Buenas noches, Diana Trujillo. Hasta hoy no tenía ni idea de su existencia. Pero, déjeme decirlo, me enamoré de usted. Me enamoré de su historia, que ya es literalmente un libro de ciencia para niños en Estados Unidos. Me enamoró su forma de afrontar la vida. Me enamoró su talento. Me enamoró su aventura humana. Déjeme, Diana, contársela a mis oyentes.
Usted es una ingeniera aeroespacial nacida en Cali, Colombia, 41 años de edad, madre de dos hijos y ha coronado su biografía como directora de vuelo a Marte del, permítame decirlo, en nuestro idioma común, Diana, directora del vuelo del Perseverancia, por ahora la experiencia espacial más ambiciosa de la humanidad. Cuando ese vehículo se posó en el planeta rojo en busca de vida o de restos de vida, la autora del prodigio era en gran parte usted.
Usted hizo los cálculos. Usted ingenió la forma de posarse con suavidad en el lugar exacto que había previsto la NASA. Usted sabe cómo manejar desde la tierra el helicóptero que subirá y bajará para retratar la superficie marciana. Y usted se lo contó al mundo en castellano, con lo cual merece un homenaje de las Reales Academias de la Lengua. ¡Qué grandeza, Diana! Pero qué grandeza, sobre todo, oírle contar su vida como la contó en la CNN.
Hace un cuarto de siglo usted era una chiquilla de Cali, una chiquilla de 17 años, criada entre narcos y tiroteos, entre soldados legales y soldados de la guerrilla. Por las noches miraba las estrellas y no veía estrellas: veía, sentía un universo de armonía donde los astros no chocaban entre sí. Y así nació su vocación: de mirar las estrellas como indagadora de misterios.
Y un día cogió un avión y aterrizó en Miami, como una migrante más. Sola, sin saber una palabra de inglés, con 300 dólares por todo capital, pero con el capital inmenso de su ambición, que en principio era tan simple como no morir de hambre. Y trabajó como criada para sobrevivir y pagar sus estudios. Y fue una brillante criada que estudiaba en la Universidad. Hasta ingresar en la NASA. Hasta ser una autoridad aeroespacial. Así lo ha contado usted, Diana. Como un cuento de hadas. El hada de carne y hueso que miraba a las estrellas y las quiso conquistar.