TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: El final de la leyenda de El Negro

Hace quince años que en los territorios policiales empezamos a oír hablar de El Negro, un misterioso y sin nombre traficante de drogas, protagonista de una de las fugas más escandalosas de nuestra historia judicial. Hace unos días, El Negro se sentó finalmente en el banquillo, aunque de manera muy breve, porque ni siquiera hubo juicio: llegó a un acuerdo con el fiscal para cumplir quince años de prisión, en lugar de los 60 que le pedían en principio. De este tipo –del que ni siquiera se conoce a ciencia cierta su identidad–, de su fuga, de su captura y de otros misterios alrededor de él hablaremos en Territorio Negro.

ondacero.es

Madrid | 20.01.2014 17:55

Empezamos por el final de la historia. La semana pasada, El Negro se sentó en el banquillo de la Audiencia Nacional… Con trece años de retraso, eso sí.El Negro se sentó la semana pasada en el banquillo de la Sección Cuarta de lo Penal de la Audiencia Nacional, la que ya en su día juzgó la operación Temple, en la que digamos se dio a conocer este tipo en España. Lo que ocurrió fue que este narcotraficante se declaró conforme con el relato de hechos del fiscal, que le situó a la cabeza de una organización que a finales de los años 90 intentó introducir en España 11 toneladas de cocaína. Y el Negro se conformó con 15 años de prisión, una condena sensiblemente inferior a la que tuvieron los principales acusados por aquella operación Temple.

Es decir, que otros condenados que no se fugaron y que fueron juzgados en su día tuvieron peor suerte con la sentencia que este cabecilla que se escapó. Parece algo ilógico. Alfonso León, por ejemplo, el jefe, el número uno de los 35 que se sentaron en el banquillo, fue condenado a 34 años de cárcel. Y eso que colaboró con la justicia, entre otras cosas para acusar a El Negro de ser el delegado de los carteles colombianos encargados de introducir, asociados con grupos gallegos, los alijos de droga en España. El testimonio de León también sirvió para condenar en esta misma causa a Francisco Javier Martínez Sanmillán, alias Frankie, un tipo que estuvo 14 años fugado de la justicia. La organización de Frankie era la encargada del transporte de la droga desde alta mar hasta su destino final.

Parece una pena algo escasa para alguien que, según decís, era ni más ni menos que el hombre fuerte de un cártel colombiano en España… En el acuerdo ha debido ayudar, sin duda, algún tipo de colaboración con la Justicia. El Negro es un tipo muy importante y tiene mucha información. La organización desmantelada por la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía en la operación Temple –se llamó así porque los implicados se reunían en el hotel de ese nombre que hay en Ponferrada–  probablemente sea la más importante que se ha instalado nunca en nuestro país. La red controlaba desde la producción de la pasta de coca en Bolivia y Perú, hasta su procesamiento en Colombia y, por supuesto, su transporte hasta España. De la importancia de El Negro y su red da una idea el hecho de que aún hoy ni siquiera sepamos con exactitud cuál es su identidad.

No hay duda de que quien se sentó en el banquillo era El Negro, el mismo que fue detenido en la operación Temple en 1999: conserva las mismas huellas dactilares. Pero no sabemos si es Carlos Ruiz Santamaría –el nombre con el que fue detenido, encarcelado y procesado en España– o cualquiera de las otras identidades que ha adoptado en este tiempo. Ese tal Carlos Ruiz, además, no es mexicano, como dice, sino que todo apunta a que es colombiano.

Y ese Carlos Ruiz Santamaría es el que huyó de España unos días antes de que tuviese que enfrentarse a juicio por la operación Temple, allá por 2001. El 14 de enero de 2002 era el día previsto para que comenzase en la Audiencia Nacional el juicio de la operación Temple. El 22 de diciembre, tres semanas antes,  El Negro salió de la prisión de Valdemoro donde estaba desde que había sido detenido gracias a la orden de libertad firmada por los magistrados de la Audiencia Nacional Juan José López Ortega, Carlos Cezón y Carlos Ollero. Los jueces dieron credibilidad al informe del psiquiatra de la prisión de Valdemoro, Ángel Hebrero, que aseguraba que, de seguir encarcelado, El Negro podría suicidarse, ya que padecía un trastorno bipolar.

Cuatro días después de salir de prisión, El Negro estaba de compras en El Corte Inglés con su esposa, una venezolana que entonces estaba embarazada. Según el testimonio de la mujer, el traficante recibió allí mismo una llamada en su teléfono móvil y sin despedirse de ella, subió a la planta de caballeros, desde donde desapareció. Ese día fue el que saltó a la prensa el escándalo de su puesta en libertad y el mismo día que uno de los magistrados, Carlos Cezón, llamó al abogado de El Negro para decirle que su cliente y él tenían que ir al día siguiente a la Audiencia Nacional.

Evidentemente, allí no se presentó nadie, claro. El Negro desapareció sin dejar rastro. El escándalo fue enorme. Por primera vez en la historia de la Audiencia Nacional, una sala entera fue aniquilada: el fiscal puso una querella por prevaricación contra los tres magistrados, el Consejo General del Poder Judicial expedientó y suspendió a los tres jueces por “desatención” en su trabajo. Siete meses para Cezón y seis de suspensión para López y Ollero fueron las durísimas condenas impuestas.

La sanción a los jueces también se rentabilizó políticamente por el PSOE, aquí no se libra nadie, y por los sectores más a la izquierda de la judicatura, que tiraron de teorías conspiratorias y dijeron que la fuga de El Negro había sido solo una excusa para depurar a estos jueces progresistas que, por ejemplo, estaban lejos de la línea dura que el Gobierno de Aznar mantenía entonces contra ETA.

Rentable o no políticamente, los tres magistrados salieron de la Audiencia Nacional, y no precisamente sin mácula. La mácula se la quitó dos años después el Tribunal Supremo, organismo al que los tres recurrieron sus sanciones y que ya había archivado la querella que el fiscal interpuso por prevaricación. El alto tribunal anuló la sanción e incluso obligó a pagar a dos de los jueces una indemnización por daños y perjuicios. El Supremo dijo que la decisión de los magistrados había sido simplemente errónea, pero que no suponía desatención. Al Supremo le dio igual la evidencia de que la mujer de El Negro mantuviera una fluida relación con los magistrados o que las deliberaciones entre los jueces para tomar una decisión tan importante como soltar al traficante tres semanas antes del juicio durasen menos de veinte minutos.

Ángel Hebrero, el psiquiatra de Valdemoro, fue el que se llevó la peor parte. Incluso pasó un día en prisión, acusado de cohecho, de haber cobrado dinero del narcotraficante a cambio de ese informe que le diagnosticaba conductas suicidas. Además, fue sancionado por la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, que le suspendió. Todo se le complicó bastante cuando llegó un anónimo en el que se contaba con todo detalle cómo había obtenido El Negro la libertad.

Era una carta matasellada en la estación de tren sevillana de Santa Justa. En ella, un supuesto ex compañero de prisión de El Negro contaba que éste había pagado 2,3 millones de euros el presidente del tribunal que le liberó, Carlos Cezón, y al psiquiatra Ángel Hebrero, a través de un funcionario de la Audiencia Nacional. Se registraron varios domicilios de Hebrero y se investigaron sus cuentas: el médico no pudo justificar de manera convincente la procedencia de unos 36.000 euros encontrados en sus depósitos ni cerca de 54.000 euros más hallados en dólares y otras monedas. Dijo que le sobraba dinero de los viajes, que había vendido un chalé en Valdemorillo, que tenía una consulta privada en la que cobraba siempre en dinero negro… En fin, que Hebrero sigue dedicado a la psiquiatría y no regresó a prisión, al menos como recluso.

Es decir, que la fuga de El Negro no tuvo graves consecuencias para nadie, salvo para, una vez más, la credibilidad del sistema judicial. Y mientras todo esto pasaba, ¿qué hacía El Negro?

La policía le tuvo mucho tiempo en sus listas de los fugitivos más buscados y realizaba toda clase de gestiones para localizarle. Los colaboradores de la Brigada Central de Estupefacientes le situaban en las selvas de Colombia y Venezuela, dirigiendo la producción de cocaína para el cartel del Norte del Valle, uno de los mas poderosos del planeta, dirigido por uno de los narcos más astutos del mundo, Juan Carlos Ramírez Abadía, alias Chupeta, que cumple condena en Estados Unidos desde 2008.

Y en ese mismo año, 2008, es cuando se vuelve a tener noticias de El Negro. El 2 de mayo de 2008, la policía de Sao Paulo, en Brasil, detuvo a un tipo llamado Manuel Oliveira Ortiz. Lo arrestaron por tráfico de éxtasis y falsificación de documentos. Meses antes había sido detenido en la misma ciudad brasileña Ramírez Abadía, Chupeta. Tras varios meses, se supo que Oliveira no era un empresario brasileño, tal y como había intentado hacer creer. En la cárcel de Sao Paulo tuvo un desliz: a pesar de manejar con soltura el portugués, se le escapó la palabra castellana ‘hijo’, en lugar de la portuguesa ‘filho’. Esto levantó las sospechas de la policía, que destapó un escándalo enorme y, de paso, averiguó que habían capturado a un traficante buscado en medio mundo.

En febrero de 2009, Interpol confirmó que las huellas del supuesto Oliveira eran las mismas que las de Carlos Ruiz Santamaría, El Negro, el narco presuntamente mexicano reclamado por la justicia española, que en ese mismo momento solicitó la extradición. Pero es que las huellas también correspondían a un traficante colombiano llamado Ramón Manuel Yepes Penagos, natural de Riofríos y reclamado por Estados Unidos y Alemania. En Colombia, su ficha policial habla de delitos como blanqueo de dinero, tráfico de drogas y asesinato. Al descubrirse su verdadera identidad, El Negro –también conocido como El Flaco y como Pelopincho– empezó a cantar.

Relató que era un estrecho colaborador de Chupeta. Contó que era el encargado de mandar a Colombia la fortuna del jefe del cartel, que se instaló en Brasil tras una guerra en el seno del grupo de narcotráfico. Chupeta llegó al país carioca con una fortuna en metálico de 70 millones de euros, que El Negro se encargó de mandar de regreso a Colombia con correos humanos que viajaban en vuelos comerciales desde Brasil a Colombia. En cinco semanas, todo el dinero de Chupeta estaba a buen recaudo.

Y El Negro también contó cómo se libró en un primer momento de su extradición a España. El narco dijo que había pagado unos 200.000 dólares a los policías que le detuvieron para que se deshiciesen de la documentación mejicana y colombiana que le encontraron. Quería ingresar en prisión con una identidad brasileña, ya que de esta manera se aseguraba que no sería extraditado, algo que le salió bien hasta su desliz con el idioma. Los policías a los que acusó fueron detenidos y formaban parte de un grupo de corruptos que fueron acusados de cobrar más de un millón de dólares del propio Chupeta: secuestraron a dos hombres y una mujer de su confianza y pidieron un millonario rescate por sus vidas.

Ya vemos que El Negro, sea cual sea su verdadera identidad, está acostumbrado a pagar para solucionar cualquier problema. Fue extraditado el verano pasado. Nada más aterrizar procedente de Brasil, fue llevado a la Audiencia Nacional. La sección cuarta, la que antaño componían los tres magistrados que le pusieron en libertad, decretó su ingreso en prisión hasta el juicio, el que se celebró la semana pasada. Ahora suponemos que El Negro luchará para que se le cuenten los más de tres años pasados en prisión en Brasil como parte de la condena. Lo que parece claro es que sus tendencias suicidas, esas que le vieron en la Audiencia Nacional española, no se han manifestado en estos trece años de su vida como traficante por el mundo.