Madrid |
También pienso que usted se divertía, porque se sentía protegido. Quizá era como aquel campesino aragonés --no recuerdo si de Sénder o Labordeta—que iba por la vía, el tren se puso a pitarle, y el campesino le increpó: “Chufla, chufla, que como no apartes tú...".
Usted, señor Ábalos, habrá pensado para sus adentros: “chuflad, mientras me ampare el presidente”. Y el presidente le amparó. Y dijo eso que ya habíamos escuchado de que usted hizo un gran servicio y evitó un conflicto. Hay que ver lo que dio de sí aquel encuentro nocturno en Barajas.
Cinco preguntas, cinco, más una interpelación en la sesión de control. Y lo que venía de antes y había detrás: todas sus versiones del extraño episodio, a las que El País añadió que usted acudió por encargo de Moncloa; millones de horas en las tertulias, miles de artículos, un debate en el Parlamento Europeo.
Le faltan la ONU y la OTAN, señor Ábalos, pero todo se andará. De momento, usted, sus pasos y el tratamiento a Guaidó, que también es casualidad, preocuparon más a sus señorías que la revuelta de los campesinos. Y usted, que parecía el misterio de la Encarnación: el sol pasaba por su cristal de ministro sin romperlo ni mancharlo. Como si usted no hubiera sido; protegido por el escudo patriótico del gran servicio.
Todo pudo haber terminado, porque hasta las olas del temporal se cansan de tanto herir al acantilado, pero estas olas no tienen esa pinta, ministro. No tienen esa pinta, porque el presidente da una prórroga al rebajar a Guaidó a líder de la oposición, y es como si se hubiese podemizado.
Y un último apunte, Ábalos: dijo el otro día su compañera María Jesús Montero que no la amenacen, que ella es una roca ante las amenazas. Después de verle hoy y después de ver cómo han toreado a la oposición, me temo que, o abundan las rocas en este gobierno, o la ministra tiene que discutir ese título con usted.