TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: La virginidad de Marta valía 5.000 euros

Cada día la Policía Nacional rescata a una mujer víctima de la trata de personas, casi siempre con fines sexuales. En 2014 fueron liberadas 354 de esas mujeres. El tópico habla de jóvenes extranjeras, pero no siempre es cierto. Hoy, vamos a contar el caso de Marta, una joven andaluza que fue rescatada por agentes de policía en noviembre del pasado año de un piso de Zaragoza. Una joven española que cayó en ese infierno cuando dejó atrás a su familia y su ciudad para estudiar una carrera. En apenas dos meses, Marta estaba retenida, explotada y su virginidad se ofrecía a cambio de 5.000 euros.

ondacero.es

Madrid | 11.04.2016 19:09

Esta historia tan triste, que rompe tantos tópicos sobre las mujeres explotadas sexualmente, empieza en septiembre pasado en Cádiz. Una joven de 22 años decide irse a estudiar fuera, concretamente a Zaragoza.

La llamaremos Marta, que fue el nombre con que la vendían sus explotadores. Vivía en Cádiz con sus padres y su hermano. No se llevaba demasiado bien con ellos: Marta es una joven con algunos problemas de comunicación y de comportamiento. En 2012, cuando tenía 19 años, su familia la llevó al hospital Puerta del Mar, en Cádiz. El informe de psiquiatría habla de una chica con “hipersensibilidad social, tímida, manifiesta conductas de evitación. Tiene problemas para relacionarse y para decir que no”. Así que Marta decide, en septiembre pasado, mudarse a Zaragoza. Allí se matricula en la universidad. Va a estudiar Relaciones Laborales y Recursos Humanos.

Su familia no anda bien de dinero, de forma que esta joven se instala en algunas pensiones y pisos de estudiantes. También decide empezar a trabajar para pagarse sus gastos tan lejos de casa. Y Marta, desde el principio, no tuvo suerte. Pasó por varias pensiones y también por un piso de estudiantes, de donde se iría después, eso sí, de dejar a un compañero de universidad bastante fascinado con ella. Es una chica joven y muy guapa. Consiguió un trabajo como camarera en un bar, pero el dueño no cumplía lo prometido (no tenía contrato) y no le pagaba el sueldo. Acabó currando, esta vez cobrando, en un bar llamado el Hogar Extremeño. Por la mañana iba a la universidad y por la tarde trabajaba en el bar, una cafetería restaurante en la calle Corona de Aragón de la capital maña.

Y a ese bar acude a veces a comer un joven de Zaragoza, guapete y aficionado a las artes marciales, llamado Javier. A Javier le llama la atención esa camarera joven y guapa y empieza a tratar con ella. La chica le cuenta que estudia en la universidad, que tiene problemas de dinero y, sobre todo, de alquiler. Javier, un joven de 25 años nacido en Navarra, la escucha (a Marta le cuesta mucho comunicarse con extraños) y poco a poco se gana su confianza. Después de algunas semanas, Javier se convierte en su amigo y le va a hacer una oferta: puede irse a vivir a su piso de Zaragoza a cambio de pagar los recibos de la luz y el agua.

Y Marta acepta trasladarse a ese piso, donde vive Javier con su amigo Vlad, un boxeador rumano que se hacía llamar Robert. Sería la última vez, así lo contaría luego esta joven, que le iban a pedir algo por favor, con educación y con respeto.

Marta contó luego a los agentes de la UCRIF de la Policía de Zaragoza: “Me decía que se llamaba Román y que yo podía instalarme en su casa. Parecía buena persona, así que acepté”. Tras su llegada al piso, los dos hombres tuvieron un problema: tenían que hacer obras en el tejado, de forma que le pidieron a Marta, o más bien le exigieron, que aportara dinero.

Javier y el boxeador rumano, que tiene 38 años y se ganaba algún dinero trabajando como portero de discoteca, la trataban cada vez con más violencia. Primero la obligaron a dejar su trabajo como camarera. Vamos a leer la declaración de Marta tras ser rescatada: “Me prohibieron hablar con otras personas y me dijeron que me habían conseguido un nuevo trabajo que consistía en hablar con hombres y escucharlos un poco”. Ya nos imaginamos que el trabajo no consistía en eso. De hecho, sin que ella lo supiera, sus dos caseros habían puesto un anuncio por Internet en una página web llamada www.pasion.com.

Masajes eróticos en Universidad (barrio de Zaragoza) Universitaria española. Masajes. Soy Marta, estudiante andaluza de 19 años. Realizo masajes eróticos con terminación manual. Te derretirán mis jóvenes manos recorriendo tu cuerpo y mis tiernos y firmes pechos. Atiendo guasap. El anuncio llevaba varias fotos eróticas que el boxeador rumano y su amigo español le habían obligado a hacerse a Marta.

Obviamente, esta joven ni era la que escribió el anuncio, ni tenía 19 años, ni contestaba el guasap. De hecho, Marta se negaba a tener relaciones sexuales con los clientes que empezaron a llegar atraídos por las fotografías. Los dos hombres cobraban 90 euros por cada cliente o bien 50 euros por media hora. Marta explicó luego a la Policía que los masajes debían terminar con una masturbación.

Impresiona aquí la rapidez con que esta joven, recuerden una estudiante universitaria con un trastorno de hipersensibilidad social, cae en ese mundo que le es totalmente ajeno, la presión a la que la someten. Marta contaría luego que le daba vergüenza decírselo a su madre, que al principio pensó que podía salir sola de ese infierno. El informe de los psicólogos de la fundación Apip-Acam, que colabora con la policía para rescatar a mujeres víctimas de trata, concluye que Marta es “especialmente vulnerable, que aparenta una edad inferior y presenta una conducta infantil. Tiene miedo a ser rechazada y a la soledad. Ella pensaba que iba a salir sola de todo para que sus padres no se enterasen y no se enfadasen”.

Todo fue muy rápido. Ella, de hecho, al principio se negó a hacer nada con los hombres que acudían al piso, pero entonces empezaron los insultos, las presiones y las amenazas. Lo cuenta Marta a la policía, a sus rescatadores, mejor que nosotros: “me llamaban cateta de pueblo y me decían: ‘eres tonta, ya nos encargaremos nosotros de hacerte más lista’”.

Y esa chica infantil, con problemas psicológicos, soporta ese secuestro, esa explotación con algún gesto yo diría que casi heroico. Aún así, entre amenazas, se niega a hacer algunas cosas que los clientes piden. Marta se negó siempre a tener relaciones sexuales completas con hombres y se negó también a alguna práctica de riesgo por la que algún cliente ofrecía pagar 300 euros. Se negó con el consiguiente enfado de sus dos chulos, dos tipos duros, especialmente el boxeador rumano, un tipo bragado con una oreja destrozada por los golpes que eso sí, la obligó a trabajar bailando en un club de Zaragoza donde él era portero. Así consiguieron 2.000 euros más explotando a Marta.

A todo esto, recuerden, los padres de Marta creen que ella está estudiando una carrera en Zaragoza y que trabaja como camarera. Sus explotadores le han prohibido hablar con su madre, de la que la separan casi mil kilómetros, pero la chica consigue hacerlo. No le dice nada, pero la madre nota algo muy extraño, la anima a volver a casa y, ante su negativa, pone el 13 de noviembre una denuncia en la comisaría de Policía de Cádiz, su ciudad.

En esta historia también hay un personaje importante, el testigo. Aquel estudiante universitario, compañero de Marta que se había quedado un poquito colgado con ella y que no sabía lo que pasaba. La joven le dijo que ya no le dejaban hablar más con el ni verle. Que la tenían a dieta y solo le daban de comer verduras y frutos secos. Así que este joven llamó a la madre y le dijo que algo raro podía estar pasando con Marta y los dos hombres con los que vivía. Marta se lo negó a su madre, pero ella acudió a la policía.

Los datos pasaron a los agentes de la Brigada de Extranjería de la UCRIF de Zaragoza. Hicieron gestiones, comprobaron que se ofrecía a Marta en un teléfono. Se hicieron pasar por clientes y acudieron al piso el 17 de noviembre. Allí estaba Marta, que les abrió la puerta para, en principio, darle un masaje a uno de ellos. El agente le enseñó la placa y la chica, aterrada, se llevó el dedo a los labios para que no hablaran. Solo le dijo: “Tengo miedo, por favor, ayúdame, me quiero ir”. En el salón, muy cerca, estaban sus dos explotadores.

Los policías detuvieron a esos dos tipos, el español y el rumano. Liberaron a Marta y se la llevaron a comisaría. Debe ser un momento gratificante para un policía. Uno de los agentes nos explicaba que aun recuerda la mirada aterrorizada y perdida, dice él, de la joven cuando entraron con ella en la habitación del piso donde la tenían explotada. Los padres de Marta viajaron de Cádiz a Zaragoza, los policías les reservaron un hotel allí y otro de los investigadores no olvida el encuentro entre la madre y la hija en la comisaría. Allí lloró bastante gente.

Marta salió de aquello, estuvo un mes explotada. Y se libró de un futuro inmediato muy negro. Sus dos captores ya habían ideado una nueva forma de ganar dinero con ella. Como no había tenido relaciones sexuales con ningún cliente, ofrecieron su virginidad a cambio de 5.000 euros.

El rescate de la policía llegó en un momento providencial. Marta se negaba y se iba a seguir negando a tener relaciones sexuales y el asunto iba a ponerse muy violento. En este entorno en el que nos movemos hoy hay muchos hombres que pagan más si las chicas con las que van a tener relaciones sexuales son menores de edad, si aceptan someterse a determinadas prácticas de riesgo para ellas, si están embarazadas o si son vírgenes. En todos estos casos, el precio sube. En el caso de Marta ya había un cliente, un pagador. Los dos chulos la trataron de convencer diciéndole que el hombre tenía un pene muy pequeño y que ella no perdería su virginidad. Marta se negó. Las siguientes veces no iban a ser tan diplomáticos.

Y en ese mundo de traficantes de mujeres, Marta era, recuerden, una chica joven, guapa, española y muy vulnerable, era una pieza muy cotizada. Iba a darles a ganar mucho dinero. De hecho, sus dos captores ya le habían anunciado sus planes para el futuro más próximo. Iban a llevarla a Inglaterra para prostituirla. Luego, en verano se trasladarían a Ibiza, donde harían mucho negocio vendiendo su cuerpo. Y, lo más alarmante, le anunciaron también que cuando acabase la temporada veraniega, la llevarían al emirato de Dubai, donde algunos árabes con posibles pagan mucho dinero por tener sexo anal con jóvenes occidentales.

Una joven española tímida, inocente, sana, universitaria, guapa, tiene muchos clientes potenciales. El mercado del sexo mueve solo en España, somos una potencia en Europa, unos cinco millones de euros cada día. Es dinero negro, da más beneficios que el tráfico de armas o el de drogas. Y es más estable, y tiene o tenia hasta hace muy poco menos riesgos y persecución, y condenas.

En cuanto al tema de los emiratos árabes y la prostitución de jóvenes europeas, no es la primera vez que se menciona esto en sumarios abiertos en España. Hace ya muchos años, varias famosas modelos volvían de allí con ositos de peluche cargados con diamantes a cambio de algunas noches de fiesta. En aquel caso, parece que era una transacción libre y voluntaria. No era, evidentemente, el caso de Marta.

Marta fue rescatada, volvió con su familia, pero sigue siendo una joven vulnerable. No por su situación económica, ni por ser inmigrante, sino por su personalidad. Las estimaciones del Ministerio del Interior, que se ha tomado este tema muy en serio con su Plan contra la Trata de Mujeres, es que en España hay unas 12.000 personas, la inmensa mayoría mujeres, que son hoy vulnerables, pueden caer en esas redes. Y nos dicen que aquí, en este país, todavía son pocos los ciudadanos que se deciden a denunciar estas situaciones como sí hizo en este caso el joven amigo de Marta. Hay un teléfono de lucha contra la trata que tiene abierto la Policía Nacional: el 900 10 50 90, al que se puede llamar de forma anónima para avisar de estos casos y contribuir a rescatar a alguna persona como Marta.

Recuerden: 900 105 090. Son llamadas confidenciales. Si creen que hay una mujer explotada en pisos, en lugares, pueden llamar allí y dejar el dato. La policía se encargará de investigarlo. En fin. Mi reconocimiento a esos policías y mi ánimo a esa madre y a esa joven, Marta, para que encuentre un futuro mejor. Ella, por suerte, ha tenido una segunda oportunidad.