Antes de entrar en ese mundo siniestro, en ese harén en suelo español, queremos hacer una rectificación sobre el último territorio negro, en el que hablamos del asesinato de Isabel Carrasco, la jefa del PP en León.
Alguien que sabe mucho del caso, y que nos quiere bien, nos avisó la pasada semana de que habíamos cometido un error. Dijimos que la policía municipal Raquel Gago, que está en prisión por el caso, ayudó a conseguir el arma del crimen a su amiga Triana y su madre, la autora material del asesinato. Pues bien, aunque no nos dan muchas más pistas, nos aseguran que Raquel, la policía local, no participó en la búsqueda del arma del crimen. Está en prisión por otros motivos.
Ahora vamos a viajar, ojalá que fuera en el tiempo, pero no. Solo en el espacio, hasta Marbella, en la urbanización Balcones de Sierra Blanca. En una de esas mansiones, decís, la policía ha descubierto un harén donde estaban retenidas hasta diez mujeres y siete niños.
Es un caso muy extraño. El hombre que vive en el palacio es un ciudadano iraní, un supuesto empresario llamado Shoja Shojal, a quien llaman Sasha o El Protector. Tiene 57 años y dice que ha hecho una fortuna con el petróleo. El hombre disfruta desde hace unos ocho años de un maravilloso palacio que cuesta 11.000 euros al mes de alquiler.
El 27 de marzo, dos mujeres asustadas acuden a la comisaría de Marbella. Denuncian que sufren violencia y amenazas por parte del mismo hombre, con el que viven en el palacio de Marbella. La mujer danesa de 33 años, es la esposa legal del iraní, y otra, algo más joven, es una de las inquilinas de la casa desde hace cinco años.
Los agentes escuchan atónitos la historia de la esposa y la amante del iraní. Las dos coinciden en malos tratos y amenazas. Las dos tienen hijos con el hombre, que también maltrata incluso a un crío de tres años. Las dos dicen que les quita el dinero y que en la casa, y aquí los policías se miran, viven otras nueve mujeres y un total de siete niños, todos hijos de Shojal. La esposa oficial solo puede dar el nombre de pila de otra de las mujeres, porque desconoce más datos de ellas.
La policía acude a ese palacio para comprobar si esta historia es real. El hombre, el protector, como se hace llamar, no está. Los policías acuden con las dos mujeres y reflejan en su atestado que se trata de un palacio de casi 11.000 metros cuadrados, con 120 de fachada frente al mar, dividido en varias estancias independientes, como tres casas diferentes, con dos piscinas y un montón de obras de arte, alfombras, esculturas de caballos. Cuando avanzan por algunas estancias, salen a su encuentro siete mujeres más y varios niños.
Los policías describen así lo que vieron: “del interior acuden siete mujeres y varios niños, que mantienen en principio un comportamiento temeroso, presentando síntomas evidentes de nerviosismo y ansiedad… Tras entrevistarse con Madina y los agentes, comienzan a abrazarse entre ellas, salvo dos”.
Las nueve mujeres que vivían en la casa Saf son todas extranjeras, en efecto. Dos son rusas, dos de Kazajistán, una de Lituania, otra de Turkmenistán, una alemana, una de Mongolia y otra más, la esposa del dueño, de Dinamarca. Hay dos que se resisten a denunciar al iraní, aunque al final solo una rechaza declarar ante la policía. En la casa llegó a haber once mujeres, pero una de ellas, una joven rusa , se fue de allí tres semanas antes o, según algunas mujeres, fue expulsada de la casa.
La joven rusa estaba viviendo en Málaga. A la policía le ha contado que Shojai, el hombre, la agredió sexualmente varias veces y de forma “brutal”, tanto que ella necesitó asistencia médica tras presentar lesiones vaginales graves.
Su relato es muy similar. Tres de ellas afirman haber visto pastillas de Rohipnol, un somnífero al que la policía define como la droga del amor, porque la utilizan agresores sexuales para conseguir doblegar la voluntad de mujeres y que luego no se acuerden de lo que ocurrió. La policía encontró de hecho hasta 23 pastillas de Rohipnol en el palacio. El iraní asegura que las tomaba una de las mujeres por prescripción médica.
Todas las víctimas son mujeres jóvenes y de familias bien de sus países. “Son bien parecidas, con alta formación académica y sin necesidades económicas, más bien al contrario”, leemos directamente del informe policial. Ellas aseguran que estaban estudiando masters y cursos en Londres (menos una que estudiaba en Barcelona) cuando apareció por allí el iraní, que se presentaba como un potentado del petróleo. Las conocía y les ofrecía venirse a España, a su mansión, para trabajar en el mundo de la moda.
La mujer danesa, se casó en Londres con el iraní en el año 2006, y lo abandonó para irse a cuidar a su padre, enfermo. Él siguió mandándole dinero para ayudarla, asegura. Fue entonces cuando Shojan decidió buscar otra mujer en Londres. Y allí reclutó, según ha admitido él ante la juez cuando fue detenido, a varias de las chicas. El hombre confesó que había tenido relaciones sexuales con seis de esas mujeres, explicó que no se tomaban precauciones y admitió también ser el padre de seis de los niños. Insistió en que la relación con ellas era laboral y afirmó que eran las chicas las que se acercaban a él, que no tiene que ver con sus creencias religiosas. Y dijo que no había violado a ninguna y que quien quisiera podía irse de la casa.
La esposa legal, la que ahora le denuncia, volvió con él en su día. Y es otro de los misterios de la Casa Saf. Shojan vivía solo en una zona aislada de la mansión. En otra estancia independiente vivía su mujer danesa con los dos hijos de la pareja. Y en la tercera estaban las otras nueve mujeres, a veces eran siete, con otros cinco niños.
Todas las mujeres han declarado que, nada más llegar al palacio, el hombre les prohibía el uso de redes sociales –había wifi y conexión en todas las habitaciones- y el contacto con sus familias. Eran ellas, las familias, las que pagaban el alquiler de la mansión, unos 11.000 euros, porque el potentado parece que no lo es tanto (ahora dice que gana unos 75.000 dólares al año y la empresa petrolífera que asegura ser suya no aparece en ningún listado ni registro oficial). Todo, bajo un clima de terror.
Sí, porque este hombre, que está en libertad, pásmense, está acusado de maltratar y amenazar a estas nueve mujeres, tiene órdenes de alejamiento contra ellas... La policía refleja cómo ellas se echan a llorar cuando explican lo que han pasado estos años. El hombre les decía que era amigo de Obama, de Putin y que era capaz de arruinarles la vida a ellas y a sus familias si le desobedecían. Debían pedirle permiso para salir y estar siempre, leemos textualmente, contentas y disponibles para él.
A una de ellas le dijo: “te mataré y te enterraré en el jardín. Pondré a tu familia en la cárcel y me encargaré de que violen a tu madre”. Una víctima más: “si me marchaba de la casa, mi vida terminaría, me decía que alguien me cortaría en trozos y me dejaría en la basura”. Otra recordaba: “me decía que si le engañaba mataría a mi hijo delante de mí, pero que si hacía lo que me ordenaba y sonreía, todo iría bien”.
Muchas de estas mujeres tuvieron hijos con este hombre. Y la vida de esos niños era otro arma para amenazarlas, paralizarlas. Incluso las exigía que pidieran dinero a sus familias para mantenerlo. Llegaron a darle entre 100.000 euros y un millón de euros, según las denuncias. Cuando la juez ordenó que este hombre no pueda acercarse a ellas, las mujeres se echaron a llorar. Habían llorado también ante la policía, porque, leemos el atestado: “mantienen gran miedo y temor a las represalias y con gran sentimiento de vergüenza ante los hechos que relataban”. Cinco de ellas están en casas de acogida y otras han vuelto con sus familias.
La versión que cuenta este hombre, este supuesto empresario iraní es muy distinta. Aseguró ante la policía y el juez que las mujeres estaban allí porque querían, que salían para llevar a los niños al colegio, que algunas, tres de ellas, llevaban a sus novios a la casa (lo cierto es que esos novios no han aparecido). Que daban clases de idiomas, de artes marciales y de equitación y que tenían nueve coches y varias cuentas corrientes a su disposición. Shojai recibió en su palacio a nuestro compañero Juan Cano, un sucesero curtido del diario Sur de Málaga, y le explicó que las mujeres iban incluso a desfiles de moda en el extranjero. Y que siempre volvían a la casa. Toda esta historia la han ideado, según el iraní, dos de sus supuestas concubinas, para vengarse de él.
Dos semanas antes de acudir a denunciar el caso ante la policía, varias de las mujeres que vivían en Casa Saf contrataron a una empresa de mudanzas de Estepona, muy cerca de allí. Mientras el hombre estaba en el calabozo -pasó allí casi 48 horas- un camión acudió al palacio y recogió 300 piezas de oro y diamantes, 50 alfombras persas, cuatro tapices franceses, diez estatuas de bronce, 500 cubiertos de plata, cuatro televisores, cinco cuadros y 15.000 euros en efectivo… Todo ello valorado, según el iraní, que asegura que todos los bienes son suyos, en unos cinco millones de euros.
Ellas no han dicho nada sobre ese tema. El hombre insiste en que los bienes son suyos y el camión está inmovilizado en un garaje por orden del juez, a la espera de ver quién acredita ser el dueño de cada pieza de arte.
Algo se nos escapa. Los vecinos y algunos empleados han certificado que las mujeres salían de la casa, con gafas de sol y bolsos de Louis Vouitton. Hay quien fantaseaba con que el iraní se dedicaba a rodar películas porno en la mansión. Y lo que sí han declarado las mujeres, y puede que explique su temor ante las amenazas de El Protector, es que en la mansión había numerosas fiestas privadas.
Las jóvenes han declarado que eran cenas, barbacoas, fiestas de todo tipo. Y que allí iban, de la mano del iraní, vamos a citar la declaración de las mujeres, exclusivamente hombres, que su protector les presentaba como “importantes personalidades de la zona, hombres de negocios y mandos de la policía”.
Lo que no sabemos, y dudamos que la investigación llegue a conocerlo, es si esos hombres que iban a las fiestas del harén de casa Saf eran realmente políticos, empresarios y policías o impostores que el iraní presentaba así a las mujeres para aumentar su poder y control sobre ellas. Cada oyente, seguramente, se habrá formado una idea.