Hablábamos la semana pasada de Miguel Ricart, uno de los criminales de Alcasser, y anunciamos a otros dos beneficiados de la decisión de Estrasburgo: Pedro Luis Gallego y Valentín Tejero.
Son dos personas que centran las preocupaciones de las autoridades. Valentín Tejero fue, además de otras muchas cosas, el asesino de la niña Olga Sangrador en Villalón de Campos, provincia de Valladolid, en junio de 1992. Tejero, condenado a 50 años por el crimen, debería haber salido en libertad el año pasado, pero el Tribunal Supremo decidió aplicarle la Parot y mantenerlo en prisión hasta dentro de diez años. Con esa doctrina, le quedarían por comerse otros doce años de cárcel, pero ahora es posible que salga.
Vamos a recordar el historial de este psicópata, este criminal y vamos a viajar a lo peor del ser humano. Valentín Tejerointentó ya en 1976 violar a una niña de nueve años, la misma edad que tenía Olga Sangrador cuando la mató. En 1980 comete robos con fuerza, en 1982 le detienen por exhibicionismo. Y en 1986 comete su primera violación consumada, al atacar a una niña de once años; intenta abusar de otra mujer e intenta violar a otra niña de 12 años. En 1989 viola a una chica de 17 años y acaba en prisión. Allí, como todos estos violadores, se porta muy bien, “son una malva”, nos dicen algunas de las psicólogas que tratan con ellos, y consigue en 1992 dos permisos de salida de la cárcel. Está casado, tiene dos hijos y su familia garantiza que trabajará en un kiosco.
Durante su primer permiso no pasa nada, pero durante el segundo secuestra, viola y mata a la niña Olga Sangrador, aun recuerdo el escándalo que se formó con ese crimen. Fue un crimen tremendo. Valentín era radioaficionado y acudió a las fiestas de San Juan y San Pedro a Villalón de Campos, cerca de Valladolid. Allí encontró a la niña. Fue un crimen más elaborado que los de Alcásser. Él llevaba carteles de un juego de radioaficionados llamado la caza del zorro y le pidió a la cría que le ayudara a pegarlos. Cuando se les acabaron, le dijo que en el coche tenía más y la niña se acercó hasta allí.
Y ese tipo la llevó 150 kilómetros lejos de su casa, hasta Tudela de Duero, donde la torturó, la violó y la enterró. Nos vamos a ahorrar detalles de lo que el propio Valentín contó que le hizo a la niña. Contaremos solo el final. Cuando dejó a la cría casi enterrada, vio que se le movía un brazo y le pasó por encima con su coche, un todoterreno. Fue detenido por la Guardia Civil. Tenía 31 años entonces (ahora tiene 52, todavía es joven) y solo escribió una carta (que envió a un periódico) muy fría, pidiendo perdón a las familias. Lo malo es que lo hizo en 2010 cuando se le comunicó que se le iba a aplicar la Parot y no iba a salir de prisión por mucho tiempo.
Sus hijos tenían 11 y 9 años cuando mató a Olga Sangrador. Su mujer se casó con Valentin siendo una cría, tenía apenas 14 años. Y no, no ha seguido ningún tratamiento en la cárcel. Una de las personas que lo ha visto estos años nos contaba que es un tipo muy peligroso, por su perfil de agresor, por planificar las violaciones, por el tipo de víctima, es lo que ellos llaman un depredador, un tipo que, como hizo en Villalón de Campos aquel 1992, sale a cazar, en este caso a cazar niñas. Son gente que en prisión fantasean y hasta se excitan recordando lo que hicieron. Es así. Villalón pidió ya la semana pasada que se le aplique la decisión de Estrasburgo para quedar en libertad. La fiscalía informará en los próximos días, lo mismo hará la Asociación Clara Campoamor en representación de las víctimas, que intentará que no salga alegando que el Supremo avaló su condena hace solo un año. En unas dos semanas, la Audiencia decidirá.
Y aun hay un otro asesino que está ya esperando para recuperar la libertad. Se llama Pedro Luis Gallego, y la crónica negra le bautizó como “el violador del ascensor”. Mató a dos jóvenes, Leticia Lebrato y Marta Obregón, en 1992. Antes, había violado a dieciocho jóvenes más. Gallego es un tipo muy peligroso, al que le cayeron 273 años de condena y que, con la aplicación de la doctrina Parot iba a salir de prisión en el año 2022. Es el más activo y mejor defendido de todos estos. Ya luchó en los tribunales contra la Parot y el Tribunal Supremo le quitó la razón. De no ser por esa doctrina, por cierto, estaría en la calle desde hace ya cinco años. La semana pasada, su abogado pidió la libertad a la Audiencia de Burgos, que decidirá pronto y parece que tiene todas las de ganar.
Gallego es quizá el ejemplo del psicópata sexual que mejor ha utilizado el sistema español para beneficiarse. Por ejemplo, ha conseguido reducir su condena limpiando algunas zonas de la prisión, asistiendo a clases –que no aprobando- de Enseñanza Secundaria Obligatoria, la ESO, y hasta haciendo aerobic…
Bastaba con matricularse en algo para sacar beneficio. Por eso hubo una verdadera fiebre de presos con inquietudes académicas. Ese aberrante sistema lo terminó Mercedes Gallizo en su etapa al frente de Prisiones, hace solo unos años, cuando exigió que para reducir las condenas hubiera que aprobar las asignaturas. Fue un ejemplo de cómo se podían hacer cosas, no era cierto que no se pudiera hacer nada. Y Gallego, como muchos otros, como De Juana Chaos, por volver a hablar de ETA, se aprovechó de ese sistema. De Juana Chaos redujo pena por escribir un libro en castellano y por traducirlo al euskera (cosa que él no hizo, obviamente). Otro etarra redujo su condena por escribir un artículo en el afortunadamente fallecido diario Egin defendiendo el terrorismo…
El violador del ascensor que está en su celda esperando la libertad, también es muy peligroso. Porque como dice el profesor Vicente Garrido, ha aprendido, ha crecido criminalmente. Gallego era un mecánico que comenzó atacando a mujeres en los portales de sus casas. Se colaba tras ellas y las atacaba. Así lo hizo con 18 mujeres, casi todas entre 17 y 25 años, en Valladolid. Fue detenido y condenado por violación. Un informe psicológico ya advertía de que se trataba de un psicópata, hasta que llegó a la prisión de Sevilla.
Tres psicólogas firmaron un informe en el que aseguraban que Pedro Luis Gallego estaba arrepentido y preparado para recuperar la libertad, recomendaban incluso que se le dieran permisos de forma inmediata. Las tres doctoras eran inexpertas, estaban contratadas temporalmente y fueron convencidas por Gallego.
El caso es que este hombre engaña a las psicólogas y recupera su libertad. Y un año después, intenta cometer dos violaciones y comete dos asesinatos. Por eso decíamos que es un criminal que ha ido aprendiendo, que ha crecido. Sabe que si deja a una víctima de violación con vida puede denunciarlo y hacerle entrar en prisión. Como buen psicópata decide entonces matar a sus futuras víctimas. La primera fue Marta Obregón, una joven estudiante de periodismo de Burgos a la que intentó violar en enero de 1992 y a la que acabó apuñalando hasta la muerte.
Y seis meses después, el 19 de julio de aquel año, Gallego acude con su coche y su cuchillo a un pueblecito de Valladolid llamado Viana de Cega. Merodea por la zona en busca de una víctima. Y encuentra a Leticia Lebrato, una chica de 17 años que va andando hacia casa de una amiga. La asalta, la amenaza con el cuchillo y se la lleva en su coche. La chica se resiste y Gallego le da 19 puñaladas. Luego se va de la zona. Consigue librarse a tiros del cerco de la Guardia Civil en Medina del Campo y acaba ocultándose en La Coruña, con su novia, porque muchos de estos psicópatas sexuales tienen pareja. Allí es detenido meses después cuando consigue que otra persona acuda a cobrar un giro de dinero que está a su nombre.
Y este hombre va a salir en libertad, recuerden autor de dos asesinatos y 18 violaciones, que se sepa. Pedro Luis Gallego tenía 33 años cuando fue detenido por el crimen de Leticia Lebrato, ahora tiene 53. Luego se supo que había matado también a Marta Obregón. Ante el juez de Valladolid hizo una actuación que debió ser similar a la que subyugó a las psicólogas de Sevilla que le vieron recuperado. Leemos su confesión: “estoy angustiado por todo lo que he hecho, necesito ayuda psiquiátrica porque estoy enfermo de la cabeza desde hace bastante tiempo. Lo único que quiero es que me curen. En situaciones como la que se dio con esta chica no me puedo controlar”.
No parece muy sincero porque no se sometió a ningún tratamiento en la cárcel, y pudo hacerlo desde hace más de diez años. Por eso y porque miente ya en la declaración. Se justifica, como muchos de los violadores, dice que “en situaciones como la de la chica”. No fue una casualidad, él bajó de su coche y la secuestró con un cuchillo. Más tarde le decía al juez que no sabía qué le había pasado porque cuando otras chicas se le resistían, él se iba sin violarlas y sin hacerles daño. Es un cínico y, lo más grave, en esa supuesta confesión, donde decía estar destrozado, se le olvidó decir que había matado meses antes en Burgos a Marta Obregón, un crimen que entonces estaba sin resolver. Por cierto, un grupo de amigos ha animado a la beatificación de Marta Obregón, fallecida según ellos por resistirse a la violación de Gallego. El proceso está en marcha en el Vaticano desde hace un año y medio.
Da la sensación de que no hay nada que hacer con esta gente. Los estudios de la Universidad de Barcelona asumen que el 20 por ciento de los violadores que pasan por la cárcel (y que suelen ser reincidentes) vuelven a delinquir tras recuperar la libertad. Y que los tratamientos funcionan, bajan esa tasa. Por ejemplo, se trata de que los presos aprendan el dolor que han causado, que abandonen todas las justificaciones. Durante dos años y medio, se les enseñan por ejemplo fotografías cedidas por servicios de urgencia con heridas de las víctimas, documentales donde ellas cuentan lo que han vivido y se les hace un duro ejercicio final.
En este ejercicio, tienen que elegir la persona que más quieren (su madre, su mujer, su hija) e imaginar que esa persona es víctima de una violación, el mismo delito que ellos cometían. Luego, tienen que escribir como si fueran ellos las víctimas y qué estarían sintiendo. Uno de los presos le contó a una psicóloga después de hacer esa redacción: “somos unos hijos de puta, nos tendrían que matar”. Eso, nos contaba la psicóloga, es que el tipo en cuestión va mejorando.
Está demostrado que estos tratamientos bajan la tasa de reincidencia en la mayoría de los que se someten a ellos, digamos que aprenden a controlarse. Pero también hay un cinco por ciento de los agresores, que son de los que hemos hablado aquí estos dos territorios negros, que no tienen curación. Los propios psicólogos que trabajan con ellos recomiendan que no se les dé ningún permiso de salida de prisión y que, por ejemplo, se les trate como en Dinamarca, donde se les ingresa de por vida en instituciones penitenciarias, mitad cárcel mitad psiquiátrico. O que se les aplique, como en Francia, la cadena perpetua. De eso, de la cadena perpetua revisable para algunos criminales, vamos camino con la nueva ley que prepara Ruiz Gallardón.
Porque ese cinco por ciento, esos psicópatas sexuales, pueden engañar, ya lo hemos visto, a expertos médicos, a tribunales, a todos. Y volver a matar. Y engañan también a periodistas y escritores brillantes. Es famosa la fascinación que sintió un genio como Truman Capote por uno de sus asesinos protagonista de su extraordinaria “A sangre Fría”. Y más sangrante fue el caso de otro brillante escritor norteamericano, Norman Mailer, autor de “La Canción del Verdugo”. Fascinado por uno de los criminales que conoció, Jack Abbott, Mailer inició una cruzada para lograr su libertad o, al menos, permisos de salida de prisión. No era ningún peligro para la sociedad, decía. Lo consiguió. Abbott salió de permiso y volvió a matar. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho y había desperdiciado la oportunidad para rehacer su vida, aseguró que “por costumbre, todos somos animales de costumbres, ¿no?”.
Más cerca de nosotros, el albañil José Antonio Rodríguez Vega, que mató a 16 ancianas en Santander, antes fue detenido por violar a otra mujer. Era su primer delito, y resulta revelador leer ahora su primera declaración. Cuando le preguntan por qué violó a esa mujer, Rodríguez Vega afirmó: “me aburría, otros, cuando se aburren, van al cine. Y a mí no me gusta el cine”. Ese es el tipo de persona del que estamos hablando.