Fue la serpiente de verano y el argumento para que algunos políticos pusiesen en marcha planes especiales anunciados a bombo y platillo y para que otros saliesen al ruedo de las redes sociales a condenar esos ataques. Como si se tratase de una extraña y misteriosa epidemia, decenas de jóvenes denunciaban haber sido víctimas de pinchazos mientras estaban en una discoteca, en unas fiestas patronales o en un concierto. El fin del pinchazo sería administrarles droga para robarles o abusar de ellas. Hoy en su Territorio Negro Luis Rendueles y Manu Marlasca nos van a contar cómo y qué investigó la Policía sobre aquellos pinchazos y las conclusiones de esas pesquisas.
Empecemos por el principio y para eso tenemos que ir al verano pasado, el del 2022, el primero sin apenas restricciones sanitarias. España entera está de vacaciones, bailando, en locales nocturnos y, en medio de la fiesta, alguien habla de unos pinchazos.
Estamos en el mes de junio y una usuaria de la red social Twitter escribe: "Chicas, anoche a una amiga y a mí nos pincharon en un club mientras bailábamos en la pista. A mi amiga en la pierna y a mí en el brazo". La joven contaba que
después del pinchazo, perdió el conocimiento. Desde ese momento, los mensajes similares se multiplicaron en Twitter y en otras redes. Todas las mujeres contaban episodios similares y algunas de ellas presentaron denuncia en comisaría, la primera de ellas en las fiestas de San Fermín.
Durante las fiestas de Pamplona, en el mes de julio, ocho personas denunciaron estos pinchazos. Allí, los protocolos en materia de agresiones sexuales están muy bien engrasados, las autoridades actuaron muy rápido y llegó la primera sorpresa: en los organismos de las denunciantes no se encontró ninguna sustancia asociada a la sumisión química y se desconoce si realmente hubo esta intención o se trataba de coaccionarlas a través del miedo con un pinchazo.
Cuando decís que no se encontraron sustancias asociadas a la sumisión química entiendo que habláis de las drogas que habitualmente se emplean para dejar fuera de combate a las mujeres y agredirlas sexualmente…
Agredirlas o robarles. En España hay numerosa casuística de hombres y mujeres víctimas de esta sumisión que, en la inmensa mayoría de los casos, se lleva a cabo con alcohol o con alcohol mezclado con drogas como las benzodiazepinas, el gamma hidroxibutirato (GHB, también llamado éxtasis líquido) o la ketamina. Sin embargo, en los casos de pinchazos que iban apareciendo por toda la geografía no había ni rastro de estas ni de ninguna otra sustancia y además, las que hemos citado son de muy complicada aplicación con una jeringuilla.
Estas sustancias han de ser administradas de modo intramuscular. Esto significa que hay que hacerlo con una aguja muy gruesa y clavarla varios centímetros bajo la piel. Además, hay que administrarla lentamente, en torno a veinte segundos, porque es bastante cantidad de líquido la que hay que inocular para que tenga algún efecto. Es decir, no se podría lograr el fin de la sumisión con un rápido pinchazo.
Es decir, los pinchazos existían, pero ¿no había vinculación con ningún caso de sumisión química?
En muchas ocasiones sin siquiera llegan a apreciarse esos pinchazos y, desde luego, lo que nunca existió fue la sumisión química. Pero tampoco las cámaras de seguridad de los locales donde tenían lugar esos episodios grabaron nunca nada ni se halló una sola jeringuilla, aguja o instrumento capaz de inocular droga por esa vía. Y tampoco se encontraron envoltorios, tapones, restos de sustancias… Nada de nada.
Pese a eso, durante todo el verano la alarma creció y siguieron las denuncias y los testimonios sobre más ataques por toda España.
Y siguió sin haber una sola prueba, lo que no impidió que cuatro comunidades autónomas y unas cuantas grandes ciudades pusieran en marcha planes especiales contar estos pinchazos. Incluso la ministra de Igualdad, Irene Montero, atribuyó todos estos pinchazos a casos de sumisión química: “En los últimos días hemos conocido testimonios de mujeres agredidas mediante sumisión química en bares, pubs y discotecas...”, dijo en Twitter.
Hubiera bastado que hubiese consultado a su compañero de gabinete, el ministro del Interior, porque para entonces, la Policía, la UFAM Central concretamente, ya estaba recopilando y analizando todas las denuncias que llegaban desde cualquier punto de España y no había ni rastro de sumisión química. Claro que cada uno arrimó el ascua a su sardina: el PP pidió la comparecencia del Ministro del Interior en el Congreso para hablar del tema.
¿Cómo hizo este análisis la Policía Nacional? ¿Qué tuvo en cuenta?
Casi desde la primera denuncia, aquella de San Fermín, UFAM Central de la Policía Nacional comenzó a trabajar en estos episodios. Varios agentes de esta unidad, que está especializada en violencia sexual, estaban en Pamplona durante las fiestas. Las denunciantes aseguraban que los autores de los pinchazos eran grupos de italianos y los agentes buscaron algún comportamiento sospechoso, como
el del buen samaritano que se ofreciese ayudar a las chicas para luego aprovecharse de ellas, pero no encontraron nada extraño.
Cuando las responsables de la UFAM vieron cómo se multiplicaban los casos analizaron cada uno de ellos con todo detalle. Pidieron a las plantillas locales que recogiesen toda la información posible en cada denuncia: declaración de la denunciante, informe toxicológico, posibles testigos, imágenes de las cámaras de seguridad de los locales…
¿A qué conclusiones llegó la UFAM en ese detallado análisis de todos y cada uno de los casos de denuncias de pinchazos?
Entre julio y noviembre de 2022 se contabilizaron trescientos casos repartidos por todo el territorio nacional, con especial incidencia en las zonas costeras, aunque se presentaron denuncias en ochenta comisarías diferentes. Hubo víctimas de distintos sexos, predominando las mujeres jóvenes, incluso menores de edad. En ninguno de los casos conocidos hubo sumisión química, ya que no se detectó que la voluntad de la víctima quedase anulada tras el pinchazo. Y en ninguno de los casos conocidos por la Policía Nacional existió tras el pinchazo denuncia por algún delito contra la libertad sexual o contra el patrimonio.
Es decir, que en ninguno de esos trescientos casos conocidos se cometieron después de los pinchazos robos o agresiones sexuales. ¿Tampoco se encontraron nunca sustancias en los análisis hechos a las o los denunciantes?
Sí, hubo un positivo a GHB, éxtasis líquido. Una niña de trece años denunció que en una fiesta de ‘prau’ un hombre de unos cuarenta años, con barba, la pinchó en el hueco poplíteo (parte posterior de la rodilla) y se guardó luego la jeringuilla en un bolsillo de la camisa. El primer análisis de la orina de la niña dio positivo a GHB, pero un contra análisis desveló que el primer resultado había sido un falso positivo. Seguramente la pequeña se pinchó con una ortiga u otra planta y ella lo atribuyó a otra causa.
¿Y en todos estos meses no hubo ni un solo detenido relacionado con los pinchazos?
Sí, hubo dos detenidos. Uno de ellos se produjo en Palma de Mallorca. Un menor de edad denunció haber sufrido un pinchazo en una discoteca. Dijo que cuando recuperó el conocimiento se dio cuenta de que le habían robado un iPhone 14 que se acababa de comprar. El chaval no debió de parecer muy creíble a los policías que le tomaron la denuncia porque ante ellos mismos contó que se había inventado la historia para cobrar el seguro del dispositivo. La otra detención se produjo en Albacete cuando fue
identificado un menor como presunto autor de varios pinchazos a mujeres. Este chico usaba un alambre para perpetrar esta broma de mal gusto durante la época de ferias.
¿Y esta fiebre de los pinchazos se produjo solo en España?
No, ni mucho menos. Una de las primeras noticias al respecto se remonta a principios de octubre de 2021 en la ciudad escocesa de Dundee. En un 'post' de Instagram, una usuaria llamada Amy Herbert relataba la experiencia de una víctima —no era ella— que aseguraba haber sido inyectada con algo en el pub Captain’s Cabin. No hubo denuncia ni aquellos hechos quedaron nunca esclarecidos, pero los tabloides entraron a saco y pronto comenzaron a llenar sus páginas con casos similares que aparecieron en Aberdeen, Edimburgo y Glasgow.
Pese a la falta de evidencias sólidas, el miedo al ‘needle spiking’, como se conoce allí el fenómeno, comenzó a extenderse por el resto de las islas británicas. A mediados de noviembre de ese 2021 se habían contabilizado 274 supuestos pinchazos en todo el Reino Unido. En enero, eran ya 1.300 denuncias. De estas, cero casos fueron confirmados. Algo similar sucedió el Francia, donde fue imposible hallar trazas de drogas en más de 800 denuncias.
Tampoco en Bélgica o en Países Bajos, donde también se registraron casos.
¿Y en todos esos países la gente contaba lo mismo que en España?
Muchos de los relatos que se escucharon en 2021 en Reino Unido son iguales a los que se oyeron al año siguiente en España: mareos súbitos, no recordar lo que pasó durante varios momentos de la noche y la aparición de lo que podría ser el moratón causado por una aguja. Y antes que aquí, el miedo al ‘needle spiking’ recorrió también Países Bajos, Bélgica y Francia con los mismos argumentos y, de nuevo, ningún caso comprobado.
Bien, entonces, ¿hemos de pensar que en el verano de 2022 las mujeres y algunos hombres se volvieron locos y se inventaron todos esos pinchazos?
No tenemos una respuesta definitiva a esa pregunta. Tampoco la tiene la Policía, que sí señala que muchos de los pinchazos denunciados correspondían a punzadas de plantas, como hojas de palmeras, ortigas, cactus o rosales, picaduras de insectos o arañas o incluso alambres clavados de manera accidental. Hubo quien dijo, como la ministra Pilar Llop, que estos actos buscaban “amedrentar” y tratar de sacar a las mujeres del espacio público. “Son hechos de violencia contra las mujeres porque está provocando que las mujeres salgan de los espacios públicos”, dijo, pese a que no había ninguna evidencia de ello.
Algunas llegaron más lejos, como la catalana Asociación de Asistencia a Mujeres Agredidas Sexualmente, que dijo que pinchar “no es una broma” y que, al final, “consiste en ejercer el poder”. “Es a través de pinchazos como los hombres ejercen el poder; lo hacen porque pueden hacerlo”, señalan. Aunque el objetivo no fuese agredir sexualmente, sí lo era “el agredir por agredir y generar miedo”.
Aunque no haya una respuesta definitiva, supongo que la Policía sí puede tener una hipótesis sobre esos episodios.
Todo tiene el aspecto de haber sido un enorme episodio de sugestión y de psicosis colectiva. Cuando se comenzó a hablar insistentemente en los medios de estos pinchazos, las mujeres salían ya con cierta predisposición, parecía casi inevitable encontrarse a uno de estos pinchadores. En otros casos, los pinchazos se utilizaron para justificar cualquier comportamiento, como hemos victo con el supuesto robo del móvil y hasta con infidelidades.
Lo que sí parece claro es que los medios también tenemos que hacer algo de autocrítica, porque junto a las redes sociales fuimos los responsables de que esta serpiente de verano se extendiese como la espuma. Vamos con un perfecto ejemplo de esto:
¿Quién es este señor que cuenta este episodio?
En la primera semana de agosto, Juan Miguel, el peluquero ex pareja de Karina, contaba esta historia sin pies ni cabeza en un programa de televisión. Decía que estando en un festival con 50.000 personas alguien le pinchó. Dice que le encontraron éxtasis y más cosas, que le tenían que pinchar durante catorce días, como prueba aportó la foto de su brazo con celulitis, anunció que iba a denunciar pero nunca lo hizo… eso sí, tuvo sus minutos de gloria apuntándose a la ola de los pinchazos. Quizás, un tratamiento más sereno y más profesional de los medios y un mayor sosiego de los políticos en este tema habrían reducido bastante la incidencia que tuvo y habría ahorrado mucho trabajo a la Policía.