Llevamos una semana hablando del fallo del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, hemos hecho incluso un gabinete, sobre la doctrina Parot.
España no ha sabido explicarse. Se han tenido muchos complejos para luchar contra el terrorismo etarra y sus brazos políticos y sociales. Empezando por el final, España tiene como representante en Estrasburgo a Luis López Guerra, que fue número dos del Ministerio de Justicia con Zapatero y siempre ha abogado por derogar la doctrina Parot. Ese ha sido el embajador de España en ese tribunal y para ese tema.
Y viajando en el tiempo, hay que decir que ningún país civilizado habría soportado tener en sus parlamentos un grupo terrorista como lo fue Herri Batasuna durante decenas de años. Aquí solo se ilegalizó en 2002 gracias al impulso, es justo decirlo, de dos personas tan distintas y que se odian cordialmente como el juez Baltasar Garzón y José María Aznar, por cierto con el apoyo de Zapatero. Posiblemente porque veníamos de la dictadura franquista, y los etarras tenían cierto halo romántico en Europa, España carga desde entonces contra esos tópicos, hoy casi todos superados (aunque el New York Times hablaba el otro día de “militante vasca” para referirse a la etarra Inés del Río).
Veníamos de la dictadura de Franco y hemos usado su Código penal, el de 1973, hasta 1995. Y era el más suave para los asesinos, el que los ha beneficiado.
Porque aquel código penal contemplaba la pena de muerte para, por ejemplo, etarras y otros delincuentes, y estuvo aplicándola a sangre y fuego hasta el final. Por eso nadie se paraba a pensar en sus redenciones, es decir, cada dos días en la cárcel, descontabas uno de condena; incluso a veces un día de descuento por día de prisión. El sistema de reducir condenas estaba pensado para gente como El Lute, ladrones, rateros…
La responsabilidad de haber cambiado estos es de unos más que de otros, la verdad. Adolfo Suárez ya intentó cambiar el Código Penal nada menos que en 1980. Y Manuel Fraga pidió en los años ochenta introducir el cumplimiento íntegro de las penas de cárcel para terroristas. Lo que ocurre, y es así aunque duela, es que gente tan importante para España como Felipe González, lo rechazaron siempre. La izquierda de los primeros años ochenta pecó de buenismo, de pensar, al peor estilo de Rousseau, que el criminal nace bueno y se hace malo por la sociedad. Y no siempre es así.
Entonces, en aquellos años ochenta, por ejemplo aun no se hablaba de psicópatas, o de personas con trastorno antisocial de personalidad, como los define la Organización Mundial de la Salud, pero ya existían. Y algunos de ellos cometieron horribles crímenes y también van a verse beneficiados ahora con esa decisión del Tribunal Europeo.
Hay catorce violadores en serie o psicópatas sexuales que están en la lista de la doctrina Parot; es decir, que el Estado les alargó la condena porque descontó los días que trabajaron en la cárcel, se matricularon en alguna universidad a distancia (los etarras lo hacían siempre en la Universidad del País Vasco y algunos hasta sacaban sobresalientes sin hacer el examen) o hicieron gimnasia, pero sobre el total de sus condenas, que son enormes, y no sobre los treinta años de prisión que era el límite para empezar a descontar.
La liberación de etarras produce un dolor enorme y una repulsa social grande. Es lógico. Son asesinos que además siguen en la línea dura de la banda, no han pedido nunca perdón ni mostrado arrepentimiento. Pero criminalmente no parece que tengan mucho riesgo de reincidir en el futuro. ETA ha sido derrotada policialmente, y su regreso a las armas es muy poco probable, según todos los análisis de la policía y la guardia civil.
Sin embargo, estos psicópatas sexuales, que tampoco han pedido perdón sincero, tienen un pronóstico criminal peor. Tienen tasas de reincidencia altas, superiores a un 30 por ciento. No han cambiado en la cárcel. Y a diferencia de los etarras, que van a disfrutar de una amplia red de apoyo familiar y social en algunas zonas de Euskadi, ellos no van a encontrar trabajo, ni casi familia que les arrope y el posible castigo, la cárcel otra vez, no les asusta. Los psicólogos que los conocen dicen que su problema no se cura. Y la mayoría defienden que no se les den permisos de salida.
Ya ha salido en libertad uno de ellos en Barcelona, Antonio García Carbonell. Carbonell atacaba, junto con un compinche, a parejas en lugares solitarios. Los dos golpeaban a los hombres y violaban a las mujeres. Por su culpa, además, estuvo preso un ciudadano marroquí que era inocente, al que una víctima confundió con Carbonell, su verdadero violador. La pasada semana salió de prisión y en la puerta le esperaban familiares y amigos con unas botellas de whisky. El panorama no es muy alentador, quizá lo mejor sea que este tipo tiene 76 años y a esa edad, estos delincuentes se van digamos apagando.
El más famoso de esa lista de violadores en serie que pueden salir en libertad es Miguel Ricart, condenado por los crímenes de Alcásser, cometidos en 1992. Miguel Ricart Tárrega, alias El Rubio, fue condenado a 170 años de prisión, que fue descontando con el código franquista haciendo deporte y participando en talleres. El Rubio debía haber salido en 2011, pero se le aplicó la Parot y tiene, en principio y según ese sistema, condena hasta el año 2023. La Audiencia de Valencia ya ha pedido a la prisión los datos sobre su condena. Es muy posible que recupere la libertad, lo más probable es que muy pronto, salvo que estos jueces decidan mantenerlo preso y el caso pase, como el de Inés del Río, al Supremo, al Tribunal Constitucional y luego a Estrasburgo. Pero el final está cantado y saldrá antes de 2023, seguro.
Ricart no se ha sometido a ningún tratamiento para agresores sexuales, que se empezaron a ofrecer en las cárceles españolas a partir de 1998. Son tratamientos que duran unos dos años y medio y los presos deben apuntarse voluntariamente, no dan derecho a permisos ni a ningún beneficio en la vida en prisión. Ricart no quiso nunca apuntarse. En cuanto a las distintas versiones sobre los tres asesinatos de las niñas de Alcasser, él lo contó con todo lujo de detalles, como algunas de las torturas que sufrieron las niñas (y que luego las autopsias confirmaron), por lo que es evidente que estuvo allí, que violó al menos a una de las niñas y que su colaboración física fue imprescindible para que violaran y torturaran a las otras dos víctimas.
Y ese caso, Alcasser, sigue siendo una herida abierta, porque nunca se supo cuántas personas hubo allí. Lo cierto es que al menos hubo dos criminales: Ricart y su compinche, el líder del grupo, Antonio Anglés, aun hoy fugado y desaparecido. Además de ellos, la sentencia indica que pudieron participar otras personas más. Lo mejor es acudir a las cartas que el propio Ricart envió a la familia Anglés y también al juez del caso poco después de entrar en prisión. Parecen las más sinceras. En ellas, leemos, textualmente, Ricart amenaza: “o me mandáis cien mil pesetas o lo vais a pasar peor”; se define a sí mismo como “testigo de lo ocurrido y cooperador de la inhumación de los cadáveres” de las chicas y acusa de los crímenes, además de Antonio Anglés, a su hermano Mauricio, entonces menor de edad, y a un cuarto hombre al que identifica solo como “el amigo de Antonio”.
Pues este tipejo va a salir pronto de prisión. Se ha negado a someterse a tratamiento, pero sí se le ha observado, claro. Ricart es aun joven, tiene 44 años. En su contra está que no va a contar con apoyo de casi nadie. Su mujer, por ejemplo, se separó de él tras los crímenes. Pero tiene algunas ventajas: es muy poca cosa, pequeñito, no llega a metro sesenta, no es tampoco demasiado listo, los psicólogos concluyen, más diplomáticamente, que tiene “poca entidad criminal”. Además, fue un criminal, un criminal horrible, pero todo indica, como decía nuestro querido doctor José Antonio García Andrade, que actuó “en eco”
Se llama así cuando un criminal actúa siguiendo a un líder, formando parte de un grupo en el que él es un personaje muy gregario, secundario. Evidentemente, colabora a causar un daño terrible a las víctimas, pero no toma la iniciativa, no diseña ni prepara los crímenes. Los de Alcasser fueron sus primeros delitos graves contra personas. Lo mismo seguía a Anglés para cometer un atraco a un banco o robar un coche que para los crímenes de Alcásser. Parece menos peligroso, a priori, que otros que van a salir de prisión próximamente.
Los hay aún más peligrosos que este tipo, el asesino de tres niñas. Por ejemplo, Joaquín Villalón Díez, uno de los asesinos con peor pronóstico de cuantos están en nuestras prisiones. Tuvimos ocasión de ver una larga entrevista con él en un curso sobre asesinos en serie en Valencia, hace ya 14 años, y lo cierto es que helaba la sangre escucharle hablar. Villalón cumple condena por el asesinato de dos transexuales, cometidos cuando disfrutaba de un permiso, porque ya había sido condenado previamente por asesinar y descuartizar a su novia en Andorra.
Por asesinar y descuartizar a su novia, solo pasó nueve años de los 17 a los que fue condenado, porque se benefició de ese código penal franquista del que hemos hablado antes. Tras ese tiempo, empezó a disfrutar de régimen abierto. El crimen de Villalón fue tremendo: estranguló a su novia, Francisca, la descuartizó y repartió su cuerpo en bolsas por el cauce del río Bixerrai. No tuvo ningún reparo a la hora de confesar el crimen. Dijo que la mujer, que trabajaba con él en un supermercado, se inmiscuía demasiado en su vida, quizás porque le había ocultado que ya se había casado y tenía dos hijos con otra pareja. Cuando salió de la cárcel, rehizo su vida e incluso convivía con otra mujer, algo que no fue obstáculo para sus crímenes.
Es decir, que tras matar a su novia y salir de prisión, vivía con otra mujer y mataba transexuales…. Villalón era, como Ferrándiz –el asesino de cinco mujeres en Castellón–, un psicópata de libro, capaz de hacer compatibles una vida completamente normal, con trabajo y relaciones, con sus crímenes. Así, Villalón asesinó a Juan Manuel, alias Joanna, y Darío, alias Carmen, dos transexuales cuyos servicios contrató. Al primero le dio una brutal paliza y lo ahogó en la bañera; al segundo le quemó vivo. Su pronóstico, cuando está a punto de salir de prisión tras 21 años, es tan malo como el de otros violadores y asesinos, como Pedro Luis Gallego o Valentín Tejero.
De esos tipos hablaremos, si os parece, en el próximo Territorio Negro. Para entonces, quizá alguno esté en la calle.