Territorio Negro: José Rabadán, el asesino de la katana
José Rabadán Pardo ha reaparecido gracias a un documental emitido recientemente por el canal D-Max. Como él mismo dice, a los 16 años mató a sus padres y a su hermana, de tan solo 9 años, con una katana, una espada japonesa que le había regalado su padre un poco antes. Hoy, traemos un territorio vintage –aunque no mucho, han pasado solo 17 años– en el que recordará, precisamente, el crimen de Rabadán, un crimen cometido cuando faltaba muy poco para poner en marcha la Ley de Responsabilidad Penal del Menor y que llenó de dudas su estreno por la crueldad de estos asesinatos y la benevolencia de la condena de Rabadán.
Lo primero que hay que decir es que José Rabadán Pardo, hoy un hombre de 33 años, ya ha saldado sobradamente sus cuentas con la Justicia.
José Rabadán tenía 16 años cuando el 1 de abril del año 2000 asesinó a sus padres, Rafael Rabadán de 51 años, su, Mercedes Pardo, de 54 y a su hermana María, de nueve. La Ley de Responsabilidad Penal del Menor entró en vigor nueve meses después (en enero de 2001) y, por tanto, Rabadán fue juzgado de acuerdo con esa norma.
La sentencia le condenó a seis años de internamiento –los máximos establecidos por la Ley del Menor– y dos de libertad vigilada. José pasó ocho meses en la prisión de Sangonera, en Murcia, y el resto de su condena en el centro de menores La Zarza, de donde salió en diciembre de 2005, algo antes de tiempo gracias a los informes favorables de los educadores. La asociación evangélica Nueva Vida le acogió en una casa en Cantabria, donde acabó de cumplir su libertad vigilada. Así que desde 2008, Rabadán es un hombre absolutamente libre.
Y casi diez años después de saldar sus cuentas, Rabadán decide conceder una entrevista y hacerse visible, ponerse bajo los focos, algo que no deja de sorprender.
No deja de sorprender precisamente porque él ha tenido un perfil muy bajo todos estos años, ha tratado de pasar inadvertido y lo había conseguido. En Nueva Vida conoció a su esposa, hija de un pastor evangélico, con la que se casó hace once años y con la que tiene una hija de tres.
En estos años ha vivido en Cantabria, dedicado, según decía en el documental, a ser bróker financiero. Lo cierto es que un periodista de Cuarzo, la productora que ha hecho el documental, llevaba varios años intentando entrevistarle y ni sabemos cómo ni bajo qué condiciones Rabadán admitió convertirse en el protagonista del documental y exponerse tal y como lo hizo.
El primer efecto de la emisión del documental y de la repercusión que ha tenido ha sido, sin duda, el recordar aquellos terribles crímenes. Además, el documental muestra por primera vez unas imágenes muy duras, las de la inspección ocular del escenario. Es decir, la escena del crimen tal y como la encontró la Policía.
Probablemente sea la parte más dura y más interesante periodísticamente del documental. Rabadán se empleó con una violencia bestial en sus crímenes. Entre los tres cuerpos había más de 70 golpes de katana y de machete, como explicaremos más adelante y además, el asesino arrastró los cadáveres para llevarlos a la bañera, así que la escena era tremenda, tal y como la hemos visto en el documental. La policía llegó a la escena tras la llamada de Guillermo, un amigo de Rabadán, al 091. El criminal le llamó y le contó lo que había hecho después de que él mismo avisase a la policía hasta dos veces y no le creyesen.
Es decir, mata a toda su familia, sale de casa, llama a la policía, que no le cree, llama a su amigo y se lo cuenta… Esas fueron las horas posteriores al crimen, pero, ¿cómo fueron las anteriores, las últimas horas de vida de su familia?
Pues vamos, a partir de ahora, a relatar lo ocurrido con las propias palabras de Rabadán, no las del documental, sino las que pronunció ante la policía cuando fue detenido en un interrogatorio que ya es historia del crimen: “Esa noche mi madre me había preparado la cena. Después de cenar, me duché. A las diez y media me conecté al chat y estuve hablando con Sonia hasta las tres de la madrugada. A esa hora me acosté para dormir”.
Sonia era una chica de Barcelona a la que conocía a través de un chat de internet, Hispachat –recordemos que en el año 2000 no existía whatsapp y los canales de chat estaban muy extendidos entre los jóvenes–. No se habían visto nunca, pero fue una de las personas a las que llamó para contarle su crimen y tenía intención, tras acabar con su familia, de viajar hasta Barcelona para conocerla. De hecho, fue detenido tres días después del crimen en la estación de Alicante, cuando intentaba subirse a un tren destino a la Ciudad Condal junto a un chico al que había conocido en su huida que le dio cobijo en la chabola en la que vivía.
Seguimos con el relato que él mismo dio a la policía: “Antes de acostarme cogí la katana, la saqué de la funda y metí la espada conmigo en la cama, porque ya tenía la idea de asesinar a mis padres y a mi hermana. No pude dormir porque estuve toda la noche en lo que haría si mi familia no existiera, la forma de vida que llevaría. A las seis y media me levanté sin la espada, me acerqué al pasillo y comprobé si mis padres dormían. Estaban durmiendo, pero no había suficiente luz y esperé a que hubiera más claridad…
Después de acostarme escuché como mi padre se despertó o, al menos, dejó de roncar y en ese momento pensé que había perdido la oportunidad de matarlo y me sentí enfadado conmigo mismo y muy ansioso. Al poco tiempo escuché cómo mi padre comenzó de nuevo a roncar y entonces, ya más decidido que antes, me levanté de la cama con la espada en la mano, fui hasta el dormitorio de mi padre.”
Y en este punto vamos a oír, como recuerda ese momento que sigue Rabadán, 17 años después de su crimen, tal y como él mismo lo contó en el documental. Bajó sola, dice… Pero a la policía, cuando fue detenido, le contó algo muy distinto.
Su testimonio sigue sobrecogiendo, tal y como nos contaba hace unos días el hoy comisario Navarro, que cuando era inspector le tomó declaración: “Cogí la espada con las dos manos, se la puse en la cabeza para estudiar el golpe, la levanté y golpeé a mi padre con fuerza en la cabeza, creo que le golpeé cinco veces. Después de darle el primer golpe con la espada, mi padre se llevó la mano derecha a la cabeza y al golpearle por segunda vez le corté un dedo. Después de los cinco golpes, mi padre había girado la cabeza hacia arriba. Aprovechando esa posición, le di dos espadazos en el cuello. A continuación y manteniendo la espada cogida con las dos manos, apunté al pecho y se la clavé dos veces. Creo que en ese momento se debió romper”.
Pues la versión es bien distinta a esa de que la espada bajó sola, desde luego. Tras matar a su padre, Rabadán hizo lo mismo con su madre…
Rabadán se dirigió hacia la habitación de su hermana, en la que también dormía su madre: “Me encontré a mi madre sentada en la cama. Al verme dijo ‘José’, pero cuando se dio cuenta de que llevaba la espada en la mano se imaginó lo que le había hecho a mi padre y comenzó a gritar “Rafael, Rafael, socorro”. Inmediatamente, llegué hasta ella y le lancé tres golpes seguidos con la espada en la cabeza. Me quedé parado un momento, notando como un arrepentimiento. Encendí la luz de la habitación para ver cómo estaba y si podía salvarse todavía. Vi como tenía la cabeza prácticamente abierta y seguí dándole espadazos en la cabeza para matarla definitivamente. Cayó al suelo boca abajo y le clavé la espada en la espalda, porque no quería que agonizara, quería evitarle sufrimiento•.
Estamos contando los crímenes de José Rabadán tal y como se los contó él a la policía tras ser detenido. Tras matar a su padre y a su hermana, el entonces adolescente asesinó a su hermana, una niña de tan solo nueve años, con síndrome de Down. Llama la atención, en el documental, como se emociona al recordarla… Incluso se levanta porque no puede seguir hablando.
Esta emoción contrasta con la frialdad con la que contó el asesinato de su hermana a la policía: “Vi que mi hermana estaba llorando sentada encima de la cama –recuerden que acaba de ver como su hermano ha matado a su madre–. Fui hacia ella y le lancé un espadazo en la cabeza. Después del golpe, quedó tumbada en la cama y le di varios golpes más en la cabeza. Como pensé que la espada se había roto, fui a mi cuarto, cogí un machete y fui al cuarto de mi hermana y se lo clavé varias veces en la cabeza, creo que por la cara. Después, le clavé el machete a mi madre una o dos veces por la espalda”.
El testimonio, como decís, es historia de crimen y sigue encogiendo el corazón… Supongo que la policía, en ese interrogatorio, también le preguntaría por qué lo hizo, algo que aún no sabemos.
Sus respuestas fueron muy vagas. Le dijo a la policía que llevaba diez días pensando en qué pasaría si mataba a su familia. Le dijo a los agentes: “Pensé en cómo me iría la vida si no estuvieran mis padres y mi hermana y esa idea la fui madurando hasta que el viernes (el día antes del crimen) vi la idea de forma positiva, en el sentido de que sería bueno para mí y mi familia. Para mí, porque cambiarían las circunstancias de mi vida, y para mi familia, porque así terminaría con el sufrimiento cotidiano el trabajo, los disgustos de la familia, mi hermana que padece síndrome de Down”.
Sigue sorprendiendo como Rabadán no se muestra arrepentido en ningún momento… En su declaración ante el juez sí que hay algo parecido a eso. A preguntas de su abogada de oficio, Rabadán dijo lo siguiente: “En mi cabeza tenía la idea de que morirían sin sangre, sin dolor y que yo no tendría dolor. Ahora soy consciente del daño que produje, pero en ese momento, no. La idea que tenía era que no iban a oponer ninguna resistencia. Después de haberlo hecho, estoy muy asustado y arrepentido. No es como lo había pensado. No quería causarles ningún dolor. Quisiera despertarme y que todo fuera un sueño. No volvería a hacer lo que he hecho, antes me cortaría las manos”.
Se habló en su día de lo que podía haber influido en el crimen un videojuego, de las disputas con su padre, de su afición al satanismo… Nunca hubo nada sólido en torno a todo eso. La policía le preguntó por un videojuego, Final Fantasy, cuyo protagonista, Squall, tenía un sorprendente parecido con Rabadán, pero él mismo dijo que ni siquiera había terminado el juego. También le preguntaron por un par de libros de contenido satánico que había en su habitación y dijo –y era cierto– que no eran suyos, sino de un amigo. Y sobre su padre dijo que discutía de vez en cuando por los estudios –era un mal estudiante–, pero que no tenía mala relación con él.
Y a fecha de hoy, seguimos sin saber cuál fue la verdadera razón del crimen, por qué cometió ese terrible crimen. Tampoco lo aclara en el documental. Según la verdad judicial, es decir, la sentencia que le condenó, Rabadán cometió sus crímenes en medio de un delirio provocado por una psicosis epiléptica. Es decir, la epilepsia le causó una lesión en el cerebro que le desconectó, al menos en las horas que perpetró el crimen, de la realidad. Rabadán solo se dejó explorar por los psiquiatras que le envió su abogado: Barcia y García Andrade. Otro psiquiatra, que ni pudo acceder a él, dijo que era un narcisista sádico, con evidentes síntomas de psicopatía y que acabó con su familia, sencillamente, porque le impedía hacer la vida que quería hacer.
Él habla de su enfermedad en el documental e incluso de su supuesta psicopatía. Lo cierto es que los hechos, hasta ahora, le dan la razón. No ha vuelto a cometer delito alguno. Tampoco lo han hecho, por cierto, dos chicas que estaban entre sus fans, entre los cientos de jóvenes que le enviaron cartas de admiración a la cárcel, inaugurando en España el fenómeno de la hibristofilia, la atracción por los asesinos. Se trata de Raquel e Iria, dos adolescentes de San Fernando (Cádiz), que mataron a una compañera de clase para ver “qué se siente”. Fueron condenadas a la misma pena que Rabadán y también han regresado a la sociedad… Aunque no a la tele.