Y saludos fríos a un hombre de Dios que se llama Fernando Báez Santana, es cura en la isla de Tenerife, lo conocen como el Padre Báez y se tomó muy en serio lo de “padre”. Tanto, que se puso a defender al padre de Anna y Olivia, las niñas de Tenerife. Lo hizo a través de una comunicación, supuestamente apostólica, en la red de Facebook y, aunque la borró al ver el error que había cometido, ahí queda, reproducida en todos los medios de comunicación.
Y dice cosas como esta, al principio de su escrito: “Estoy con esas dos madres que lloran la pérdida de sus hijos: una perdió a Anna y Olivia y la otra perdió a Antonio”. (Antonio es el segundo apellido de Tomás Gimeno, el asesino) Y se refiere a este hombre como la primera víctima de una sociedad que sabe de rupturas matrimoniales. Y en medio de esta literatura enloquecida lanza un grito: “Paremos rupturas, reforcemos la fidelidad, no entreguemos hijos de un padre a otro”.
¿Se da cuenta de que está usted culpando a Beatriz?
¿Sabe usted lo que ha escrito, reverendo? ¿Es usted consciente de la barbaridad que puso en Facebook? ¿Se da cuenta de que está usted culpando a Beatriz, la desconsolada madre de las niñas, del espantoso crimen? ¿Se ha parado a pensar que hace del asesino la víctima y de una de las víctimas la culpable? Y encima, asegura que el que usted llama Antonio se quitó de en medio para “no seguir sufriendo”.
Nunca imaginé que se podría escribir algo así, pero mucho menos pensé que lo pudiera hacer un cura que, si en algo cree, debiera creer en el Mandamiento de la Ley de Dios que solo tiene dos palabras: “no matarás”. Y pone por encima de ese Mandamiento el que se refiere a no cometer actos impuros. Pero eso que lo juzgue su señor obispo. Lo que yo juzgo es que usted se confunde de moral y antepone la moral de bragueta, esa obsesión de las sotanas, a la moral de la existencia misma. Y justifica un crimen horrendo por esa moral equivocada. Y hace un daño espantoso a una mujer a la que, según ella misma dijo, el asesino que usted justifica, la “dejó viva para que sufriera de por vida buscando a sus hijas”.
Señor cura Báez: ¿usted ha visto la cara de esas niñas? Ande, mírelas otra vez y recuerde la advertencia de Jesucristo: “¡Ay de aquel que escandalizare…!”