Antonio Buza es un matemático sevillano que lleva cuatro años luchando para que se haga justicia con su hija Ana, muerta a los diecinueve años en una cuneta de una carretera de Sevilla.
La vida de Antonio Buza cambia para siempre el 7 de septiembre de 2019. ¿Qué ocurre ese día?
Ese día, hace ya más de cuatro años, la Guardia Civil se presenta en casa de Antonio, padre de dos hijos: Ana, que entonces tenía diecinueve, y un hermano dos años menor. Los agentes le comunican que Ana ha muerto en extrañas circunstancias.
Esas extrañas circunstancias eran que el cuerpo de Ana estaba detrás de unos quitamiedos de la autovía A-4, a la altura del kilómetro 511 sentido Córdoba- Sevilla, en el carril de deceleración de la salida de Carmona.
Desde entonces, Antonio Buza, un matemático metido a inmobiliario, lleva luchando por aclarar cuáles fueron esas extrañas circunstancias. El cuerpo de Ana estaba a uno sesenta metros del vehículo en el que viajaba junto a Rafael, un hombre de veinticinco años con el que llevaba saliendo algo más de un año, que no tenía un solo rasguño cuando la Guardia Civil, los servicios sanitarios y unos cuantos conductores llegaron al lugar del suceso.
¿Qué dijo Rafael, el novio de la chica?
En apenas sesenta minutos, Rafael da a la Guardia Civil cuatro versiones distintas sobre lo ocurrido y ofrece una quinta diferente al padre de Ana. En todas ellas, la joven viaja en los asientos traseros, detrás del copiloto, algo bastante raro. Rafael lo justificó diciendo que en el asiento del copiloto había estado sentado hasta poco antes del accidente el padre de Rafa.
La primera versión fue la de que se le había cruzado un animal o algo y había chocado contra el quitamiedos de la carretera. La Guardia Civil no lo creyó. Después dijo que se había despistado del volante al escuchar un ruido en la parte de atrás, impactando así contra el quitamiedos. En estas versiones había grandes lagunas, porque las señales del coche no correspondían a esos hechos y además él estaba completamente ileso.
En un momento de la noche, que coincide con la llegada de la madre de Rafael al lugar de los hechos, el joven cambia sustancialmente su relato y dice que Ana se arrojó voluntariamente del coche con la intención de quitarse la vida. Primero cuenta que la chica había discutido con su padre por las malas notas y más tarde, quizás al darse cuenta de que el curso ni siquiera había empezado, dice que la discusión con su padre fue por cuestiones de dinero.
Más tarde, al propio Antonio le daría otra versión distinta, según la cual, Ana cayó a la carretera después de que la puerta trasera del coche se abriera repentinamente en un ángulo de noventa grados y ella intentara coger la mochila. Lo más sorprendente es que, pese a todas estas contradicciones, Rafael no fue detenido, aunque la investigación fue trasladada de inmediato a agentes de Policía Judicial por si allí había habido algo más que un accidente de tráfico. Pero, por no ser demasiado duros, vamos a decir que los investigadores no pusieron mucho cariño en esas pesquisas.
No se tomó declaración a las primeras personas que llegaron al lugar del accidente e intentaron salvar la vida de Ana. Ni siquiera pidieron las imágenes de una cámara que había a apenas cien metros del lugar del siniestro. Cuando el propio Antonio fue a pedirlas ya habían pasado diecisiete días y se habían borrado. Tampoco preguntaron al padre de la víctima por esas supuestas discusiones que había tenido con su hija y que fueron, según Rafael, el desencadenante de su suicidio.
¿Es cierto que Ana y su padre tuvieron esas diferencias?
Tuvieron diferencias, porque Ana es cierto que gastaba más dinero de lo habitual desde que empezó a salir con Rafael, incluso decía que quería ponerse a trabajar mientras seguía estudiando Filosofía. Antonio, su padre, descubrió que Ana pagaba todos los gastos de su novio: las cuotas del gimnasio, la gasolina, la comida del perro, le compró una bicicleta. A todos los efectos, Rafael, a sus veinticinco años, ejercía de mantenido de una chica de diecinueve.
La investigación avanza durante un tiempo. ¿O se cierra pronto?
Se cierra muy pronto. Tan pronto que a los once días, cuando Antonio Buza se presenta en los juzgados con un procurador para personarse en el procedimiento tuvo un encontronazo con la jueza de Carmona encargada del caso, Rocío Villarrubia, que le recibió con las siguientes palabras textuales: “Su hija se ha suicidado, está clarísimo. ¿Se entera o no se entera? En caso de que fuese violencia de género le correspondería a mi compañero de arriba y no a mí. Ahora me voy a la sala de vistas, que tengo cosas importantes que hacer”.
Pues tuviese o no tuviese razón su señoría, no parecen las maneras adecuadas para tratar a alguien que acaba de perder a su hija en esas terribles circunstancias.
A partir de ahí, Antonio comenzó su lucha por hacer justicia, que aún no ha terminado, como decíamos al principio. Contrató a un abogado y recurrió la decisión de la magistrada. Ella y el fiscal se opusieron a la reapertura del caso, alegando que ya se había investigado lo suficiente. El representante del Ministerio Público llegó a escribir: “Es comprensible que un padre no acepte el suicidio de su hija y busque culpable en terceras personas”. Pese a todo ello, Antonio sigue peleando y logra que la Audiencia Provincial ordene la reapertura del caso en noviembre de 2019, porque, según reconoce el auto, habían quedado muchas cosas son investigar.
Una de las cosas más importantes era un correo electrónico que una psicóloga que había sido orientadora escolar de Ana, le mandó al padre de la víctima. La chica contactó con ella en marzo de 2019, cuando llevaba seis meses con su novio. En ese correo, pedía ayuda para su novio, al que tildaba de celoso y manipulador. Decía que no le permitía ir con los compañeros de clase porque creía que le iba a ser infiel y que ese mismo día había sido violento con ella.
Es decir, el padre de Ana se da cuenta de que su hija tenía todas las trazas para haber sido víctima de un crimen machista. ¿En esa línea siguieron las investigaciones?
A Antonio le ha costado mucho que la investigación se orientase en esa línea. En diciembre de 2009, Rafael declaró por primera vez como testigo, pero las negligencias continúan. La jueza le pide al joven que entregue su teléfono móvil, él le dice que tiene poca batería y la magistrada le contesta que no se preocupe, que lo lleve en unos días, con lo que tuvo tiempo para borrar todo lo que quiso.
La investigación está llena de boquetes que Antonio ha tratado de reparar: el teléfono de Ana lo encuentra su padre en el lugar del accidente tres semanas después del siniestro; el volcado del teléfono y del ordenador de la víctima han llegado ahora, cuatro años después de los hechos. Pese a todo, Rafael fue imputado por la muerte de Ana el 3 de julio de 2020, diez meses después de su muerte. Inexplicablemente, en ese momento el caso no pasó a un juzgado de violencia de género, sino que hubo que esperar hasta junio de este mismo año. Actualmente, la jueza, los fiscales, la secretaria judicial y el comandante jefe de policía judicial que llevaron el caso de Ana están en otros destinos, lo que parece que ha ayudado a dar un empujón a las investigaciones. Eso y el empeño incansable de Antonio, claro.
El padre sufrió un ictus en junio y se ha recuperado con una rapidez sorprendente para seguir peleando. Se ha gastado miles de euros para encontrar la verdad de lo ocurrido con su hija. Ha contratado expertos en reconstrucción de accidentes, ingenieros, médicos forenses, médicos intensivistas, ingenieros aeroespaciales… Y todo por duplicado para aportar a la instrucción dictámenes distintos.
¿Antonio tienen una versión de lo ocurrido hace ya más de cuatro años?
Todos coinciden en que la escena corresponde a un atropello intencionado, nunca a un accidente o a un suicidio. El relato elaborado por unos y otros especialistas es que en algún momento de la noche de los hechos, cuando el coche circula por la autovía, la pareja discute y Ana se baja del vehículo a la altura de la salida de Carmona. En ese punto, estando de pie, el coche la golpea a 117 kilómetros a la ahora, la arroja al otro lado del quitamiedos y en la caída se parte el cuello.
Antonio es matemático y tiene una fe ciega en la ciencia. Por eso ha contratado a toda clase de científicos. Los forenses han demostrado que los golpes en la parte de atrás de las piernas de Ana y las fracturas de los fémures demuestran el atropello y echan por la tierra la caída desde el coche. Pero los físicos a los que ha recurrido acreditan que es imposible que a la velocidad a la que iba el coche una puerta se abriese lo suficiente y no se cerrase como para que Ana se arrojase. Antonio y sus expertos hablan de leyes de inercia, gravedad, aerodinámica…
¿En qué momento está ahora el procedimiento y qué se puede esperar?
El plazo de la instrucción vence a finales del mes de enero, después de una prórroga de seis meses. En ese momento, el juez pude ordenar el archivo de la causa, el final de la instrucción o una nueva prórroga, que es lo que pretende Antonio. En ese tiempo, el padre de Ana pretende que los peritos informáticos que ha contratado puedan, por ejemplo, analizar los datos del teléfono móvil y del ordenador de Ana, un ordenador al que tuvo acceso el sospechoso días después de los hechos. Se presentó en casa de sus padres, que aún estaban en estado de shock, y con la excusa de eliminar cosas que les resultarían desagradables, eliminó cientos de archivos.
Es decir, que en enero el juez pude dar por cerrado el caso sin esperar a esos últimos informes.
Antonio y la ciencia luchan contra ese calendario. Los expertos en Mecánica y Aerodinámica que ha contratado van a echar por tierra la posibilidad del suicidio, pero seguramente necesiten algo más de tiempo. Al fin y al cabo, la Guardia Civil tardó cuatro años solo en hacer el volcado de los dispositivos electrónicos. Parece justo que la familia de Ana disponga de algo más de tiempo.