TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: Acoso y muerte de Lucía, una niña de 13 años

Lucía Alcaraz, un viaje hacia el infierno y la muerte. Cuando tenía once años, Lucía empezó a ser la víctima de acoso por parte de dos niños de su edad, compañeros de clase. El acoso continuó al año siguiente, en el instituto. Sus padres hicieron todo por salvarla, incluso la cambiaron a ella, a la víctima, de colegio. Fue inútil. El pasado 10 de enero, Lucía se ahorcó en su cuarto. Era una niña brillante, tímida, creativa. Dejó escritos varios cuadernos, algunos diarios y hasta un comic sobre todo lo que estaba sufriendo, lo que no pudo soportar. Lo que ningún niño debería soportar.

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Madrid |

Después de comer, el pasado 10 de enero, la niña le dice a su madre que se va a su cuarto a jugar a disfrazarse, algo que le gustaba mucho. La madre se queda haciendo tareas de casa. Cuando llega la hora de la merienda, la madre, Peligros Menárguez, la llama y Lucía no responde. La mujer acude al cuarto de su hija y la encuentra, son sus palabras: de rodillas, con los auriculares puestos, colgada de la litera de su cuarto por la correa de su cinturón.

Lucía estudiaba entonces sexto de Primaria en su colegio. Y allí tenía dos compañeros, dos niños, uno de ellos vecino de su misma calle y con los que había tenido pequeños roces, que empezaron a hacerle la vida imposible. La insultaban, la llamaban fea y gorda, le decían cosas como “das vergüenza ajena”, “asquerosa, te has mirado al espejo?” Lucía sufría, sufría cada día, en el trayecto al colegio se sentaba sola en el autobús y allí estaban sus dos acosadores para machacarla: ¿quién se va a sentar contigo, lechosa?, le decían.

La niña estaba derrotada. Llegó a decirle a su madre que no volvería a ir al colegio hasta que adelgazara. Ella misma dibujó un cómic, que sus padres encontraron tras su muerte. Leerlo ahora es tremendo: se titula “era una niña muy feliz”. Son una decena de dibujos con pequeños textos que reproducen lo que le ocurría a ella: lo que ella dibuja y llama monstruos aparecieron y empezaron a llamarla fea y gorda. El cómic muestra a la niña dejando de comer, vomitando alimentos y pesándose: 64 kilos. Ella suplica a sus monstruos que se vayan, se volvió, escribe en su cómic “solitaria y seca”. Esa historieta tremenda basada en su vida termina con un dibujo donde se ve a los monstruos ya enormes y la niña muy pequeñita. En el último dibujo, la niña salta al vacío y se suicida.

Hace un par de años. Esos niños y también Lucía, acaban la primaria y entran en el mismo instituto, el Ingeniero de la Cierva, y Lucía tiene aquel nuevo curso la mala suerte de caer en la clase de sus dos verdugos. La cosa empeora y ella le dice a su madre: “el instituto no es lo que pensaba, mamá, la han tomado conmigo, los de siempre. No quiero que me vean, no quiero que me insulten”. El asunto había empeorado y los dos niños la marcaban con la punta del lápiz en la espalda y en el cuello, la empujaban a la puerta del instituto…

Los padres acudieron a reunirse con la jefa de estudios y Lucía identificó a sus dos acosadores. Los dos viven en su pueblo, uno de ellos en la misma calle. Uno es un chico con graves problemas familiares: un padre encarcelado y una madre drogadicta; el otro procede de un entorno más cómodo, clase media y sin grandes problemas.

La policía y la Consejería de Educación de Murcia están investigando lo que hizo el Instituto. Hay un hecho: los dos acosadores fueron expulsados del instituto. Uno de ellos estuvo fuera un día; el otro, cinco días. Luego, los dos volvieron a clase, con Lucía. A ella, a la víctima, la recomendaron cambiar de clase.

Lucía escribió en su diario: “me volví a despertar sin ganas de moverme, aunque tenía que hacerlo, así que lo hice. Fui a clase y lo mismo de siempre, en fin.” Los agresores y sus familias no parecían estar arrepentidos. Su madre recuerda que un día, cuando volvió a casa estaba allí, en la puerta, uno de los niños acosadores acompañado de su madre. Ella le reprochó que hubiera manchado, así lo dijo, el nombre, el expediente escolar de su hijo con la denuncia. El crío, por su parte, le dijo a la madre de Lucía: me he metido con ella, pero solo cuando yo estaba enfadado.

La madre va sufriendo también con su hija. Descubre que no come las meriendas que ella le prepara para el colegio, descubre también un diario. Allí Lucía había escrito que no podía más, que había pensado en suicidarse. Entonces sus padres vuelven al instituto. Es el mes de mayo de 2016. Se entrevistan con la orientadora y le piden cambiar a su hija de colegio. La madre recuerda que les dijeron que los plazos para esos cambios habían pasado (estaba terminando el curso) y que ellos ya habían tomado medidas. Los padres acuden entonces en busca de ayuda a la Consejería de Educación del Gobierno de Murcia. Allí les dicen que no pueden hacer nada, porque el colegio no había comunicado ninguna situación de acoso. Oficialmente no constaba esa historia. Los padres aportan un informe de la psicóloga que trataba a la niña y siguen luchando. Consiguen que Lucía empiece el curso, el pasado septiembre, en otro instituto, en Murcia capital, el Licenciado Francisco Cascales.

Los padres le plantean incluso huir, mudarse a la ciudad, a Murcia, y dejar atrás el pueblo, algo a lo que ella siempre se había negado. Ese verano, muy poco antes de empezar las clases, sucede un episodio tremendo. El 29 de agosto, Lucía toma un montón de medicamentos mientras sus padres están trabajando (la madre es reponedora de Eroski y el padre administrativo en una empresa frutícola). Su tía la encuentra inconsciente, en la bañera. Logran salvarle la vida. La niña contaría luego: “empezaban las clases y pensé que me iba a pasar lo mismo, me agobié”.

La madre de Lucía deja su trabajo y la acompaña a clase, a sus clases de inglés, al Salón del Manga al que era tan aficionada…Y la niña empieza a recibir la ayuda de un psiquiatra. También acude a terapia con varios niños y niñas que han sufrido acoso escolar. Allí le recomiendan que escriba cualquier cosa que se le pase por la cabeza. De hecho Lucía tenía mucha imaginación y escribía muy bien. Era una cría tímida, pero le gustaba mucho disfrazarse, cantar, vestía casi siempre de negro como los góticos y era una emo, esa estética melancólica, sensible, surgida en los noventa en Estados Unidos. Y la chica anotó en sus cuadernos, por ejemplo: “he vuelto a caer y no quiero levantarme. A veces, el silencio es el mayor de los gritos. Te odio, te odio, te odio, le grito una y otra vez al espejo… Iba a escribir, a veces pienso que estaría mejor muerta, pero realmente solo a veces pienso que estoy mejor viva”. Sus dos acosadores no estaban ya en su colegio, pero seguían cerca. Uno de ellos vive en su misma calle, la niña ya no quiere salir sola. El otro está en el pueblo.

El 28 de septiembre, Lucía vuelve a escribir en su diario: “he pasado la tarde viendo vídeos de Internet, me ha costado mucho dormir, aunque tenía sueño. A la hora de mates (matemáticas) en clase me han entrado unas ganas tremendas de llorar, se me caían lágrimas, pero nadie se dio cuenta, como siempre. Hay veces que solo quisiera encerrarme en una bola y no salir nunca”.

A pesar de los esfuerzos de sus padres, del psiquiatra, los psicólogos, algo se ha roto dentro de esa niña, dos años sufriendo, que ella no logra recomponer.

El 21 de diciembre, una limpiadora del instituto de Lucía encuentra una carta y se la entrega al director. “Me levanto queriendo morirme, deseando desaparecer. Me visto y voy al instituto, en el que estoy sola, soy la chica del fondo, sin amigos… Y llega el peor momento, voy al baño acompañada de mis cuchillas, me desnudo, me miro y odio cada parte de mi cuerpo. Entro en la ducha, vomito y me corto… Y así, día tras día”. La carta iba sin firmar pero la letra era de Lucía.

Cenó con su familia en Nochebuena, bailó con sus padres al ritmo de una orquesta en Nochevieja. Luego, el chico con el que estaba saliendo decidió romper con ella. A su madre le dijo que no le importaba. Incluso el chico cambió de opinión y le pidió volver a estar juntos. La respuesta de ella revela lo que sufría, lo poco que ya se quería a sí misma: ¿Para qué quieres a una gorda y fea como yo”, le contestó.

Llegó el momento de pedir regalos a los Reyes Magos. Y Lucía escribió su carta: pidió el libro titulado “El patito que nunca llegó a ser cisne”, escrito por Celopan, que era su youtuber favorito junto a El Rubius. Y en su cuaderno escribió otro deseo de Reyes: “ser feliz de una vez”. Cuatro días después, no pudo más. Le dijo a su madre que iba a su cuarto, a jugar a disfrazarse. Y acabó con todo. En su cuarto se encontró otro dibujo, esta vez con un ataúd y unas letras: “Os habéis librado de mí. Feliz Navidad”. No hace falta decir a quién iba dedicado.

Los agresores tenían menos de 14 años cuando ocurrió todo, de forma que no pueden ser siquiera investigados por la policía. Nos cuentan que los dos chicos, de quienes no podemos legalmente decir sus nombres, siguen en el mismo instituto donde ya no va Lucía. La policía y la consejería de Educación de Murcia están investigando la actuación de su anterior colegio.