La supuesta agresión homófoba a un joven en el barrio de Malasaña por parte de ocho encapuchados impactó a una gran parte del país. Y mientras crece el ruido político y mediático, la policía va interrogando a vecinos que pudieran ser testigos del ataque, y repasando las imágenes de las cámaras de seguridad de la calle La Palma y las zonas cercanas...
La calle de La Palma es un lugar muy estrecho y una agresión tan salvaje a las cinco de la tarde tenía que haber sido vista, oída o grabada por alguien, persona o cámara. Pero los agentes se encuentran con que nadie ve ni oye nada. Las cámaras, se repasan todas, de comercios, las bocas de metro de las estaciones más cercanas a Malasaña, incluso las de la sede del Tribunal de Cuentas que está por la zona, no muestran a ningún grupo de jóvenes en la zona, ni encapuchados ni sin capucha, ninguna banda latina, tampoco ultraderechista.
El joven era aficionado al sadomasoquismo
Los policías han hecho una investigación muy rápida y eficaz. Han llegado a contactar con una antigua pareja de este chico. Un hombre cubano que vive en Alemania. Les cuenta que le inició, este chico tiene ahora 20 años, en prácticas sexuales duras, sadomasoquistas, cuando ambos estuvieron en Berlín.
Los agentes han repasado también las redes sociales y descubierto que el chico se anunciaba en una página web vinculada al mundo de la prostitución masculina. Es un mundo sórdido y clandestino, donde los que lo ejercen se arriesgan a sufrir todo tipo de abusos que muchas veces no se atreven a denunciar. Esa tarde, los agentes le hacen ver que esa tarde va a haber incidentes, que algunos grupos antisistema ya se están organizando para buscar lío. Y finalmente el joven confiesa. Se ha inventado lo de los encapuchados, no existen.
Fue una sesión de sexo duro y consentido con dos hombres con los que quedó por una aplicación en un piso de Madrid y ellos, dice, le rompieron la gorra, la camiseta y le hicieron las heridas, todo, dice, consentido por él. Inventó esa historia porque no quería que su pareja se enterara de ese asunto. De hecho, es su pareja la que le anima a denunciar cuando le ve las heridas y le cuenta lo de los encapuchados. Él no quiere, se resiste, ambos salen de casa más tarde y ven por la calle un coche patrulla de la policía nacional. Su pareja le dice que se lo denuncie a ellos y el chico no encuentra escapatoria y empieza así la enorme bola que la policía ha desmontado.
Se dedicaba a la prostitución
En cuanto a los dos hombres que le hicieron las heridas, en su declaración el joven no ha querido dar más datos sobre ellos ni sobre el piso de Madrid donde ocurrió todo. Si se mantiene en que fue consentido y entre adultos, no parece que pueda acusarse de nada a los hombres. El joven quiere que todo se olvide y pasar página.
En cuanto a su situación legal, no puede ser acusado de denuncia falsa, castigada con hasta dos años de prisión. Para que sea denuncia falsa debería haber acusado, con nombre y apellidos, a alguna persona de agredirle. Sí puede ser acusado, nos dicen, de simulación de delito, inventarse un delito, penado con hasta doce meses de multa. Veremos. Este caso ha enturbiado la lucha contra los delitos de odio, que existen. Como también los delitos y ataques que sufren homosexuales, transexuales...
Los datos confirman que las agresiones al colectivo LGTB van en aumento
Vivimos en una época turbia, donde casi todo el mundo utiliza los sucesos para hacer propaganda de una u otra causa. Unos para culpar de todo a inmigrantes, otros, para decir que todos los agresores reales o ficticios son ultraderechistas... Es curioso que se ocultara a la opinión pública que la víctima había dicho que sus atacantes eran latinos. Eso daba menos juego, obviamente, que un supuesto grupo neonazi.
Claro que existen los delitos de odio, claro que hay problemas y homofobia. Hemos conocido el caso de un hombre en Coruña que se suicidó después de que otro le extorsionara con hacer pública su condición sexual. Ocultar eso es negar la realidad, pero convertirlo en una marea gigante es también ocultar que en Madrid viven, por ejemplo y conocemos alguno, homosexuales refugiados de otros países como Honduras, Nicaragua, Colombia, Marruecos...