En el primer Territorio Negro del año, Luis Rendueles y Manu Marlasca nos cuentan en 'Julia en la onda' la historia de un asesino en serie que anduvo campando por España hace un par de años, aunque la investigación sobre sus crímenes no concluyó hasta hace bien poco y fue posible gracias a la colaboración ciudadana. Hacer un viaje que va desde la provincia de Alicante hasta un psiquiátrico penitenciario en la frontera entre Rusia y Bielorrusia.
Todo comenzó el 6 de noviembre de 2020 en La Hoya, una pedanía de la localidad alicantina de Elche. Allí, en una zona conocida como el canal del progreso, Alicia Valera, una funcionaria de Justicia de cuarenta y cinco años, saca a pasear a su pequeño perro en torno a las cinco y media de la tarde. Minutos después, un vecino encuentra su cadáver semihundido en una acequia cercana que llevaba bastante agua. Alicia está descalza y el asesino ha tratado de dejar el cuerpo bajo una pequeña pasarela de la acequia. El hombre que encuentra su cadáver dice que ha visto a un hombre salir corriendo de la misma zona.
¿Qué conclusiones sacan los investigadores de esa escena del crimen?
Alicia conserva las llaves de su casa y el teléfono móvil; su perro ha salido corriendo del lugar y sí hay algo muy llamativo en la escena: el asesino se ha llevado las zapatillas de la víctima, unas deportivas de color blanco. La mujer, según dictamina la autopsia, ha muerto asfixiada y ahogada: su asesinó la estranguló mientras la sumergía en la acequia. Tenía barro y agua en los pulmones.
Los investigadores de la comisaría de Elche hacen un muy buen trabajo. Sin esos primeros pasos bien dados, seguramente la operación no habría acabado bien. Los agentes toman declaración a todas las personas que han podido ver algo. Un testigo dice que se le acercó un tipo raro, con aspecto de proceder de un país del este de Europa, con ojeras, y que daba un poco de asquito, dice; otro describe a un hombre con chándal con capucha y el rostro cubierto por una mascarilla; una mujer dice que ve a un hombre correr con unas zapatillas de color blanco en los brazos, las que le faltaban al cadáver de Alicia.
Junto a la acequia donde está el cadáver y en la correa del perro de Alicia, la policía encuentra sangre que no es de la víctima: al analizarla, se comprueba que contiene ADN de un varón, es la huella biológica del asesino, que se debió hacer una pequeña herida en el forcejeo con Alicia. El perfil genético es introducido en CODIS, una base de perfiles de ADN anónimos y de autores de hechos delictivos, y hay una coincidencia, un match. Ese mismo perfil ha sido recogido en otro hecho delictivo y no muy lejos del lugar del crimen de Alicia. Es decir, el asesino ha estado en otro escenario.
El 11 de agosto de 2020, tres meses antes del crimen de la funcionaria de justicia, un agricultor llamado Antonio Joaquín Huerta trabajaba en su finca de una pedanía de Torrevieja (Alicante) llamada Los Montesinos. El hombre estaba a bordo de su tractor cuando su asesino le propinó una docena de puñaladas con un arma blanca de grandes dimensiones, probablemente un machete de caza o algo similar. Uno de los cortes, a la altura de las cervicales, estuvo a punto de decapitarlo por completo. En este caso, que fue investigado por la Guardia Civil de Alicante, el asesino tampoco había robado nada: Antonio Joaquín conservaba la cartera con unos veinte euros y su coche con las llaves puestas estaba junto al tractor.
Aunque el asesino no se llevó nada, sí que dejó una muestra de ADN en la escena al igual que en el caso de Alicia. El asesino se hizo un corte y en la escena había, además de toda la sangre de la víctima, unas gotas que no correspondían con su perfil. Pertenecían al mismo varón que estuvo en la escena del asesinato de Alicia. No había duda de que el crimen investigado por la Policía, el de la funcionaria, y el investigado por la Guardia Civil, el del agricultor, habían sido cometidos por un mismo autor.
¿Cómo trabajan la Policía y la Guardia Civil?
En este caso –desgraciadamente, no siempre es así– la Policía y la Guardia Civil se entendieron muy bien, trabajaron conjuntamente. La UDEV Central, la élite de la investigación de la Policía Nacional, se sumó a las investigaciones y lo primero que hicieron fue buscar hechos similares. Si en poco tiempo, ese asesino había cometido dos crímenes, ni parecía descabellado pensar que podía haber matado alguna otra vez. Y la Guardia Civil puso sobre la mesa un extraño suceso, que no acabó con una muerte, pero que podría tener relación con el mismo autor.
El 16 de julio de 2020, es decir, un mes antes del asesinato del agricultor, Josefa, una mujer de cincuenta y ocho años de Torrevieja –la misma localidad donde ocurrió el crimen del tractorista–, estaba limpiando el portal cuando un tipo delgado, con gafas de sol, vestido con bermudas y camiseta y armado con un cuchillo de grandes dimensiones, comenzó a golpearla y a jugar con el arma blanca delante de su rostro, amagando con pincharla. Un vecino que bajaba en ese momento a la calle puso en fuga al extraño agresor.
La Guardia Civil contaba con imágenes de este agresor. Fue grabado por unas cámaras en su huida y su aspecto era compatible con la descripción que los testigos dieron del asesino de Alicia, la funcionaria asesinada en Elche: delgado, con aspecto de proceder del este de Europa. Además, el suceso ocurre en Torrevieja, donde es asesinado el agricultor, y no lejos de Elche. En este caso no había ADN, así que los investigadores se centran en los dos crímenes que, según la ciencia, habían sido cometidos por la misma persona.
¿Qué pasos se dan cuando no hay más que eso, un rastro biológico que une dos crímenes?
Los investigadores se fijan en lo común, en las semejanzas en uno y otro crimen, y en las diferencias, que también son muchas: una víctima es hombre y otra mujer; en un caso se emplea un arma blanca y en otro el asesino mata con sus manos; en uno de los crímenes el asesino se lleva un extraño botín, las zapatillas, y en otro, nada. Las semejanzas empiezan por la proximidad de los dos escenarios –unos cuarenta kilómetros, treinta minutos en coche– y el entorno rural: un campo de cultivo y una acequia.
La Policía le enseña a la familia de Alicia las fotos de Antonio Joaquín y a la inversa, a ver si les sonaba de algo. Indagando en la vida de una y otra víctima, descubren que el agricultor tenía algunas deudas y que Alicia había estado destinada en el juzgado de Orihuela –donde él tenía algunas tierras– y se había encargado de la ejecución de los embargos. Pero ese dato tampoco lleva a los investigadores a ninguna parte, así que continúan las pesquisas de forma artesanal, a la vieja usanza.
Pues, por ejemplo, los agentes buscan teléfonos que hubiesen coincidido en las proximidades de los dos crímenes a las mismas fechas y horas en las que ocurren los asesinatos: hay 140 teléfonos coincidentes y la policía comprueba uno por uno para descartar que entre ellos esté el asesino. También, dado el escenario rural y la insistencia de varios testigos en que el criminal podía ser un ciudadano del este de Europa, se pide a las empresas de trabajo temporal de la zona que faciliten las identidades de todos los trabajadores del este de Europa que han sido contratados para labores del campo en los últimos meses… Pero nada da resultado.
Antes de recurrir a la colaboración ciudadana se intenta trabajar con ese ADN, que es la mejor prueba posible, siempre y cuando haya alguien con quien cotejarlo. Se pide a través de Interpol que Rusia, Ucrania y otros países de esa zona cotejen el ADN hallado en los escenarios, pero esa gestión puede llevar –sin guerras de por medio– unos dos años de media. También se pide a la universidad de Santiago de Compostela una ampliación del análisis de ADN, una mayor precisión, tal y como se hizo en el caso de Eva Blanco, un crimen resuelto diecinueve años después de haberse cometido.
¿Y qué dice esa ampliación del análisis de ADN?
En el caso de Eva, una joven asesinada en Algete, dijo que la muestra que estaba en el cadáver de la chica era de un ciudadano magrebí, como así fue. En este caso, el ADN de los dos escenarios pertenecía, según los biólogos de Santiago, a una persona de ojos claros, rubia y de procedencia eslava. Al recibir ese informe, los investigadores se acordaron de las imágenes del hombre que salió corriendo tras agredir a Josefa, la vecina de Torrevieja. El hombre de la imagen correspondía con ese perfil que dieron los científicos de Santiago. Y alguien tomó una buena decisión: difundir las imágenes para ver si alguien reconocía al agresor.
El primer día que las redes sociales de la Policía Nacional y los medios de comunicación lanzaron la imagen, la UDEV Central, que se encargaba de recibir las llamadas, recibió al menos una docena de pistas buenas. Varias personas dijeron que el tipo flacucho, rapado, con un cuchillo en la mano, era Nikolai Tiskov, un joven ruso que llevaba más de una década afincado con su familia en la provincia de Alicante. Varios de los comunicantes dieron algunos detalles que alarmaron a la Policía: el chico parecía tener serios problemas mentales, lo que encajaba con ese asesino errático y sin móvil aparente que buscaban.
Muchos coincidían en que siempre había sido un tipo extraño, pero que a su vuelta de cumplir los dos años de servicio militar en Rusia regresó muy trastornado: agredió a un amigo sin motivo aparente, enviaba mensajes de voz con voces distintas, como si tuviese múltiples personalidades, quiso pegar a un vecino porque decía que le vigilaba… Un cuadro de enfermedad mental grave.
Indagan en su entorno y averiguan que la madre de Nikolai administraba varias empresas inmobiliarias en Alicante con clientela rusa y que a finales de noviembre de 2020, toda la familia abandonó precipitadamente la casa donde vivían, en La Hoya, a apenas dos kilómetros del escenario del crimen de Alicia. La Policía comprueba que Nikolai salió de España en avión, con dirección a Moscú, el 20 de noviembre de 2020, gracias a un billete comprado por su madre el día 7 del mismo mes, es decir, un día después del asesinato de Alicia.
A las pocas semanas de llegar a Moscú, Nikolai asesinó a puñaladas a la empleada de un estanco. Fue detenido, juzgado y condenado. Dado su estado mental, pasó por un psiquiátrico de la capital rusa hasta que fue trasladado a un psiquiátrico penitenciario en la frontera de Rusia con Bielorrusia. Y mientras, las autoridades rusas enviaron a las españolas el ADN del asesino de la estanquera de Moscú que, como era de esperar, coincidía al cien por cien con el de la funcionaria de justicia de Elche y del agricultor de Torrevieja.