No le puedo saludar a usted, René Robert, adorado en el mundo del flamenco, porque nadie lo retrató como usted. No le puedo saludar porque falleció el pasado día 19 en una calle de París, aunque lo hemos sabido hoy. Pero sí saludo al símbolo de la falta de humanidad que usted representó con su muerte. Permítame decir que su última fotografía-denuncia es la que nunca podremos ver, pero es un retrato descarnado de esta sociedad. En primer lugar, de la sociedad de París que pasó a su lado. Y a continuación, me temo que de todas las grandes ciudades, porque su caso es el último, pero no el único.
Su última fotografía-denuncia es la que nunca podremos ver, pero es un retrato descarnado de esta sociedad
Y ni siquiera estoy seguro de que sea el último. Recojo lo que cuentan las crónicas: el fotógrafo René Robert estaba llegando a su casa. Por alguna razón se cayó al suelo. Seguro que alguien lo vio caer, pero no le ayudó a levantarse. Seguro que alguien le vio hacer algún movimiento de impotencia, pero nadie se acercó a echarle una mano. Y seguro que cientos de viandantes lo vieron, pero miraron a otro lado. Nueve horas tirado en una calle de París, René, nueve horas de reloj, y nadie, joven o viejo, culto o analfabeto, religioso o ateo, inmigrante o francés de cuna, civil o militar o incluso policía, se acercó a ver si respiraba.
Explica una crónica que la gente pensaba que era un vagabundo y claro, un vagabundo debe agonizar en la calle, dónde si no. Y fue un vagabundo, un sintecho, el que avisó a emergencias nueve horas después, para vergüenza de los monsieurs, madames y mademoiselles que pasaban por allí y veían un bulto en la acera. ¡Que digo un bulto! Veían un sintecho que probablemente dormía la mona. Nueve horas, y no sabemos cuántas de agonía viendo los zapatos de alto tacón y las zapatillas de ejecutivo y ninguno se detuvo. Y, si se detuvo, fue para coger impulso porque un mendigo huele mal, un mendigo te pide unos céntimos, y no pasa nada porque un mendigo se muera de enfermedad, de hambre o de frío, qué más da.
En la ciudad de París, que tantas canciones celebran como la ciudad del amor, un hombre estuvo nueve horas tirado en la calle, dice la autopsia que murió de frío. La gente no le miraba porque podía ser un pobre. En París no ha muerto el fotógrafo René Robert. Ha muerto el sentido de humanidad.