Vamos a reconstruir el día del crimen de Asunta. Sigamos sus pasos aquel 21 de septiembre, sábado. La niña come con sus padres, Rosario y Alfonso, en casa de este último. El matrimonio está divorciado, recuerden.
Comen los tres juntos en el piso de la calle República Argentina. Una cámara de seguridad muestra luego, a las cinco y veinte de la tarde, cómo sale del piso la niña, Asunta, caminando con normalidad. Luego aparece la madre, Rosario. Ambas van hacia el garaje donde tienen el coche, el Mercedes Benz verde. El padre no aparece en las cámaras y él siempre ha asegurado que no salió de su casa esa tarde.
Dos cámaras de seguridad más muestran a madre e hija en el coche. Las dos van en dirección hacia la casa familiar de Teo a las seis y cuarto de la tarde. La madre ocultó esto ante la Guardia Civil y el juez, había dicho que dejó a su hija en casa haciendo deberes mientras ella se fue de compras.
Llegan las dos, madre e hija, vivas, a esa finca de Teo. Todo indica que sí. La madre desconecta la alarma de la finca para entrar unos minutos después de las seis y media de esa tarde. La autopsia de la niña revela que murió entre las seis y las ocho, por eso los investigadores creen que Asunta murió en la finca de sus abuelos.
La autopsia también muestra que a la niña le dieron una dosis enorme de Orfidal. Asunta tenía 0,68 miligramos de lorazepam por litro de sangre, una cantidad brutal, 17 veces más de lo recomendado en un adulto. Los investigadores creen que esos “polvos blancos” como los llamaban la niña y su madre, se los dieron en casa del padre. No creen que fuera en la comida, porque como te hemos contado, la niña salió andando y orientada del piso, sino justamente antes de salir de la casa del padre, posiblemente disueltos en un zumo, porque la niña ya estaba muy asustada y no se fiaba de sus padres.
Los forenses han discutido mucho sobre si la sobredosis era suficiente para matarla. Algunos defendían que sí, pero el último informe afirma que Asunta sufrió asfixia mecánica, es decir que alguien, cuando la niña estaba ya indefensa, le tapó las vías respiratorias. El juez cree que fue la madre, aunque no se ha encontrado el arma, el objeto con el que lo habría hecho. Hay un pañuelo con ADN de las dos, madre e hija, pero eso no significa nada definitivo.
Tenemos a Asunta, ya muerta, según la autopsia, esa tarde, antes de las ocho, en la finca familiar.Los investigadores creen que la madre esperó a que anocheciera. A la niña le ataron las muñecas y los pies con una cuerda naranja. Hacia las nueve menos diez, la madre vuelve a conectar la alarma de la finca. Un vecino que pasea a su perro la ve fuera de la casa. La saluda, quiere darle palique y Rosario le contesta que va con prisa, que tiene que ir a Santiago a recoger a su hija.
Y el siguiente hecho comprobado, otra vez por una cámara de seguridad, es que la madre aparece sola en Santiago de Compostela, caminando, hacia las nueve y media de la noche. Rosario ha dejado el coche en el garaje y va a su piso de la calle Doctor Teixeiro. Camina sola y tranquila hacia su casa. Llama desde el teléfono fijo a su ex marido. A las diez y diecisiete minutos, los dos, padre y madre, llegan a la comisaría para denunciar la desaparición de Asunta. Por el camino se han encontrado con dos amigas de la niña, a las que preguntan si la han visto, pero, según dicen las crías, sin mostrar nervios ni anunciarles que van a la policía.
Y en comisaría cuentan que habían dejado a la niña en casa. Y la madre también relata un episodio de ese calvario que apuntábamos: alguien había atacado a la niña el 21 de julio. Asegura que un hombre misterioso, de baja estatura, vestido de negro y con guantes de látex entró en su casa y atacó a su hija, tratando de estrangularla, a las dos y media de la madrugada. Ella, insiste, ayudó a Asunta y se llevó algún golpe en la cara.
Ya explicamos aquí en el primer Territorio Negro dedicado al crimen de la niña, que la Guardia Civil y el juez no se creían ese episodio. Que además no fue el único.
No solo no lo creen. Investigaron si el atacante de esa noche pudo ser la madre o hasta el padre de la niña. Y no, no fue el único. Algunos días antes, el 9 de julio, había sufrido, que se sepa, su primera ingestión de medicamentos. Y esto también es un hecho. El análisis del pelo, de Asunta demostró que hacía unos tres meses que le daban orfidal.
Si cogemos un pelo de la nuca, desde su raíz, cada centímetro analizado hacia fuera nos permite viajar al pasado un mes. En el caso de Asunta, su pelo dio positivo hasta tres centímetros de su raíz. Es decir, ya la drogaban tres meses antes del crimen. Además, varias profesoras de la niña han contado que ese día 9, Asunta llegó groggy a clase, casi no podía tenerse de pie y tuvo que tumbarse. Se lo dijeron al padre, que fue quien la recogió y este dijo que era por un jarabe que tomaba para la alergia.
Y aquí entramos en otra mentira, la niña no tenía alergia a nada, según ha contado al juez la pediatra. Bien, seguimos con hechos contrastados. Estamos en septiembre, tres días antes de la muerte de Asunta. La niña falta a clase al instituto y también a ballet. La madre envía mensajes de SMS.
Asegura que su hija está KO, lo escribe así, literalmente, porque se ha tomado pastillas y pide a las profesoras que “colaboren” cuando pueda volver a clase. Una de ellas ha asegurado al juez que la niña se daba cuenta de lo que le estaban haciendo. Le contó que sus padres la engañaban y que su madre le daba “unos polvos blancos” que la dejaban dormida. Sin embargo, la madre aseguró al juez que fue su ex marido quien le dio, una vez, dijo, los polvos blancos a la niña.
Alfonso Basterra fue quien compró cuatro cajas de Orfidal en distintas farmacias de Santiago, con el argumento de que eran para su mujer, que, en efecto, las necesitaba, por problemas de depresión. Y era Basterra el que llevaba y traía a la niña a clase los días que ella llegaba adormecida. La hipótesis del juez es que los dos estaban de acuerdo en darle medicamentos a la niña.
Bien, hasta aquí, los hechos probados. Ahora, las incógnitas, lo que no se ha podido demostrar. ¿Cuándo se dejó el cuerpo de la niña en esa pista forestal? No se sabe con certeza. Los investigadores creen que la madre llevó allí el cuerpo de Asunta tras salir de la finca donde la habría matado. Recordemos que desconecta la alarma hacia las nueve menos diez de la noche y que llega a Santiago hacia las nueve y media. Es decir, tiene cuarenta minutos para hacer el viaje de vuelta del chalet a su casa. El viaje de ida lo hizo en quince minutos. Los investigadores creen que en esos 25 minutos de margen dejó el cuerpo de su hija y volvió a su piso.
Insistimos, no hay certezas de ese hecho. Además, hay un testigo que pasó por el lugar donde supuestamente estaba el cuerpo de la cría y no la vio. La Guardia Civil ha hecho pruebas con él, haciéndole pasar a la misma hora por la zona y colocando allí un objeto y una sábana, incluso blanca, para que brillara y se viera más. El hombre falló en varias ocasiones y no vio nada. Sobre si la madre pudo hacerlo sola, el juez cree que habría cogido a la niña por las axilas y la habría dejado muy cerca, son unos metros nada más desde donde pudo dejar el coche.
Y aquí hay otro hecho, que siembra de dudas todo el tema. En la camiseta de la niña hay restos de semen de un agresor sexual, pero la niña no sufrió ninguna agresión de ese tipo… Asunta no fue agredida sexualmente. Y sí, hay semen en su camiseta, a la altura del seno derecho, que es de un hombre llamado Ramiro, de origen colombiano, que está en libertad y vive y trabaja en Madrid.
En la mesa de autopsia ya se ve que en la camiseta de la niña hay algo, una mancha que da positivo (puede ser sudor, resina, semen o cualquier otro fluido o resto, también hay a veces falsos positivos). Esa camiseta se envía al laboratorio de Criminalística de la Guardia Civil en Madrid, donde se analiza y se certifica que la mancha es semen. Se compara el ADN con el del padre de la niña y da negativo. Alarmados, los guardias civiles introducen ese perfil genético en la base de datos de agresores sexuales fichados y da positivo: el semen es de Ramiro.
La Guardia Civil ha seguido sus pasos, le ha interrogado, ha comprobado su coartada, su teléfono... Ramiro estuvo en Madrid el día del crimen, no pasó por Galicia, no tuvo contacto ni conoce a los padres de Asunta… Todo indica que fue un error tremendo del laboratorio aunque, como ocurrió en el caso de José Bretón, nadie ha querido asumirlo.
Los guardias civiles de Galicia dicen que ellos no pudieron poner ahí ese semen. Los de Criminalística aseguran que siguieron el protocolo y que no se contaminó la camiseta de Asunta en Madrid. Lo más probable, aunque suene a chapuza, es que se contaminara. Es decir, se hubiera usado ese semen del fichado como agresor en algún análisis y no se limpiara correctamente, no se siguiera el protocolo. En cualquier caso, insistimos, y esto nos parece muy grave, nadie ha asumido ese asunto.
La tesis del juez es que los dos, padre y madre de Asunta, estuvieron de acuerdo en matarla, que a los dos los estorbaba en sus planes. Pero hasta ahí llega el pacto, porque todo indica que el padre, Alfonso, contaba con retomar su vida de pareja con la madre después del crimen. Pero el asunto no era solo algo romántico, es que ella le iba a deber algo, y además él la tendría digamos agarrada por un secreto terrible.
Ella, en cambio, quería iniciar una nueva vida. Ya había cerrado su despacho de abogados tras la muerte de sus padres, los abuelos de la niña, y había empezado a hacer negocios con empresarios en Marruecos. Los investigadores creen que pudo dejar creer a su ex marido que volvería con él, pero lo cierto es que tenía otros planes, también sentimentales.
Rosario fue quien tomó la decisión de romper su matrimonio. Y trató, como cualquiera, de rehacer su vida. Y sí, se ha investigado a dos amigos suyos por si la hubieran ayudado a deshacerse del cuerpo de Asunta. Se trata de un empresario marroquí soltero, antiguo asesor de Comisiones Obreras, y de otro gallego y casado, dedicado al sector del mueble y los electrodomésticos. Los dos fueron investigados y dieron muestras de ADN, que fueron comparadas con el semen hallado en la camiseta de la niña. Los dos han quedado fuera de sospecha.
La madre tuvo depresiones y cuadros de ansiedad, estuvo al menos dos veces ingresada en unidades psiquiátricas de Santiago de Compostela. También padece de lupus, pero todo indica que es responsable de lo que hace, distingue el bien del mal. El padre no tiene ningún problema psiquiátrico, al menos diagnosticado hasta ahora.
Y en la literatura criminal reciente sí ha habido casos, pocos, de lo que se llama folie a deux o “locura de dos”, trastorno psiquiátrico compartido, un asunto muy polémico que habla de un sujeto con delirio paranoico o trastorno que digamos empuja o anima al otro, sano pero pasivo, a seguirlo. El caso más famoso se dio en Francia, en 1933, con el crimen de las hermanas Papin, dos criadas que asesinaron, sin motivo, a la señora de su casa y su hija, que eran muy buenas con ellas. El famoso psiquiatra Jacques Lacan defendió que las dos asesinas no eran imputables, contra el criterio de otros expertos, que fue el que prevaleció. Las dos fueron condenadas a prisión. Christine, la mayor, padeció severos trastornos mentales y murió en la cárcel. Lea, la joven, la sana, cumplió diez años de prisión, salió y logró hacer vida normal hasta morir, ya anciana, por causas naturales.