Me van a permitir saludar a las dos ciudadanas del mundo que, si hablasen castellano, se darían cuenta de la faena que supone ser hijas de quien son. Y es que son las hijas del presidente de la Federación Rusa, cuyo apellido –insisto, en castellano, y también en gallego y también en valenciano y catalán—no es el más adecuado para ser su hijo. La cosa empeora más todavía si se tiene en cuenta que su señora madre lleva también el apellido de su ilustre marido, solo que en femenino.
Se llaman ustedes, según las diversas fuentes consultadas, María y Ekaterina, de 37 y 35 años de edad. Y son dos personalidades respetadas, brillantes, ricas y bien casadas. Estar bien casada en Rusia es tener como marido a un oligarca, de esos que tienen yates kilométricos, haciendas fabulosas y algún contacto pecaminoso con el gas. No puedo entrar en muchos detalles, pero una de ustedes es una respetable matemática y física, que se gana bien su salario. La otra no se queda atrás y dirige un centro de Inteligencia Artificial en la Universidad de Moscú.
No sé cuál de las dos tuvo una buena casa en Biarritz, lo que da idea de su buen gusto, e ignoro si es la misma a la que Reuters calculó un patrimonio de 1.800 millones de dólares. Así que, muy señoras mías, desde la modesta España les envío un cariñoso saludo de afecto y de respeto. Estoy seguro de que su prestigio social y su apreciable sostén económico son fruto de la calidad de su trabajo y de su inteligencia. Lo contrario hubiera sido denunciado por corrupción, sin provocar el envenenamiento de nadie, ni político ni periodista. Pero son hijas de Putin, qué le vamos a hacer.
Y su madre, como he dicho, se apellida Putina, así es la ley. Son hijas de Putin y de la señora Putina. Y en Bruselas proponen que sean ustedes sancionadas, igual que son sancionados e intervenidos sus bienes otros rusos poderosos, sin necesidad de ser hijos de Putin, al menos reconocidos. No creo que la iniciativa prospere, porque no se debe sancionar a nadie simplemente por ser hijo de. Y un apellido puede ser muy gracioso, pero no es un delito. Si no hay otras razones perseguibles de oficio, aquí tienen, señoras, un modesto y lejano defensor.