Empecemos por conocer a las víctimas de este crimen, una mujer y una niña que nunca tuvieron una vida fácil. Adolfina Puello era una dominicana de 32 años que llegó a España hace cuatro, después de que su marido muriese en un asalto callejero en su país. La mujer se instaló en Madrid y un año después trajo a su única hija, Argelys, y a su suegra, con la que no mantenía una buena relación. Adolfina trabajaba de lunes a viernes como prostituta en un piso del distrito de Chamberí, compartía un apartamento en Vallecas con una compatriota y tenía a su hija interna en un colegio, del que la recogía todos los fines de semana. Con esta vida nada fácil, había conseguido ahorrar una pequeña fortuna, cerca de 200.000 euros, con la que pensaba regresar a su país, donde estaba a punto de comprar una casa.
El 30 de junio, la pequeña Argelys iba a viajar hasta República Dominicana para pasar las vacaciones de verano con la familia de su madre. Llevaba regalos para todos sus familiares y el 29 de junio, el día antes de viajar, habló con Leonarda, su abuela paterna, que vivía en Madrid. Pero al día siguiente la pequeña no había llegado, así que la abuela se fue a la comisaría de Arganzuela a presentar la denuncia, que finalmente acabó en la comisaría de Puente de Vallecas, porque era en ese distrito de Madrid en el que Adolfina tenía su domicilio.
El olfato, el instinto y la experiencia hicieron que el comisario de Puente de Vallecas, un caimán, un experimentado investigador, considerase esa desaparición como de alto riesgo, inquietante, desde el primer día. Lo primero que hizo la policía fue ir al piso de la calle Sancho Panza donde residía Adolfina con una compatriota y con su hija los fines de semana. La casa era propiedad de un tipo que no les cobraba alquiler a cambio de que dos días a la semana le hiciesen la comida y le lavasen la colada.
En esa casa encuentran detalles extraños. Allí estaban, por ejemplo, las bolsas con los regalos que la pequeña Argelys iba a llevar a su familia de República Dominicana. También hay grandes bolsas negras con ropa de Adolfina y faltan varias cosas de la casa: el colchón de la cama que habitualmente ocupaba la niña, la televisión y un ordenador. Los agentes de Puente de Vallecas repasan la denuncia y se fijan en que la abuela hablaba en ella de un tipo llamado Raúl. Dice que es la última pareja de Adolfina y le califica de celoso, posesivo y violento.
La policía ya tiene entonces un sospechoso claro… pero antes quieren comprobar que Adolfina y su hija no se han marchado, no se han quitado de en medio para, precisamente, huir de este tipo. Se chequean vuelos, movimientos de tarjetas, se comprueba que la niña estaba matriculada en el mismo centro para el curso que empezaba en septiembre y a la vez se investiga a Raúl Álvarez, del que descubren que tiene antecedentes por malos tratos y estafa.
Se trataba de un tipo sin empleo conocido, salvo alguna pequeña chapuza informática, que vivía con sus padres y que pasaba los fines de semana con Adolfina en el piso de Vallecas. Los agentes comprueban también que tiene una vida sexual bastante agitada y que siempre se relaciona con mujeres sudamericanas. Y en ese punto, el comisario de Puente de Vallecas decide llamarle a declarar, a ver cómo pajea… Quieren comprobar cómo reacciona cuando se le pregunta por su novia, así que el 15 de julio le citan en comisaría y da muy malos síntomas… Los agentes se fijan en que estaba nervioso, se le secaba la boca, tras el interrogatorio se fue corriendo al baño a beber mucha agua. En su declaración dijo que vio por última vez a la mujer y a la niña el 21 de junio, cuando los tres fueron al cine, y que el 27 se cruzaron varios whatsapp. Les dice a los agentes que seguramente Adolfina se marchó fuera de España con su hija. El siguiente trabajo de la policía fue comprobar si Raúl había dicho la verdad.
La compañera de piso de Adolfina le cuenta a la policía que el fin de semana del 28-29 de junio ve a Raúl en casa, una semana después de que él dijese que se habían visto por última vez. Y, además, los investigadores desmontan otra mentira del sospechoso: efectivamente, había ido al cine con su novia y la niña, pero no el 21 de junio, sino el 31 de mayo. Los puntos de su tarjeta de la cadena de salas de cine le delataron. Y hay otro dato más que echa por tierra la versión de Raúl: un cliente de Adolfina cuenta que unos días antes de desaparecer, la mujer le dice que le deje algo lejos de casa porque teme que Raúl les vea juntos y se enfade.
El tal Raúl, además, era un tipo muy celoso, algo bastante difícil de compatibilizar con una novia que se dedica a ejercer la prostitución. De hecho, ella le ocultaba a Raúl su forma de vida, aunque la policía sospecha que él se había enterado. Adolfina se convertía Carla cuando ejercía la prostitución y según el testimonio de una compañera, un día Raúl se presentó en el piso donde trabajaba la mujer y preguntó por Carla a través del portero automático. Ella se asustó, estaba aterrorizada, le pidió a su amiga que le dijese que se había equivocado.
Raúl era muy celoso y ella estaba muy asustada, como demuestran unas notas a modo de diario que la policía encontró en el piso donde trabajaba Adolfina y que ella misma había escrito. Era una mujer muy religiosa y pide la protección del Altísimo. Leemos textualmente: “Dios mío, quítame a Raúl de mi vida. Sácalo de mi vida. Cuídame a mí y a mi hija”.
Llega un momento de estas investigaciones, cuando ya se tiene la seguridad de que Adolfina y su hija no han desaparecido por voluntad propia, que ese tal Raúl se convierte en un claro sospechoso, en objetivo número uno de la policía. Además, en octubre se incorporan a la investigación agentes de la Sección de Homicidios y Desaparecidos de la UDEV Central, policías que han esclarecido casos tan mediáticos como el asesinato de Ruth y José Bretón, aunque la mayor parte de sus éxitos no aparece en los medios, porque se trata de crímenes poco o nada mediáticos, con víctimas que, como en este caso, casi nadie echa de menos.
A esas alturas de las pesquisas, sus colegas de Puente de Vallecas ya tenían claro quién era el sospechoso número uno, así que comenzaron a vigilarle, a ver qué vida hacía, a monitorizar sus conversaciones telefónicas… Y se llevaron alguna sorpresa.
Raúl, unas semanas después de la desaparición de su novia, se había emparejado con una nueva mujer sudamericana, esta vez una cubana. Cuando comienzan a seguirle, se dan cuenta de que adopta muchísimas medidas de seguridad: aparca el coche y da varias vueltas a la manzana a pie para volver a subirse al vehículo… Pero, una vez más, son los teléfonos los que dan claves muy importantes.
Raúl comenzó a usar el teléfono de Adolfina, aunque con su tarjeta, el 11 de julio. Lo encendía de manera intermitente. El problema es que en los posicionamientos, el teléfono de la mujer desparecida aparecía junto al suyo. Además, gracias a estos seguimientos, se comprobó que Raúl había hecho dos viajes relámpago al pueblo de sus padres, San Vicente de la Cabeza, en Zamora: uno de esos viajes lo hizo el 30 de junio, día de la desaparición de Adolfina, y el otro, cinco días después.
Vivía con cierta normalidad. Es cierto que buscó otra mujer de la que vivir, pero también adelgazó unos diez kilos y su nueva novia contó a la policía que Raúl de vez en cuando se ponía muy nervioso y rompía a llorar sin motivo. A sus padres les contó que Adolfina y su hija regresaron a la República Dominicana cuando le preguntaron por ella, porque les extrañó que, tras tres años de relación, dejasen de saber de ella de forma tan repentina.
El 24 de noviembre, la policía le detuvo a las siete de la mañana en casa de sus padres. Le dijeron que estaba acusado de la desaparición de Adolfina y Argelys y Raúl, de manera espontánea, le explicó a los agentes qué había hecho con los cadáveres. Les contó que había arrojado los cuerpos a una alcantarilla de la Dehesa de la Villa, junto a la facultad de informática, una zona que conocía porque por allí montaba habitualmente en bicicleta.
Hasta allí se desplazaron Geos, agente de la unidad del subsuelo, del GOIT. Pero tras un día entero de búsqueda, no había ni rastro de los cuerpos. La policía cree que Raúl jugó a ser Miguel Carcaño: intentó despistar a los investigadores y su intención era marearles, pero no contaba con que, antes de detenerle, los agentes tenían claro dónde estaba lo que buscaban.
Ese viaje que Raúl hizo el día 30 al pueblo de sus padres siempre hizo pensar a la policía que fue el viaje en el que el sospechoso se deshizo de los cuerpos de Adolfina y Argelys. Por eso, incluso antes de ser detenido, había preparado un dispositivo para buscar en San Vicente de la Cabeza los cadáveres. Así que cuando en las primeras horas de búsqueda en las alcantarillas no dio resultado, los agentes subieron a Raúl a un coche y se dirigieron con él hacia Zamora.
Al llegar al pueblo se derrumbó y condujo a los agentes hasta un pozo ubicado a 300 metros de casa de sus padres. En el fondo estaban los cuerpos, lastrados, de Adolfina y su hija. El asesino no quiso declarar, no quiso decir cómo las mató, ni por qué. No quiso decir nada más.
La policía cree que fue un crimen motivado por los celos. Raúl se había enterado poco antes de que su novia se dedicaba a la prostitución. Además, Adolfina estaba pensando en regresar a la República Dominicana a medio plazo, aunque este curso su hija iba a seguir estudiando aquí. Solo Raúl lo sabe, pero la hipótesis principal es que ella hubiese intentado romper con él ese 30 de junio y él acabase con su vida. La pequeña estaba en ese momento en casa y él tomó una decisión terrible: matarla también.
Casi nadie buscaba a estas víctimas, que eran muy poco mediáticas…Una mujer prostituta, extranjera. Su único familiar en España era su suegra, que, recordemos, lo que denuncia es la desaparición de su nieta. Para colmo, en esas fechas, todo el foco de atención mediática y también policial está en el pederasta de Ciudad Lineal… Adolfina tenía todo para que nunca hubiese salido de ese pozo. Pero la denuncia cayó en una comisaría donde, nos consta, hay gente muy profesional, que se empeñó en devolver a esta mujer y a su hija la dignidad que no tuvieron en vida.