Hablaba Juan Carlos Aguilar, supuesto monje Shaolin, el único autorizado en España, decía. Y lo hacía en televisión, con ese lenguaje pomposo, de espiritualidad recargada, sobre conocerse a uno mismo. Hoy Aguilar, el falso monje, está en prisión. Pero antes de un asesino, este hombre había sido durante muchos años un impostor.
Aguilar es a finales de los años ochenta un joven veinteañero de Bilbao que sigue los pasos de su hermano mayor, muy aficionado a las artes marciales, que era su mentor y con el que abre un gimnasio en Bilbao. En febrero de 1992, el hermano de Juan Carlos muere en un incidente desgraciado. Se mete en el hueco del ascensor al parecer buscando algo que se le había caído y de pronto el montacargas se desploma sobre él y lo aplasta. Este episodio, que ahora ha merecido una revisión por parte de la policía vasca, provoca un cambio en la vida de Aguilar, que en 1994 realiza un primer viaje a China.
Ese es el viaje donde supuestamente Aguilar acude al templo de los monjes Shaolin en China y, siempre según lo que cuenta al regresar a España, pasa a ser el único maestro Shaolin autorizado en nuestro país.
Aguilar vuelve a España en 1995 y se cambia el nombre por el de Huang. Dice ser maestro Shaolin y funda un nuevo gimnasio en Bilbao. Durante esos años, tiene cierto éxito profesional, sobre todo mediático. Sale mucho en televisión, cuida su imagen (casi siempre viste como los auténticos monjes), aparece en programas de Pepe Navarro, Javier Sardá, Eduard Punset y Javier Sierra. En esos años, parece que Aguilar estabiliza su vida personal. Se casa con una joven traductora de chino cantonés y tiene dos hijos con ella.
Juan Carlos o Huang C se aprovechó de cierto ambiente de picaresca. El propio gobierno chino creó a unos 700 metros del verdadero templo de los monjes otro …monasterio para turistas, donde es más sencillo conseguir diplomas y hacer cursos. Hace 300 años que no hay monjes shaolines, en realidad. Lo que sigue habiendo es la franquicia, digamos. Y por allí pasó Aguilar, pero exclusivamente como aprendiz, nunca como maestro ni mucho menos como monje. Y allí llevaría luego a cambio de 3.000 euros por persona a sus alumnos más avanzados, que él llamaba novicios.
En cuanto a sus títulos mundiales y españoles, en el mundo de las artes marciales hay toda clase de federaciones y escisiones que fomentan, también, cierta picaresca. Lo cierto es que Aguilar no ganó títulos en ninguna de las federaciones principales, como la de karate.
No había medallas, pero el negocio le funcionaba. Daba cursos, por ejemplo en Marbella, y hacía exhibiciones, aprovechando la popularidad que le daba la televisión. Aunque iba dejando cierto regusto amargo entre quienes confiaban en sus cualidades espirituales-deportivas.
Le llamaban también para competir en digamos serios. Uno de los deportistas (un verdadero campeón mundial) que lo conoció en aquellos años nos decía que se apuntaba a competiciones importantes, por ejemplo en Madrid, pero cuando llegaba el día de luchar, alegaba alguna lesión o estar indispuesto; de forma que por una cosa o por otra no competía jamás contra verdaderos campeones.
De Marbella salió porque le vieron demasiado agresivo en sus cursos, que concluyeron en el año 1997. Y en el año 2000 acudió al pueblo donde de crío veraneaba con sus padres, Espinosa, en la provincia de Burgos, para dar una exhibición de sus supuestos poderes durante las fiestas patronales. Cobró 1.200 euros, según ha contado El Diario de Burgos. Aguilar iba a empujar un coche con una cuerda sujeta a una lanza que le pinchaba en la garganta. El ayuntamiento contrató incluso una ambulancia ante el peligro del asunto. Lo cierto es que no llegó a hacer ese número. El maestro Aguilar y los suyos hicieron algunas acrobacias vistosas, rompieron algunos ladrillos y dejaron su pueblo de adopción entre escombros y cierta decepción.
Bien, lo cierto es que el cuento del monje Shaolin sigue creciendo. Saca dinero a sus alumnos, a sus novicios, funda una sociedad en 2003 con su esposa y un discípulo…
En 2004, el socio de Aguilar, su brazo derecho, lo abandona. Aparecen pintadas cerca de su casa y el hombre lo denuncia, pero el caso no prospera. Ese mismo año, la esposa de Aguilar también rompe con él. La policía vasca está tratando de averiguar si son ciertos algunos testimonios que hablan de que la mujer vivió un verdadero infierno de malos tratos y acoso antes, durante y después de separarse. Ya hemos contado aquí que un asesinato como los que cometió Aguilar nunca es el primer delito. Puede que sea el primero que se descubre, pero lo normal es que haya hecho otras cosas antes que pasaron desapercibidas por dejadez, por torpeza, por burocracia, o porque no se denunciaron.
Lo que la Ertzaintza ha encontrado en el gimnasio y la casa de Juan Carlos Aguilar es muy, pero muy preocupante. Además de Ada, la mujer nigeriana, atada, herida y al borde de la muerte, había distintos restos del cuerpo de Jenny, su víctima colombiana; pero también un zulo o sótano con una pequeña bañera (para descuartizar y trocear a sus víctimas) con cuchillos y katanas. Y también, y esto es muy revelador, un trípode, un ordenador, archivos de fotografías y vídeos de las dos víctimas y de decenas de mujeres más.
Lo que hacía Aguilar era fotografiar muchas mujeres que merodeaban en las inmediaciones de la calle General Concha, en Bilbao, una zona clásica de prostitución y marginalidad desde hace muchos años, que ha mejorado pero sigue siendo dura. Allí encontró a Ada y a Jenny. También grabó a algunas mujeres a punto de practicar el acto sexual (no sabemos si forzadas o libremente) y a algunas más con los ojos vendados o con aspecto incluso de estar inconscientes. Esas imágenes tan tremendas son las que ahora cotejan los investigadores con las denuncias por mujeres desaparecidas para tratar de averiguar si el falso monje cometió más asesinatos.
Sus archivos son, sobre todo, de mujeres indefensas, mujeres con graves problemas, de alcohol, de drogas, de prostitución… Casi todas extranjeras. Frente a su casa había también un pub frecuentado por muchas jóvenes africanas desarraigadas, de forma que podía codiciar y fantasear desde su ventana. Hay que pensar que las prostitutas son las víctimas preferidas por los asesinos en serie, en Estados Unidos y en todo el mundo. Ellas tienen que irse con desconocidos sin hacer demasiadas preguntas, no suelen tener domicilios fijos y si desaparecen de un barrio o una ciudad nadie pregunta por ellas con demasiada insistencia, y casi nunca nadie, desde luego, acude a la policía.
Los expertos los llaman los asesinos misioneros o apostólicos. Son hombres que aseguran que tienen que cumplir un mandato, una misión, de limpiar las calles, de quitar basura de la sociedad. Los hemos visto en pelis como Taxi Driver, con el gran De Niro, o Seven (los siete pecados capitales y Kevin Spacey). En la vida real son mucho menos brillantes claro, y mucho más dañinos. Ejemplos de este tipo de asesinos misioneros serían Robert Pickton, el granjero asesino de 27 mujeres en Canadá, detenido en 2002, y sobre todo, Gary Ridway, conocido como el asesino de Green River, culpable de matar a 49 prostitutas en Estados Unidos, aunque él asegura que sus víctimas fueron realmente 71 mujeres.
No sabemos si Aguilar encaja en ese perfil, porque no ha querido declarar ante el juez, y ante la policía solo habló del caso de Jenny. Tenía restos de ella en casa, por ejemplo, las prótesis de silicona de la mujer, con el correspondiente número o código por el que se confirmó la identidad de la chica colombiana. Solo dijo que la había matado, sin explicar sus razones.
Aguilar fue detenido gracias a un vecino que vio como arrastraba por los pelos (él apenas mide 1,60 y tiene cierto complejo de bajito, según algunos de sus ex alumnos) a Ada, su última víctima, y la metía dentro de su gimnasio. El vecino llamó a la policía y los ertzainas tiraron la puerta del local con un mazo. Llegaron a sacar de allí con vida a la joven nigeriana (a la que rescataron atada, malherida), que murió días después en el hospital.
Hace 25 años, muy cerca de la Puerta del Sol, en Madrid, los gritos de una prostituta llamada Araceli, alertaron a una vecina, que avisó a la policía. Un ex legionario llamado Santiago Sanjosé que tenía 31 años estaba acuchillándola. La policía salvó la vida de Araceli y Sanjosé fue detenido. Casi dos años después, en 1989, varios obreros encontraron en el mismo local, el mesón del Lobo Feroz, los cadáveres de otras dos mujeres, supuestamente otras dos prostitutas de la calle de la Cruz, que habían sido asesinadas con un cuchillo jamonero y emparedadas allí por Sanjosé, que fue detenido y condenado a 71 años de cárcel.
Este territorio casi nunca tiene finales digamos estilo Disney. Siempre recordamos a la gente que, pese a lo que algunos quieren hacer creer, el código penal de Franco, el de 1973, que estuvo vigente muchos años, es el más beneficioso para todos los criminales, ya sean asesinos, violadores o pederastas. Sanjosé se benefició de esa ley y salió en libertad 15 años después de entrar en el talego. Lo último que supimos de él, gracias al maestro Jesús Duva, que sigue dando clases en el diario El País, es que trabajaba como guardia de seguridad en un centro comercial de Málaga, y que no hacía mal su trabajo. En cuanto a sus víctimas, sí eran prostitutas. Una se llamaba Mari Luz Varela, tenía 22 años y dos hijos; y otra aun no se sabe si se llamaba Josefa o Teresa (así la conocían sus compañeras de esquina). Nadie se presentó interesándose por ella.
Las explicaciones de Sanjosé son confusas, al estilo de lo que ha hecho hasta ahora Aguilar. “No sé bien lo que hice. Me dio algo en la cabeza, parece que le di con el cuchillo”… El informe que le hizo el profesor García Andrade revela que era alcohólico y que tenía una inteligencia de tipo medio, que tenía un trastorno y era un sádico, pero no estaba loco como decimos vulgarmente. Por ejemplo, presumía que se había hecho pasar por loco para que le dejaran irse de la mili y lo había conseguido de hecho. En cuanto a Aguilar, todo indica que está perfectamente cuerdo, que no padece ninguna enfermedad que aconseje que no se le juzgue y se le encierre.
Pero ha dicho que tiene un tumor cerebral que le ha vuelto más agresivo desde hace unos dos años. Había un periodista norteamericano que decía, “cuando tu madre te dice que te quiere, compruébalo”. Esto en periodismo de sucesos, es básico. El asunto del tumor del falso monje lo difundió una alumna suya, que asegura que él lo contaba para disculpar algunos momentos de tensión en las clases. Ante la policía vasca no ha aportado prueba alguna del tratamiento (resonancias, pruebas, informes). Eso sí, con el mismo rigor que sobre otras cosas ha dicho que “tengo un bulto en la cabeza desde que estuve en el Tibet, a 6.000 metros de altura. Si me oprime, pierdo la cabeza y no me acuerdo de lo que hago”.
La policía vasca trabaja con la idea de que puede haber más víctimas. Aguilar confiesa el crimen de Jenny porque le pillan intentando matar a Ada y tiene restos de ella en casa, no le queda más remedio. Pero es muy raro que sean sus primeros ataques. Da la impresión de que se pudo haber relajado, de que pensaba que era impune. Sería casi milagroso que le hubieran sorprendido tan pronto. Ojalá. Lo cierto es que, por ejemplo, algunos de sus vecinos dicen que vivía con tres mujeres que decían ser de la República Checa y Alemania y que han desaparecido de la zona.
En fin. Que las víctimas y sus familias encuentren justicia. Y que, aunque nos quiten trabajo, hayan sido Ada y Jenny, las únicas mujeres asesinadas a manos de este indeseable, Juan Carlos Aguilar, tan despiadado como pagado de sí mismo. –Manu y Luis, hasta el lunes que viene– Ahí va lo que decía hace unos años a Eduard Punset. Pone los pelos de punta:
“Nosotros tratamos simplemente de conocernos mejor… somos animales, no dejar que se quede oxidado”