Y buenas noches al señor presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, muy conocido por sus iniciales, AMLO. Mire que su país y el nuestro se han querido siempre. Mire que hemos compartido música, cine, artistas, escritores de relieve y hasta futbolistas y toreros. Mire que aquí hemos cantado y cantamos rancheras y hemos aprendido de memoria el “México lindo y querido”.
Y mire que su nación, presidente, acogió a exiliados del franquismo que hicieron allí su república en el exilio, pero contribuyeron al crecimiento mexicano. No todo el mundo siente esa hermandad, como es natural, y usted se alineó con los odiadores a España, con los que derriban estatuas de españoles y siguen dibujando a Hernán Cortés como un sanguinario conquistador, por no decir genocida. ¡Qué pena, López Obrador! ¡Qué pena por usted, quiero decir! No tiene mala pinta en las fotos.
Hasta se puede decir que es un ejemplo de transparencia porque hace una rueda de prensa diaria, que ya ignoro si es voluntad de comunicar o es exaltación de su ego. Pero le escuchamos en su penúltima intervención, lenta como todas, se compara una frase suya con la siguiente y a mí me sigue sin salir un comentario político, sino una colección de eruptos que, si usted no fuese presidente de la república, le llevarían a la consulta del psicólogo.
Es que dice que no rompe relaciones con España, pero asegura que el próximo gobierno deberá reanudar las relaciones. Es que resulta tan primario, que confunde el beneficio de una empresa con el robo a todo su país. Es que esas empresas crean riqueza y dan empleo y usted ve que toman México como “tierra de conquista y saqueo”. Es que solo eso demuestra un complejo de inferioridad que reclama tratamiento.
Es que nos ha salido una mezcla de independentista catalán y de general Franco, que toma del independentismo el “España nos roba” y toma de Franco la palabra contubernio. Y es que pide una “pausa” en las relaciones, lo cual debe ser algo así como la suspensión de convivencia en los amores de sangre azul.
Todo ello, como culminación de aquella carta que dirigió a Felipe VI exigiéndole que pida perdón a los pueblos indígenas y el prudente rey Felipe habrá lamentado no ser su padre para poder decirle “¿por qué no te callas?”