¡Qué nochecita, don Alex! Dicen los guardias en su atestado que hasta el coche olía a alcohol. Dijo aquí esta mañana García Albiol que algo se sabía de su incumplimiento del gran mandato, “si bebes no conduzcas”. Quede para el misterio dónde fue la juerga, si de juerga se había tratado, si todos los bares y restaurantes están cerrados, o si usted se dio una pequeña alegría con su perro, que había sacado a pasear, cosa que no hubiera podido hacer con sus hijos. Este escribidor, don Álex, no entra en esos secretos porque hace tiempo adaptó el principio de Concepción Arenal cuando se pone al volante: “odia el alcohol y compadece al que se pasa”. Ante su caso digo lo mismo: le compadezco, Pastor. ¡Qué forma de estropear en unos minutos una prometedora carrera política!
Llegó a la alcaldía de forma insólita, sin haber sido cabeza de lista del PSC en las últimas elecciones. Ganó una extraña moción de censura y con ella la alcaldía. Y anoche, la ruina. En usted se dieron cita en un instante todo lo que nadie, y mucho menos una autoridad, debe hacer: práctica en demasía del deporte del codo, y no digo de la barra, porque no las había abiertas; violación del estado de alerta; la chulería de amenazar a los guardias; la rebeldía de liarse a puñetazos y patadas con los agentes y, para rematar el surrealista cuadro, ganar un título que le acompañará durante muchos años: el hombre que quiso imitar a su perro y mordió a un policía en una pierna. Debe ser tremendo despertar de la cogorza, verse en un calabozo, saber que te han echado del partido, darse cuenta de con quién está hablando, no los guardias, sino usted mismo, y sentir tal vergüenza que tiene que dimitir. Extraño mérito, señor Pastor: el primer alcalde de la historia que dimite desde una comisaría. Y qué razón tenía Julio Camba: “el alcohol desarrolla muchas virtudes; entre ellas, la imbecilidad”.