija de la asesina y la policía municipal hablan durante 17 segundos y luego se ven o se encuentran… Puede ser una casualidad. Eso es lo que dice la policía municipal, Raquel Gago. Ella ha reconocido que el día del asesinato estuvo tomando un té en casa de su amiga Triana y su madre. Lo que cuenta es que todo lo que ocurrió luego fue casualidad. Que ella aparcó su coche a 250 metros del lugar del asesinato y prácticamente a la misma hora que las dos acusadas dejaron el suyo a unos pocos metros de allí. Que estaba hablando con un trabajador de la ORA cuando vio venir a su amiga Triana andando, que le dijo: “tienes el coche abierto” y le dejó algo dentro. Que nunca más volvió a verla. En cuanto a la llamada de su amiga Triana, dice que no supo que era ella y que no se escuchaba bien. El testigo, ese empleado municipal, dijo que Raquel, a la que conoce, estaba como esperando a alguien y que entonces apareció Triana, a la que saludó. No vio ninguna entrega de bolsos ni de armas.
Pero el arma del crimen aparece en el coche de la policía municipal. Raquel Gago sostiene que no vio el bolso con el arma hasta el día siguiente, cuando fue a meter su bicicleta en el coche. Acudió entonces a la comisaría acompañada de un policía nacional, novio de su hermana. Y trató de explicar, llorando, que su coche estaba abierto y que Triana había dejado el arma dentro sin avisarla. El fiscal y las acusaciones creen que fue ella quien abrió el coche con el mando a distancia para que Triana dejara allí el arma del crimen.
Pero el abogado de Raquel que niega con mucha contundencia esas acusaciones…Y lo hace de una manera que habíamos visto pocas veces. En su escrito de conclusiones no hace un relato de hechos, sino que acusa al fiscal y a las acusaciones, por ejemplo, de “despreciar el resultado de las pruebas que se han practicado” o de “obcecación calificadora”. El abogado de la policía, Fermín Guerrero, dice que “todas las acusaciones son mentira”: Raquel no participó en un plan concertado para matar a Isabel Carrasco, no estaba esperando a nadie en la calle el día de los hechos, no colaboró en ninguna labor de seguimiento –tal y como sostienen las acusaciones–, es decir, es inocente de todo.
En su escrito, el abogado dice que algunos informes policiales son una chapuza y que su cliente colaboró de forma decisiva en la instrucción de la causa, cuando dijo que tenía el arma del crimen en su poder. El letrado habla incluso del “comportamiento cívico de Raquel Gago”, que ha evitado, dice, “un importante desembolso económico a la ciudad de León a la Comunidad Autónoma de Castilla y León y a la nación de España”. Se refiere a que la entrega del arma paralizó el drenaje del río que se había iniciado en busca del revólver. El hecho de que, después del asesinato, Raquel no contara a sus jefes que la tarde del crimen había estado con las asesinas, que se había encontrado con Triana minutos después de los disparos… Todo eso, el abogado lo atribuye a lo que él denomina “disonancia cogsnitiva”, una situación de estrés y bloqueo mental.
Raquel Gago dijo ante la jueza que cuando un compañero suyo le llamó y le dijo que Triana y su madre estaban detenidas en relación con el crimen de Isabel Carrasco ella se bloqueó. Sostiene que siguió con su vida normal, fue a trabajar, pero su mente estaba paralizada: “es como si mi cabeza no fuera capaz de pensar o de ver más allá, aunque haga otras cosas. Algo en mi cabeza se para”. Ese parón dura con la ciudad de León totalmente convulsionada, y con la agente Gago participando en el dispositivo del funeral de la política, por ejemplo.
El psiquiatra Alfredo Calcedo ha hecho un informe, encargado por su abogado, que avalaría este estado de bloqueo, pero el resto de especialistas que han visto a Raquel Gago no se lo creen. El abogado Fermín Guerrero ha pedido que durante el juicio se haga un careo entre el psiquiatra que da por bueno el bloqueo de Raquel y los que lo niegan.
Será el jurado entonces el que dictamine el estado de Raquel y, sobre todo, su participación en ese plan que acabó con la vida de Isabel Carrasco y que, según el propio abogado de la madre y la hija, llevaba tiempo madurándose, al menos en la cabeza de una de las procesadas, la autora de los disparos.
El escrito de conclusiones de madre e hija es también bastante sorprendente: dedica más de doce folios a relatar la persecución de la que habría sido objeto Triana por parte de la mujer asesinada. El escrito se remonta a 2006, cuando Triana, afiliada al PP, fue contratada por la Diputación de León para hacer un estudio sobre los equipos de telefonía que había en las distintas sedes de la entidad provincial. Tras este primer trabajo, que fue plenamente satisfactorio, Triana se incorporó a la Diputación en abril de 2007 en calidad de técnico superior ingeniero de telecomunicaciones, eso sí, fue contratada como interina. Y el escrito del abogado de Triana y su madre, bajo el epígrafe ‘El detonante de la persecución’, recoge un episodio sobre el que sospechamos que girará buena parte de las sesiones del juicio que han empezado hoy.
Preferimos contarlo tal y como figura en el escrito de conclusiones del abogado José Ramón García: “La relación de Isabel Carrasco con Triana fue buena, tomando mucho interés por Triana, a la que llamaba para todo tipo de trabajos, incluso fuera del horario laboral. Un día de enero de 2010 Isabel Carrasco citó a Triana en su domicilio a las 18 horas con la disculpa de que tenía que ponerle unas aplicaciones en el móvil. Isabel trató de besarla, agarrándola por la cintura con fuerza, demandándole relaciones sexuales, sintiendo verdadera repugnancia Triana, logrando que la soltara, diciéndole Isabel que no se preocupara, que quería estar con ella, que le gustaba, que se quedara”.
El escrito sigue contando con todo detalle ese episodio: “Triana seguía escuchándola de pie al mismo tiempo que cogió su bolso y le decía que prefería irse. Isabel, antes de que se marchara Triana, le dijo: ‘piensa lo que haces, conmigo tienes mucho que ganar y poco que perder, acuérdate que ya se han convocado las oposiciones para darte tu plaza en propiedad’. Triana abandonó precipitadamente la casa y a partir de entonces comenzó un auténtico calvario para Triana, ya que Isabel no aceptó ser rechazada e inició una auténtica persecución contra Triana, la cual llegó a perder en el año 2010 hasta 25 kilos de peso”.
Es decir, el abogado de Montserrat y Triana va a argumentar que las raíces más profundas del crimen de Isabel Carrasco se encuentran en ese episodio de acoso sexual. La política, despechada, decidió amargar la vida de su pretendida… Esa es la línea fundamental de defensa, que tiene un boquete importante, porque en las primeras declaraciones de Triana en la causa, ella dijo que no había tenido relación directa con Isabel Carrasco y no mencionó ese episodio de acoso. Fue a raíz de cambiar de abogado cuando comenzó a hablar de ese acoso. La madre sí dijo desde el primer momento que la política le había hecho la vida imposible a su hija, pero nunca habló de acoso sexual, y la policía cree que lo habría hecho si fuera cierto. En su escrito de conclusiones, el abogado de ambas relata toda una persecución en la que Isabel está permanentemente poniendo zancadillas y obstáculos a Triana.
Leemos textualmente: “la echa del trabajo cuando todo el mundo sabía que la plaza era para Triana; no le deja cobrar facturas por sus trabajos privados; le envía inspectores de Hacienda a diestro y siniestro; le pone pleitos para que devuelva el dinero que le ha pagado la diputación; impide que tome posesión de concejala en el ayuntamiento de Astorga y no deja que se vuelva a presentar en las elecciones de 2011; si algún empresario le ofrecía trabajo no se lo daban porque intervenía Isabel; si se tomaba algo con alguna persona y la veía Isabel, Triana ya no podía volver a salir con estas personas porque Isabel les advertía que no era conveniente que salieran con Triana”. El asunto sexual parece más bien un intento de la defensa de distraer, de mover el foco. Carrasco tenía fama de política dura, despiadada, pero tenía también una relación de pareja con un hombre.
Lo cierto es que esa supuesta persecución laboral, social, es la que desencadena, no solo el crimen, sino el estado mental en el que se encuentra Montserrat González en el momento del crimen. Un estado mental que reduciría su responsabilidad penal. Su abogado lo dice con estas palabras: “Montserrat, en el momento en el que sucedieron los hechos, padecía un trastorno de ideas delirantes que le produce un grave déficit en sus capacidades de conocimiento y voluntad, por cuyo motivo entendió que, tal y como dijo ella, ‘no tenía más remedio que darle muerte a Isabel Carrasco haciendo justicia y un beneficio a la humanidad’. En su escrito, José Ramón García dice que su cliente no dio muerte a Isabel “como presidenta de la Diputación, que lo era, como era consejera de trece empresas públicas y presidenta del Partido Popular, sino como una persona física con una maldad fuera de lo común”.
Hay aquí otro problema, y es la confesión de la asesina. La mujer pide a los policías que le dejen ver a su hija, que está en otra comisaría. Ellos le han hecho creer que su hija está muy mal y que le han quitado por ejemplo el cinturón para que no trate de suicidarse. Antes de ese encuentro madre e hija, la asesina dice a los policías: “me voy a declarar culpable y luego me voy a dar por loca”. Ya con su hija, la abraza, le dice que no se preocupe y cuando los policías les preguntan por el arma, la madre dice que no busquen en el río, que la tiene otra persona. Triana le susurra entonces: “mamá, no digas quién es, es policía municipal”. Media hora después de esa confesión, sorprendentemente, la policía Raquel Gago (habían pasado 30 horas desde el asesinato) llama a un amigo policía nacional y le pide que vaya a verla. Lo cierto es que el policía avisó a sus jefes que le mandaron a ver a su amiga. Y allí, en el coche, en el garaje, estaba la pistola, el arma del crimen.
Isabel Carrasco era una persona muy poderosa y muy polémica pero también tenía una pareja y una hija, que tendrán que escuchar estas cosas en el juicio. De hecho, madre e hija han pagado ya los 100.000 euros de indemnización que fijó el juzgado. Pero para la pareja y la hija de Isabel Carrasco será un juicio duro. La abogada de ambos, Beatriz Llamas, tratará de demostrar que la muerte de Isabel Carrasco fue la culminación de un plan elaborado por la Montserrat y Triana, en el que no está muy claro el papel de Raquel Gago. A su favor tiene el resultado de los registros practicados en la casa que compartían madre e hija: en la vivienda la policía encontró muchas fotos de Isabel Carrasco sola, con su pareja, llegando a su casa e incluso de su número dos, Marcos Martínez. También encontraron siete paquetitos de marihuana (627 gramos en total) listos para vender dentro de una bolsa de Carolina Herrera. Las dos han sido condenadas a un año y medio de cárcel por ese delito contra la salud pública.
En el crimen, contra Triana también está el historial del ordenador que manejaba: la joven había consultado varias páginas de internet sobre armas y munición. No hizo falta, porque su madre se encargó de comprar el arma homicida y otra pistola hallada en su domicilio a un delincuente de Gijón, ciudad en la que había estado destinado el padre y marido de las procesadas, un inspector jefe que también declarará en el juicio.