Pero antes, vamos a contar el final de una fuga y de una historia negra, la de Mar Casimiro Soriguer.Dedicamos aquí un territorio negro a hablar de la tremenda historia de esta mujer barcelonesa, Mar Casimiro Soriguer, profesora de dibujo en la cárcel Modelo que se enamoró de uno de los reclusos, uno de los más sanguinarios.
Del conocido como Mauricio, con quien se fugó durante cuatro meses del año 2011. El Mauricio ya fue condenado por dos asesinatos cometidos durante esa huida y el mes pasado Mar no se presentó al juicio contra ella, donde le pedían 18 años de cárcel. Se fue de Barcelona y se ocultó en el barrio de Lavapiés, en Madrid, hasta que un lector de interviú reconoció su cara como la que habíamos publicado en la revista y llamó a la policía. Les dijo, es muy mala, que la he visto en dos reportajes. La policía avisó a los Mossos que la detuvieron la pasada semana y la sentarán por fin en el banquillo.
Bien, volvamos al principio: habíamos hablado otras veces aquí de las organizaciones criminales colombianas, pero en los más de seis años que llevamos aquí, en Julia en la Onda, las cosas han cambiado bastante, claro…
Han cambiado muchísimo y para bien, desde luego. La policía colombiana se toma muy en serio la lucha contra el crimen organizado, un fenómeno que, no lo olvidemos, infectó el país de tal manera que estuvo a punto de convertir Colombia en un estado fallido. Recordemos que Pablo Escobar llegó a ofrecer a pagar la deuda exterior de la nación a cambio de la impunidad. Primero fueron los grandes cárteles –Medellín, Cali, Bogotá, Norte del Valle…–, después fueron las Farc y la respuesta a éstas, los paramilitares denominados autodefensas (AUC)… Un buen policía colombiano radicado aquí, en España, nos contaba que hace ocho años había contabilizados 34 grandes organizaciones criminales en su país. Hoy solo quedan tres bacrim, la palabra que se emplea en Colombia para referirse a estas bandas criminales.
Colombia es un país hoy muy distinto al que fue, aunque el concepto que tenemos en Europa o en España de seguridad dista aún bastante de la realidad colombiana, especialmente en algunas ciudades. Hay zonas del país donde las Farc siguen imponiendo su ley del narcoterrorismo y grandes extensiones donde siendo europeo tienes muchas posibilidades de sufrir un secuestro. Pero lo cierto es que Colombia sí es hoy un país mucho más seguro.
La razón de esta reducción de la delincuencia está en el esfuerzo de las autoridades políticas y policiales, en la ayuda norteamericana y también en haber tendido alianzas con policías de otros países, como España. Precisamente, la colaboración entre las policías española y colombiana se llama así, operación Alianza, y está destinada sobre todo a perseguir a las oficinas de cobro, a las agencias de sicarios, de asesinos y secuestradores profesionales.
De las oficinas de sicarios hemos hablado aquí alguna vez.Sí. Antes eran pequeñas empresas de servicios que trabajaban de manera puntual bajo pedido para las grandes organizaciones criminales y ahora se han convertido en la base del poder de estos grupos. De hecho, Los Urabeños, la bacrim más importante de las tres que quedan en Colombia, se ha impuesto a las otras dos, Los Rastrojos y los disidentes del Erpac –antiguos paramilitares que combatían a las Farc–, gracias a sus oficinas de cobro locales: son autosuficientes económicamente y formar por sí mismas grupos criminales poderosos, tanto dentro de Colombia como fuera. De hecho, son el brazo armado de las bacrim.
Estos Urabeños no se limitaban a ejercer su poder en Colombia, sino que han extendido su poder por más países, entre ellos España. Esa es otra de las características de las nuevas bacrim. Los Urabeños no cuentan con los vínculos con los poderes políticos que tenías los cárteles o los paramilitares. Las AUC llegaron a tener el control del 30 por ciento del congreso colombiano. Imaginemos que un grupo criminal controla a un centenar de nuestros diputados en el congreso… Equivaldría a eso. Los Urabeños sí corrompen a algunos soldados, policías y jueces e incluso a políticos locales, pero no tienen fachada ideológica ni pretenden tenerla. Son crimen puro y duro y han extendido sus tentáculos por todo el territorio de Colombia y por varios países: Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Honduras, Panamá, Perú, Venezuela y España…
Los Urabeños se dedican, por encima de cualquier otro negocio, al tráfico de drogas. Controlan las zonas de cultivo de la hoja de coca, los laboratorios de transformación, la salida de su mercancía hacia Europa y su distribución. Y aquí es donde entran las oficinas de cobro. Muchas veces se pierden alijos –a veces, sencillamente, los interviene la policía–, o alguien se queda con droga o con dinero de la organización. Cuando pasan estas cosas, llega la hora de las oficinas, que en España han dado ya muchas pruebas de su asentamiento y desde hace bastantes años ya...
La Policía cree que detrás del 90 por ciento de los hechos violentos graves que tienen como víctimas a colombianos están las oficinas de cobro y nos hablan de varios hechos concretos: un tiroteo en Sanchinarro, el asesinato en el hospital Doce de Octubre de Leónidas Vargas –un viejo jefe de cárteles, aficionado a los narcocorridos–, un tiroteo en Villaverde, la desaparición de varios hombres, el hallazgo en Holanda del cuerpo descuartizado de un hombre que residía aquí... Las oficinas de cobro están detrás de todos esos delitos.
Lo peor es que en la mayoría de las ocasiones esos hechos criminales ni siquiera se llegan a conocer. Un policía nos hablaba de la encrucijada en la que se encuentran sus víctimas: si denuncian la extorsión de la que están siendo objeto, su familia –que las oficinas controlan siempre en Colombia– puede sufrir las consecuencias. Y si no denuncian, la extorsión sigue. Y a veces, cuando milagrosamente alguno de estos hechos llega a juicio, los testigos y hasta las víctimas, sufren inexplicables pérdidas de memoria.
Nos han contado policías españoles y colombianos que últimamente han detectado la llegada de asesinos –sobre todo procedentes de la ciudad de Pereira– que cobran 2.000 euros y una semana en Madrid con gastos pagados de prostitutas y marihuana. Se pegan esa juerga, matan al muñeco, como ellos llaman a sus víctimas, y se van. Pero ya lo normal es que sean hombres que llevan años asentados en España, como el caso de El Inválido, el jefe de la oficina de Los Urabeños desmantelada por la policía.
John Marlon Salazar Gómez está desde hace tiempo en una silla de ruedas. La leyenda dice que tras en un tiroteo, pero parece que la realidad es que tuvo un accidente de tráfico. Aún desde esa silla, era el jefe de una de las oficinas de cobro más importante deLos Urabeños, la que tenía Madrid como sede y fue desmantelada gracias a la operación Hefesto, un operación que nació tras la desarticulación de otra oficina de sicarios instalada en España, la de los Upegui, dirigida por tres hermanos. La policía los detuvo cuando estaban a punto de secuestrar a dos colombianos a los que habían hecho un vuelco, es decir, otros delincuentes les habían robado la droga. Los Upegui mantenían relaciones comerciales y de respeto con la oficina de El Inválido.
Los agentes de la Brigada de Crimen Organizado de la Udyco Central, los que acabaron con la oficina, nos confesaban que el nombre se lo habían puesto sus colegas colombianos, con los que colaboraron estrechamente y a los que hay que reconocer su talento, imaginación y cultura a la hora de bautizar operaciones. Hefesto es el dios del fuego y de la forja en la mitología griega. Cuenta la mitología que era tan feo que Hera lo tiró del Olimpo, monte abajo y eso le provocó una visible cojera. Como el Inválido era el principal objetivo de la operación… la analogía con el dios Hefesto estaba clara.
El Inválido, el jefe de la oficina de cobros, se dedicaba al crimen en todas sus modalidades y de hecho estaba en la lista de los delincuentes más buscados de Colombia, con varias causas pendientes allí por varios delitos. Los Urabeños le habían elegido como su hombre de confianza en España y El Inválido se había ganado su prestigio. Por eso, seguramente, uno de los líderes de Los Urabeños le encargó un trabajo tan importante como cobrar una deuda de nueve millones de euros.
La deuda la reclamaba el segundo en la cadena de mando de Los Urabeños, Carlos Antonio Moreno Tuberquia, alias Nico. Se trata de un aficionado a las peleas de gallos, ex miembro de las AUC, que con las muertes de varios de los jefes de Los Urabeños, subió en el escalafón y solo tiene por delante al jefe del estado mayor de esta bacrim, Darío Antonio Usuaga, alias Otoniel, y a su mano derecha, Roberto Vargas, alias Gavilán.
El dinero no se lo debían directamente a Nico. De hecho, él era un intermediario que se iba a quedar con parte del cobro. Y el supuesto deudor era un empresario del sector de los transportes de origen colombiano afincado en Tarragona. Él niega deber dinero a Los Urabeños –como es lógico– y dice que todos sus problemas en Colombia tienen un origen político, pero lo cierto es que parte de su familia, dos tíos, fueron asesinados allí y el resto de la familia huyó a Venezuela.
En este caso, El Inválido iba a pedirle once millones a la víctima de la extorsión: un millón iba a ser para él, otro millón para Nico y los nueve para saldar la deuda con el acreedor, el que hace el encargo. Pero hay diversidad de precios, es la ley de la oferta y la demanda. Por ejemplo, la oficina de los Upegui tenía una tarifa fija del 50 por ciento de la deuda. Otras veces, una oficina de cobro subcontrata a otra o le avisa a la víctima y le dice que si paga algo más de lo que le exigen salva su vida porque ellos negociarán con la oficina. La reinvención del capitalismo al servicio del crimen.
El modo más tradicional de cobrar una deuda así es el amarre, es decir, el secuestro. Se mantiene retenida a la víctima hasta que negocia el pago y da pruebas de ello. El Inválido lo tenía todo perfectamente preparado cuando los hombres de la Udyco Central le cayeron encima. Tras el encargo, había pedido a Nico un adelanto de unos 30.000 euros para ir cubriendo los primeros gastos. Lo cierto es que El Inválido se gastó casi todo ese dinero y no precisamente en los preparativos, que estaban muy avanzados.
Los campaneros, es decir, los sicarios que hacen el trabajo de campo, habían fotografiado al empresario en su moto, en su coche, entrando y saliendo del gimnasio al que acudía, en su domicilio. Se referían a él como ‘el fantasma’. Incluso, una mujer del grupo de El Inválido ya había alquilado un piso en Begues, en el Baix Llobregat, que iba a ser el roto, es decir, el lugar en el que confinarían a su víctima hasta que pagase la deuda. Y esta vez, la oficina contaba con muy buena información.
El Inválido había conseguido datos del padrón municipal para localizar a su víctima y había contactado con un trabajador de una empresa de telefonía. Quería tener localizado en todo momento el teléfono del empresario que iba a ser víctima del amarre, e incluso interceptar sus comunicaciones. Además, la oficina de El Inválido contaba con un paquistaní, encargado de suministrar las armas, y un pitbull, un hombre especializado en, digamos, técnicas de persuasión con métodos más que expeditivos.