Gentes y tierras de Badajoz, vecinos del Guadiana y la Sierra Bermeja y la sierra del Alcor. Herederos de los romanos de Mérida y los moros de las alcazabas. Extremeños de centeno del verso de Miguel Hernández. Campiña bravía, que dijo el gran Azorín. Y la canción de Extremoduro: tenemos el agua al cuello, con tanto puto pantano...las bellotas radioactivas, nos quedamos sin marranos. Me acerqué a ti Badajoz y quise verte como siempre desde el fortín de San Cristóbal y sigues invitándome a entrar.
Para pasear los soportales de la plaza Alta, para internarme en la plaza de la Soledad y sorprenderme ante la Giraldilla... para ver el río desde los 32 arcos del puente de las Palmas. Para contar otra vez los baluartes de tu muralla, los diez con nombres de santos. Para entrar después en tus calles y en tus bares tan sufridos por el virus y probar sin mascarilla el queso de la Serena y el jamón de Monasterio y el ajocano y el escarapuche y la morcilla del cura...
Una sociedad que quiere creer al Pedro Sánchez que dice que ha llegado el renacer de Extremadura y teme al mismo tiempo quedarse fuera de los Fondos Europeos.
Con miles de hectáreas de plantas fotovoltaicas y la nuclear de Iberdrola que representa el 12 % del pib extremeño pero solo sirve para exportar electricidad y nada se queda en Extremadura. Querido tren de Badajoz, fantástico el de cercanías mientras no llega a las vías viejas de las viejas estaciones el que os habéis cansado de reclamar a Madrid sigue en lista de espera. Y tus jóvenes, Extremadura toda, entre los que emigran y el bajón de natalidad... dentro de 40 años Extremadura... un futuro sin futuro sin jóvenes sin futuro. Esas son tus caras, Badajoz. Una la historia y la belleza que sigue atrapándome en la capital, o en Mérida o en Zafra... Otra la provincia que no sube en el ranking de renta y alto paro y sin gente para los cultivos. La tercera, la que surge con la primavera. En la primavera, los campos humildes y las dehesas gloriosas resplandecen. Paraísos hay dos: Cáceres y Badajoz.