TERRITORIO NEGRO

Veinte años del triple crimen de la familia Barrio: estos son los dos sospechosos de un caso aún sin resolver

Salvador Barrio, su mujer y su hijo fueron asesinados en Burgos, en junio de 2004. Dos décadas después el misterio que gira en torno a este crimen continúa y el autor de las ciento veinticinco puñaladas que recibieron las víctimas sigue sin ser identificado.

ondacero.es

Madrid | 17.06.2024 16:52

Hace unos días se han cumplido veinte años de un triple crimen: alguien, aún no se sabe con certeza quién, entró en el piso de la familia Barrio en Burgos y asesinó al padre, la madre y el pequeño Álvaro, un crío de tan solo doce años. La policía investigó a muchas personas y acusó formalmente a dos, pero nada ha servido, hasta el momento, para esclarecer el asesinato.

El 7 de junio de 2004, Domitila Barrio echó en falta a su sobrino Salvador, que tenía previsto presentarse en La Parte de Bureba. La mujer llamó al concesionario Arcasa Motor, donde Salvador tenía previsto recoger una cosechadora que acababa de comprar. La mujer llamó a varios hospitales y a otro sobrino médico para comprobar si habían tenido un accidente. El lunes por la tarde Domitila y otros familiares fueron al domicilio de Salvador en la Parte de Bureba, pero allí no había ni rastro de ningún miembro de la familia.

A la 1.45h de la madrugada del 8 de junio, Domitila, su marido y su sobrino Ángel Carlos van a la casa de la familia Barrio en Burgos. Llamaron a la puerta varias veces y llamaron al teléfono de Salvador, que oyeron sonar varias veces. José, el esposo de Domitila, fue quien accedió a la casa: a simple vista, en el hall de entrada y en la cocina, había manchas de sangre en el suelo y las paredes.

Además, pudo vislumbrar el cadáver de Salvador en la cocina, debajo de una mesa. A la 1.55h Ángel Carlos, sobrino de Domitila, llamó a la Policía: “en la calle Jesús María Ordoño, 14, 5ºA hay mucha sangre y no sabemos lo que ha pasado”.

A su llegada, la Policía encontró los cuerpos de Salvador Barrio, de cincuenta y tres años; su esposa, Julia Dos Santos, de cuarenta y siete; y Álvaro Barrio, que en dos semanas cumpliría doce años.

El escenario del crimen

En la cocina, vestido con pijama y descalzo, estaba Salvador. Al fondo del pasillo distribuidor de la vivienda, como si hubiese tratado de huir, estaba el cuerpo del pequeño Álvaro y en el interior del dormitorio del matrimonio, entre la cama y la pared, estaba el cadáver de Julia.

En la puerta de la habitación de Álvaro había una huella de sangre que correspondía a una patada. El asesino había tirado la puerta de una patada, probablemente porque el pequeño intentó esconderse allí. Además de esa huella en la puerta, la Policía encontró por toda la casa huellas de pisadas de sangre con forma de espiga de unas zapatillas de unos veintiocho centímetros de largo.

El único superviviente de la familia era el hijo mayor de Salvador y Julia, Rodrigo Barrio, que estaba interno en un colegio de Aranda de Duero. La mañana siguiente al descubrimiento de los cadáveres, dos policías se desplazaron allí para darle la noticia y el chico sufrió un ataque de ansiedad que le hizo acabar ingresado en la unidad de psiquiatría del hospital Divino Vallés de Burgos.

Las primeras pistas apuntaron a un solo autor

Los forenses determinaron que todas las heridas fueron hechas con el mismo arma: un cuchillo de doble filo, con una anchura de hoja de unos dos centímetros y medio.

Salvador tenía sesenta y nueve heridas; Julia, veintiuna, y el pequeño Álvaro, treinta y nueve. Un total de ciento veinticinco puñaladas, una carnicería. Los tres cuerpos estaban degollados, con profundas heridas en el cuello.

La policía concluyó, por las huellas de pisadas, que los crímenes habían sido obra de un solo autor y que este accedió a la vivienda con unas llaves, porque no había signos de que la cerradura fuese forzada. Además, la disposición de los cuerpos y las proyecciones de sangre que había por toda la cosa hacían pensar que Salvador y Julia fueron sorprendidos en la cama, aunque él logró salir de la estancia y fue apuñalado en el pasillo, en el recibidor y en la cocina, donde cayó muerto.

Su mujer murió antes, en la misma habitación. El pequeño Álvaro fue atacado en el pasillo, a donde salió seguramente alertado por los ruidos, intentó esconderse en su habitación y finalmente fue cosido a puñaladas en el pasillo.

Una marca de zapatos, el hilo del que tirar

Las pisadas que el asesino dejó por el suelo de la casa y en la puerta de la habitación del pequeño Álvaro fueron una pieza clave. Seis meses después del crimen, la Comisaría General de Policía Científica reconoció que era incapaz de determinar el modelo de zapatilla, así que pidieron ayuda a través de Interpol. La policía danesa fue la primera que señaló que se trataba de una zapatilla de la marca Dunlop y un experto alemán fue más preciso: se trataba de una zapatilla del número 43 de esa marca.

Posteriormente, se afinó más: la pisada correspondía al modelo Dunlop Navi Flash, y la talla oscilaría entre un 42 y un 44. La policía buscó por toda la provincia de Burgos comercios que vendiesen esa zapatilla y todos los consultados dijeron que llevaban al menos seis años sin venderlas y que su única vía de distribución en los últimos tiempos habían sido los mercadillos.

El análisis que la policía hizo de todo lo hallado en el escenario de los hechos dio un perfil bastante nítido del asesino: un hombre que conocía a la familia Barrio; que tenía llaves de su portal y su casa; con un estado físico superior a la media, que le permitió apuñalar 125 veces y reducir a tres personas, una de ellas, Salvador, de noventa kilos; diestro en el manejo de armas blancas y probablemente habituado a sacrificar animales degollándolos; de estatura superior a 1,75.

Los primeros sospechosos

El primer móvil que se barajó en la investigación fue el del robo: la mañana posterior al crimen Salvador tenía previsto ir a comprar una cosechadora que iba a pagar en metálico, un total de 138.000 euros que debía tener en casa esa noche, aunque nunca se pudo averiguar si fue así o no. Los agentes pensaron que el asesino podía pensar que Salvador guardaba el dinero en su domicilio, porque era habitual que pagase en metálico.

La policía investigó a diez personas que, por una u otra razón, tenían diferencias con el cabeza de familia, Salvador. Se puso bajo el radar a un ex legionario cuyos perros habían matado a unas gallinas de los Barrio, a un rival político, a un subinspector de Hacienda al que Salvador trabajaba las tierras, a un exnovio de su mujer... Pero ninguna de estas investigaciones llegó a buen puerto. Resulta sorprendente la cantidad de amenazas que la policía descubrió durante la investigación: averiguaron que Salvador había recibido llamadas amenazantes en su teléfono móvil, motivadas por la continua adquisición de tierras que Salvador conseguía mediante subastas. Pero el primer candidato serio fue Rodrigo, el hijo mayor, de dieciséis años.

Fue una acusación sostenida por unos cimientos bastante endebles: el hecho de ser heredero universal, que en su poder tuviese un colgante de su madre, la desaparición de las llaves de un coche... Pero no pudieron explicar cómo pudo escapar del internado y regresar tras la matanza sin carné de conducir. Se le detuvo y puso a disposición de la fiscalía de menores en junio de 2007, que lo dejó en libertad por falta de indicios cuatro días después. En marzo de 2010, el juzgado de menores de Burgos archivó definitivamente la causa contra él y dio un rapapolvo a la policía. Consideraba los indicios presentados como "simples conjeturas, hipótesis, elucubraciones o sospechas".

Las pintadas ofensivas sobre el panteón de la víctima

Los investigadores volvieron a una pista que no estaba en la escena del crimen, sino en el panteón de Salvador Barrio en el cementerio de la Parte de Bureba. El 10 de junio de 2004, un día después del entierro de Salvador aparecieron allí unas pintadas ofensivas hechas con ceras de color rojo en la puerta del nicho: "Hijo puta, cabrón, hijo puta, puta, cerdo". Tanto Rodrigo, el superviviente de la familia, como varios vecinos apuntaron a un individuo apodado Angelillo como el único tipo capaz de hacer algo así.

Angelillo es Ángel Ruiz Pérez, la misma persona que durante el entierro de los Barrio pasaba dando acelerones con el tractor cerca del cortejo fúnebre. Un estudio grafológico demostró que su letra era la de las pintadas y en su domicilio la policía encontró dos páginas de El Norte de Castilla que recogían el triple crimen y ceras como las empleadas en las pintadas. Fue detenido en marzo de 2005, acusado de un delito contra la libertad de conciencia y los sentimientos religiosos.

Pero, sólo pudo ser condenado por esas pintadas, no por el asesinato.

La investigación estuvo encallada hasta 2014, cuando se impulsó gracias a dos acontecimientos ajenos al triple crimen, pero relacionados con uno de los sospechosos, Angelillo, el hombre de las pintadas. El 28 de agosto de 2011, Rosalía, una mujer de ochenta y cuatro años, fue atropellada mortalmente en La Parte de Bureba por un conductor que se dio a la fuga.

Catorce meses después, el 23 de octubre de 2012, la Guardia Civil detuvo a Angelillo como autor del atropello.

Después fue juzgado y condenado a dieciocho años de cárcel. El motivo del crimen de la anciana fue saldar una vieja deuda: la mujer había denunciado a Angelillo por entrar en su casa y recriminarle que había hablado con su madre sobre una intrusión que hizo con su tractor en las tierras de Rosalía.

Otro extraño suceso puso a Angelillo en el punto de mira. En 2013, un juzgado de Briviesca abrió diligencias por la desaparición de Shibil Angelov, un ciudadano búlgaro. En septiembre u octubre de 2012, poco antes de que fuese detenido por el atropello, Angelillo ofreció a Shibil diez mil euros por matar a un familiar en Vizcaya. Shibil cobró la mitad de lo acordado, cinco mil euros, pensando que Ángel era un loco, y se compró en Bulgaria un BMW que luego trajo a España.

El 17 de enero de 2013 es el último día en el que se tienen noticias de Shibil. En los dos días previos, Angelillo y él hablaron treinta y siete veces. Ese mismo día, Ángel apaga sus tres teléfonos móviles, que no vuelve a encender hasta cuatro días después. En febrero de 2013, la Guardia Civil detuvo a Ángel. En los registros practicados en sus propiedades aparecieron varias cosas que multiplicaron las sospechas hacia él: una veintena de llaves de distintos domicilios, unas zapatillas Dunlop del número 43 y varias hojas de cuchillos, una de ellas compatible con las heridas que tenían los tres asesinados.

La Policía siguió insistiendo: en 2017, registraron más propiedades vinculadas a Angelillo en Briviesca y en La Parte de Bureba y encontraron una caja de zapatillas Dunlop de la talla 43. En 2021 se volvieron a registrar dos almacenes y un garaje de Angelillo. Allí se encontraron más cuchillos. Además, la policía intervino las comunicaciones de Ángel en prisión y encontró a un compañero de la cárcel, convertido en testigo protegido, que aportó información a la investigación, aunque ninguna pistola humeante.

Nada de todo esto sirvió para armar una acusación suficientemente consistente contra Angelillo, que sigue en prisión cumpliendo su condena por el atropello mortal de la anciana.

Ahora, una vez que han pasado veinte años desde el crimen de la familia Barrio, solo se podrán retomar acciones penales contra Ángel o contra el superviviente de la familia, los únicos dos sospechosos de tres asesinatos que siguen impunes.