Denise tenía 40 años cuando desapareció. Llevaba algo más de dos meses fuera de Estados Unidos, porque se había quedado sin trabajo y decidió tirar de sus ahorros para viajar por el mundo. Había pasado por Filipinas, Camboya, Singapur, Vietnam y Francia antes de llegar a España el pasado mes de marzo. El día 5 de ese mes comenzó el camino de Santiago desde Pamplona, una experiencia que decidió vivir inspirada por la película The Way. Un mes después, estaba en Astorga, a unas cuantas etapas de llegar a la catedral de Santiago y allí, entre Astorga y El Ganso, se perdió su rastro.
Cedric, su hermano, residente, como ella, en Phoenix (Arizona), mantenía comunicación casi diaria con Denise a través del correo electrónico y de Skype, porque la mujer no llevaba teléfono móvil, así que cada día ella le mandaba un email diario con sus planes para el día siguiente. En el último de ellos, enviado el 4 de abril, la peregrina le dijo a su hermano que iba a recorrer trece kilómetros, desde el albergue de San Javier hasta El Ganso.
Ni él ni las amigas que tenían noticias de ella con cierta regularidad. Cedric incluso se metió en la cuenta de correo de su hermana –tenía las claves– en busca de alguna pista que le indicase dónde podía estar y comprobó que había escrito por última vez a una amiga el 4 de abril. Además, la peregrina iba colgando en su perfil de Facebook las fotos de sus viajes y la última la subió también el mismo día 4. El 25 de abril, Cedric viajó hasta Madrid y en la comisaría del aeropuerto Adolfo Suárez presentó la denuncia por la desaparición de su hermana, una desaparición que muy pronto fue catalogada como de alto riesgo: no había movimiento en sus tarjetas de crédito desde el 1 de abril, cuando sacó 50 euros de un cajero, ni en sus cuentas corrientes y ni una sola comunicación con nadie.
Se sabía con absoluta certeza que el día 4 de abril estuvo en el albergue de San Javier. Varios testigos la reconocieron –tenía rasgos orientales, lo que la hacía bastante reconocible– y esa tarde presentó sus credenciales de peregrina en ese establecimiento. También fue identificada a la mañana siguiente por varios empleados de la cafetería del hotel Gaudí, cerca de la catedral de Astorga, donde desayunó el día 5 de abril junto a un italiano y dos alemanas. Poco después fue vista en la iglesia de Santa Marta, también en Astorga, desde donde presumiblemente inició su camino hacia El Ganso. Pero allí nadie la vio. No llegó al albergue de esa localidad leonesa y nadie recordaba tampoco haberla visto por el camino. Con estos datos, lo primero que hizo la Policía fue comprobar quiénes habían estado en contacto con la desaparecidas para buscar sospechosos.
Estaba claro que lo que le había pasado a Denise, fuese lo que fuese, le había pasado en los 13 kilómetros que separan Astorga de El Ganso, así que agentes de la comisaría provincial de León recorrieron ese camino a pie, como tuvo que hacer Denise en sus últimas horas. Fueron anotando todo lo que vieron: casa por casa, establecimiento por establecimiento… Y transmitieron la información a sus compañeros de la Sección de Homicidios de la UDEV Central. Mientras tanto, la Unidad de Inteligencia Criminal buscó en los archivos las denuncias presentadas por mujeres en la zona de los hechos: agresiones sexuales, ataques, asaltos, robos con intimidación… Los investigadores sospechaban que el atacante de Denise podía haber cometido un hecho parecido, quizá más leve, en algún momento.
Como te puedes imaginar, salieron un buen puñado de nombres, pero lo más significativo fue un asalto relatado por dos peregrinas extranjeras, que contaron que un tipo había intentado meterlas en un coche. El suceso había ocurrido en el mismo tramo en el que despareció Denise y cerca de Castrillo de los Polvazares, una localidad en la que residía uno de los personajes en los que la policía se había fijado: un tipo solitario y huraño, Miguel Ángel Muñoz Blas, que residía en una casa de madera prefabricada, hasta donde había llegado tres años antes después de separarse de su mujer. La casa estaba a unos 400 metros del camino propiamente dicho. Los investigadores quisieron saber todo sobre el vecino: averiguaron que tenía antecedentes por robo en Madrid, que había pasado un tiempo viviendo en una casa okupa en Aoiz (Navarra), que tenía una hija y que su madre era originaria de la provincia de León. Nadie supo decir a los agentes de qué vivía el hombre, que tenía una finca con un huerto y un pozo entre las localidades leonesas de Santa Catalina de Somoza y San Martín de Agostedo.
La investigación encontró un dato casi definitivo. Una empleada de una oficina bancaria de Astorga se presentó en comisaría con las fotocopias de los mil dólares que un hombre había cambiado por euros pocos días después de la desaparición de Denise. El hombre era Miguel Ángel Muñoz. En el mes de junio todo apuntaba a él y la Policía decidió comenzar a vigilarle de manera discreta, con el fin de tener alguna pista para saber qué había hecho con el cuerpo de la peregrina norteamericana, porque ya se trabajaba con esa hipótesis.
La policía sabía que tenía una sola bala. Si le detenían sin pruebas concluyentes, el tipo podía cerrarse en banda y nunca se encontraría el cuerpo de Denise. Además, había que tener base para que la jueza encargada del caso autorizase una entrada y registro en sus propiedades… Prefirieron darle cuerda, hacerle saber que estaban encima de él de manera más o menos evidente para ver cómo pajeaba, cómo reaccionaba ante la presión y, mientras tanto, seguir recabando pruebas muy importantes.
Algunas herramientas procedentes de la finca de Miguel Ángel acabaron en manos de la policía, que las envió al laboratorio en busca de ADN y allí saltó el positivo: tenían restos biológicos de la peregrina.
Miguel Ángel Muñoz conoce a la perfección todas las rutas del camino de Santiago. Tomó un autobús hacia Asturias para mezclarse con los peregrinos que hacen lo que se conoce como el Camino Primitivo. Estuvo en varios albergues, donde pasó inadvertido, hasta que se le ocurrió sacar dinero de un cajero automático en Grandas de Salime (Asturias). Sus tarjetas estaban monitorizadas y la operación fue conocida casi al instante por la policía, que le cazó el viernes en un bar de ese pueblo, cuando acababa de pagar varios bocadillos que se había comido junto a un grupo de unas cinco personas con las que estaba haciendo varias etapas del camino.
Reconoció que él la había matado, aunque dijo varias veces que no había querido hacerlo, que la golpeó, sin aclarar las razones. Ahora parece que se echa atrás y asegura que se la encontró muerta. Hoy declara ante la juez. La policía no conoce con certeza el móvil del crimen, aunque tienen claro que Miguel Ángel robó a la peregrina y en el estado en el que se encuentra el cuerpo va a ser imposible determinar si huno una agresión sexual. Sí se investiga si este hombre está detrás de tres ataques con móviles sexuales a mujeres en tramos del camino de Asturias y León. Los agentes tratan de comprobar si, incluso, pintaba flechas amarillas de una forma un tanto chapucera para desviar la ruta de los peregrinos hacia su casa.