Es un crimen que conmocionó a toda España. El 12 de mayo, a las cinco y cuarto de la tarde, disparan por la espalda y luego en la cabeza a Isabel Carrasco, líder del PP y presidenta de la diputación de León. Y muy pronto hay dos mujeres detenidas
La víctima, Isabel Carrasco, va andando de su casa hasta a la sede del PP, y cruza una de las pasarelas sobre el río Bernesga que atraviesa la ciudad de León. Tiene esa tarde un mitin de Mariano Rajoy en Valladolid y ha rechazado la oferta de su novio para ir en su moto, acaba de ir a la peluquería y no quiere despeinarse en ese corto trayecto.
Y hay una pareja de jubilados que cruza esa pasarela en sentido contrario. Según el sumario, la mujer le dice a su marido, “anda, esa es la de la Junta, la que sale por la tele”. Estos son dos de los testigos clave.
Los dos ven que otra mujer va detrás de la política del PP, casi pegada a ella. Tanto, que piensan que es su guardaespaldas, su escolta. Siguen andando y oyen, a su espalda, una primera detonación, se giran y ven a la asesina rematar a su víctima, que está caída en el suelo. Luego, ven como la mujer, vestida con una parka militar color verde aceituna, unas gafas de sol y un gorro negro, se da la vuelta y se acerca a ellos. Los dos creen que va a matarlos, pero la asesina pasa por delante y sigue caminando hacia el final de la pasarela, para bajar a las calles del otro lado de León. El hombre, que es un policía jubilado, decide seguirla.
Son las cinco y cuarto de la tarde. Y la que acaba de disparar es Montserrat González, de 55 años, mujer de un inspector jefe de policía en Astorga y madre de Triana, una joven que trabajó para la víctima y que fue despedida en 2011.
Hay otras personas que ayudan. Una enfermera acude al lugar, alertada por los gritos y el llanto de una niña de 10 años. Otro testigo, un jubilado que va al hogar del pensionista, oye los disparos y sale también tras la mujer, que va callejeando por León y, en un momento dado, ha despistado a los dos hombres. Poco después, cerca de la Gran Vía de San Marcos, la ven. Está en un coche, un Mercedes deportivo, retenida por agentes de la policía municipal. La mujer dice que no sabe por qué la tienen allí, que ha ido a dar un paseo y que está esperando a su hija.
El testigo, ese policía jubilado, dice que tiene un arma, que le abran el coche. Y los policías lo hacen. No encuentran ningún arma, pero en el maletero, los agentes ya ven una parka militar, un gorro, unos guantes y unas gafas de sol como las que los dos testigos dicen que llevaba la asesina. En ese momento aparece Triana, su hija, que conoce a uno de los policías locales que están allí, un hombre llamado Eduardo. Triana pregunta qué pasa, dice que viene de comprar pasteles. Los agentes comprueban que la pastelería está cerrada. Madre e hija esperan dentro del coche, incluso intentan irse. La policía lo impide. Triana llama a su padre, el inspector jefe Martínez: le dice: “papá, tus compañeros me están identificando”.
Las dos son detenidas y las llevan a la comisaría de policía. Otros agentes buscan el arma del crimen. Y lo primero es el río Bernesga, claro.La encargada de la investigación, otra mujer, decide separar a madre e hija, porque ninguna de las dos habla. A Triana la llevan a la de San Andrés de Rabanedo; la madre se queda en los calabozos de León. Hay 72 horas de plazo antes de llevarlas a declarar ante la juez. Y deben lograr una confesión y, sobre todo, encontrar el arma.
Las dos detenidas pasan sorprendentemente bien la primera noche…Las dejan madurar como dicen los agentes. Ven que la madre está preocupada por la hija, que ha pasado peor noche y está mal, pero no tanto como los policías le dejan oír a la mujer. Hacia las tres de la tarde del día siguiente, la madre pide hablar con alguien de la investigación. Han pasado 21 horas.
Los policías deciden que suba a la planta noble de la comisaría y hablan con ella. La madre les dice que esa noche, en los calabozos, ha dormido bien por primera vez en siete años, que la comida es una porquería y les pregunta por su hija, insiste en que quiere verla. Ellos le ofrecen un bocadillo de jamón, le dicen que podrá verla pero que tiene que contar lo que ha hecho.
Y la madre, la asesina, acepta. Las declaraciones de los dos policías que estaban allí lo explican claramente. Ella les dijo que Triana no tenía nada que ver, que ella había matado a Isabel Carrasco porque le había hecho la vida imposible a su hija. Luego, añadió que iba a declararse culpable y que luego se “daría por loca”, pero primero, quería ver a su hija, abrazarla.
Y los policías autorizan ese encuentro. Traen a la hija desde la otra comisaría, a unos pocos kilómetros de León, al despacho donde está la madre, esperando. Madre e hija corren a abrazarse. Los dos policías se echan a un lado, pero están muy pendientes, lógicamente, de lo que oyen. La madre susurra, sin separarse: “no te preocupes, hija, voy a declarar que he sido yo, he sido yo, y tú te vas a ir para casa”. La madre ladea la cabeza y pregunta a los policías, ¿podemos declarar? Le explican que no, porque aun se está buscando el arma del crimen en el río y además hay que esperar al abogado.
Entonces les dice: “no la busquéis más en el río. La tiene otra persona”. Los policías ven como su hija se enfada, cuchichean entre las dos. Y oyen a Triana decir, entre dientes, según el testimonio de los agentes: “mamá, no se te ocurra decir quien la tiene, es policía local”. Son casi las seis de la tarde del 13 de mayo y esa información cambia la investigación.
Los dos policías salen de ese despacho y se lo cuentan a otros agentes: un policía municipal de León tiene escondida el arma del crimen, la que buscan desde hace 25 horas. Y poco después, ocurre algo muy curioso.
Un policía nacional de León, al que llamaremos Nacho, llama a su jefe. Le cuenta que una conocida suya, Raquel Gago, policía municipal, le ha llamado por teléfono, muy nerviosa. Le ha dicho que revisando su coche se ha encontrado un bolso con un arma, que es por el asunto de Triana, que vaya a su casa.
El agente va con otro compañero y Raquel le está esperando. Le lleva al parking y allí le enseña, en su coche, un bolso. Dentro está el arma, un revolver Taurus 32. Se llevan a la policía municipal a declarar a la comisaría, donde están, sin saber qué ocurre, la asesina y su hija.
¿Alguien avisó a esta policía municipal de que la habían delatado sus amigas? ¿Qué explicación da esta tercera mujer?No se sabe. La juez ha tratado de averiguarlo y uno de los policías manifestó su extrañeza, pero es uno de los puntos sin aclarar. Raquel Gago dice que no fue así, luego contaremos su versión. Gago es policía municipal desde hace 17 años, antes había sido socorrista en la piscina de Carrizo de la Ribera, un pueblo cercano a León, de donde es la abuela de Triana. Allí se hicieron amigas y años después retomaron la relación, de forma muy intensa. Se llamaban todos los días por teléfono (la propia Raquel ha dicho que es la única amiga con la que lo hace). Triana le había contado sus problemas con Isabel Carrasco, su despido, su obsesión…
Y en cuanto al arma, Raquel Gago cuenta que el día del crimen ella estaba en una calle de León hablando con un trabajador de la ORA cuando vio venir a su amiga andando, le dijo: “tienes el coche abierto” y le dejó algo. Luego, le contó que se iba a comprar fruta. Nunca más volvió a verla porque la detuvieron minutos después.
Y la policía la deja en libertad esa noche. La misma noche, hacia las doce, la madre declara bajo juramento acompañada de su abogado. Y un par de horas después lo hace la hija, Triana.
Las dos cuentan que Carrasco hizo la vida imposible a la joven. La madre dice que fue con su hija a León y que se separaron, que salió a ver si encontraba a su enemiga y, “son cosas que pasan”, la encontró. Que lo había intentado otras veces, pero no la había visto. Cuenta el crimen y dice que luego se encontró a su hija, a la que le dio el bolso con el arma, que le dijo que se deshiciera de eso y que la esperaba en el coche.
La hija confirma esa historia y dice que luego se encontró por casualidad con su amiga Raquel, a la que llama Rodríguez y no Gago, posiblemente para protegerla. Que le dijo: “voy a comprar fruta, te dejo esto (el bolso) en el coche” y que luego ya la detuvieron.
El registro del piso de Triana ofrece nuevas pruebas: en una bolsa de Carolina Herrera, los policías encuentran otro arma, una pistola del 7,65, munición y guantes de látex. También fotos de la casa de Isabel Carrasco, de ella misma, de su número dos en la diputación. Y los investigadores tienen también, el 16 de mayo, el informe sobre los teléfonos que le intervinieron a Triana después del asesinato.
Esta es una prueba clave contra esa tercera mujer, y además demuestra cierta coordinación en el asesinato. Triana tiene tres teléfonos cuando la detienen. Uno es suyo, un Iphone 5. Otro es de su madre, un Iphone 4, que le ha dado después de cometer el asesinato. Y otro es un Nokia 100, propiedad de José Manuel Presa. El análisis de las llamadas y la pista de ese móvil van a llevar a la policía local a la cárcel.
José Manuel es un joven de Carrizo de la Ribera, el pueblo de Raquel y de Triana, que se ha ido a Alemania hace unos meses, a ganarse la vida en una fábrica. Los investigadores creen que Triana le compró el teléfono antes de que se fuera. Y que lo compró, un móvil viejo y que no estaba a su nombre, para usarlo en el crimen. Es lo que se llama un teléfono culebra o teléfono seguro.
Y el rastreo de esos teléfonos deja un mapa demoledor. El crimen se comete a las cinco y cuarto de la tarde. Un minuto después, a las cinco y dieciséis y tres segundos, el teléfono de la madre llama al de la hija desde la zona del crimen. Hablan durante 32 segundos.
La madre le está diciendo lo que ha hecho o al menos se están poniendo de acuerdo para encontrarse y huir. Eso es lo que cree la policía, 32 segundos dan para mucho. Poco después, madre e hija se encuentran y la madre le entrega el bolso. Y a las cinco y diecinueve minutos, Triana coge su teléfono culebra, el seguro, el del emigrante, y llama a su amiga policía, Raquel Gago. Hablan durante 17 segundos, casi hasta que se ven. Luego, le mete el bolso con el arma en el coche y se separan.
Dice que no sabe quién la hizo, que duró dos segundos, que no oía nada y que era de un número desconocido. No es verdad, Triana solo había usado ese teléfono los días anteriores para hablar con ella y con su madre.
Un compañero llamado Eduardo, un policía local, la llama a las seis menos cuarto y le dice que han detenido a su amiga Triana y que su madre esta acusada de matar a Isabel Carrasco. A las 6 y 33, Raquel le devuelve la llamada, le pregunta cómo están las cosas y é le contesta que están detenidas y que llame a comisaría. Le llama otra vez hacia las ocho de la tarde. Nunca Raquel le contó a su compañero, también policía local, que esa tarde había estado en casa con las dos mujeres, y el encuentro después del crimen con Triana. Tampoco se lo contó a su pareja, un hombre casado con el que habló varias veces del asunto y de la detención de su amiga y su madre.
Fue a casa de Triana a tomar un té hacia las cuatro y diez. Luego, asegura que se separaron porque fue a una tienda de manualidades de León. Aparcó en la zona, la tienda estaba cerrada, decidió limpiar el coche y entonces vio al agente de la ORA y luego vio llegar a su amiga Triana. Después de ese encuentro, Raquel compro chocolate en el Lidl y fue, como cada lunes, a sus clases de restauración. Llegó tarde, dijo a sus compañeros que se había dormido, se puso la bata y empezó a lijar un mueble. A clase, llegó, claro, por whatsapp, la noticia del crimen y las detenidas, Raquel salió a hablar por teléfono y dijo que no tenía whatsapp, cosa que también se demostró falsa.
Puede ser que estuviera bloqueada, que su amiga la engañara…Eso fue lo que dijo ella. Pero parecía menos afectada por el crimen que todos los demás vecinos, incluso que su hermana y sus amigas. Una amiga de su hermana Beatriz llamó a las siete y media de esa tarde. Las dos se echaron a llorar y hablaron de Triana. Esta amiga asegura que aparca su coche cuando ve llegar en el suyo a Raquel y su hermana. Que se mete en la parte de atrás, que ve garrafas de agua y se sienta, sin ningún problema, y esto es importante, detrás del copiloto, el mismo lugar donde Raquel Gago dice que encuentra el bolso con la pistola la tarde siguiente. En esa reunión de amigas, Raquel dice que Triana la había invitado a comer, pero que no pudo ir, no cuenta nada del café y del encuentro posterior. También, viendo por la tele las noticias del crimen, señala a un policía que está en la pasarela y dice que le conoce y que le va a llamar para ver cómo están las cosas
Es el policía al que llama al día siguiente para decirle que ha encontrado el arma dentro de un bolso en su coche. Puede ser otra casualidad. Los investigadores creen que Raquel estaba preparando su salida de la historia. A la mañana siguiente, se pone el uniforme y trabaja entre las siete de la mañana y las tres de la tarde en el dispositivo de seguridad del funeral de Isabel Carrasco. Luego, va a comer con sus padres. Esa tarde se le ocurre, dice, llevar a arreglar la bicicleta de su hermana, que tiene una rueda pinchada.
Vuelve a hablar con amigas de su hermana, que están presentes cuando meten la bicicleta por la parte de atrás del coche. Raquel quita una de las garrafas de agua y se le cae el tapón, que moja la parte de atrás. Las amigas de su hermana cuentan que entonces se pone a gritar: “qué hace aquí este bolso”.
El bolso era el que le había dejado su amiga Triana, minutos después del crimen… Es un bolso grande y es suyo, porque, y esto lo cuenta Raquel, Triana solo tenía bolsos pequeños y le pidió prestado uno dos meses atrás. La policía le preguntó si se habían prestado ropa o bolsos otras veces y ella dijo que no, que solo una blusa un par de años atrás. Raquel explicó que le dejó elegir a su amiga y que Triana escogió ese, que le había regalado a ella, a Raquel, su amante. Añadió que Triana le hacía bromas con el bolso, que le decía que le gustaba mucho y que no se lo iba a devolver.