Buenas noches al vecino de El Escorial que le envió una navaja con manchas rojas a la ministra Reyes Maroto. No me importa su identidad, señor. Solo me importa lo que dice la Policía: que tiene usted problemas mentales, lo siento mucho, y que tuvo la insólita humorada de poner su verdadero nombre y su dirección auténtica en el remite de la carta navajera. Un tipo legal. Mensaje amenazante a una ministra del Reino de España, pero con identificación de autoría. Que nadie pueda decir que tira la navaja y esconde la mano como un vulgar terrorista.
Me gustaría saber varias cosas. La primera, por qué, entre los veintidós ministros que tiene este gobierno, que otra cosa no tendrá, pero desborda ministros, se fue usted a fijar en doña Reyes, que tiene aspecto y formas de bellísima persona, ella misma se confiesa dialogante y aterriza en el equipo de Gabilondo como vicepresidenta en la sombra, pero sin pasar estar en esta agria contienda electoral.
¡Pobre señora Maroto! Le ha dado usted el susto de su vida. Tuvo que llamar a toda la familia para decirles que se encontraba bien. Tuvo que ver cómo Yolanda Díaz se echaba las manos a la cabeza al conocer la noticia en “Al rojo vivo”. Y sólo le quedó la satisfacción, según confesión propia, de recoger centenares de merecidos testimonios de adhesión. Una navaja con manchas que imitan sangre es algo perfectamente serio, como diría Machado. Tan serio como unos casquillos de bala.
Y lo segundo que me gustaría saber es si sus problemas mentales le permitieron seguir las informaciones que usted provocó a lo largo del día.
Tuvo usted la mala pata de que su navaja llegó al Ministerio en medio de una tormenta donde caían rayos de fascismo, donde los políticos se calentaban con los peligros que acechan a la democracia, donde Gabilondo proponía un cordón sanitario, donde aparecía el odio, donde la izquierda se crecía como víctima de no sé cuántas conspiraciones y donde se habla un lenguaje que reconstruye, ay, panfletos de los años treinta del siglo pasado. Y en ese ambiente, usted le manda una navaja a una ministra discreta.
La verdad, señor mío, hecha la investigación, es que lo suyo es la distancia que separa lo sublime de lo ridículo. Lo suyo parece un sedante en medio de tanta crispación.