Buenas noches a don Emmanuel Macron, que probablemente no nos esté escuchando porque tiene muchas felicitaciones que responder. Es obvio que le escribo por lo que viene contando la radio desde la tarde de ayer: ha ganado usted el reenganche en la presidencia de la República Francesa y en el título de Copríncipe de Andorra. No se preocupe ni se alarmen los demás oyentes, porque no voy a hacer un análisis de sus votos.
Únicamente me quiero acercar al hombre; al hombre que hace seis años era un economista de calidad, un bancario bien colocado, un filósofo sin gran escuela, y por esas fechas un ministro técnico de Mitterrand. Un día se le ocurrió crear el movimiento político “La República en marcha”. Cuatro meses después dijo que ya no era socialista y dimitió como ministro.
Otros cuatro meses después anunció su candidatura a la presidencia de la República. Y otros cuatro meses más tarde, un año en total, y un día como hoy, ganó las elecciones con ese partido de su creación. Todo un récord, Macron. No hay, al menos no conozco, fenómenos políticos tan vertiginosos en democracia.
Llevo cinco años preguntándome qué siente una persona como usted después de esa exhibición de osadía, que con el patrimonio de su nombre y su capacidad de seducción supo llegar a la más alta magistratura. No me extrañaría que en el fondo de su alma usted se considere un superhombre; desde luego, superior a todos los que compiten con usted, amparados por siglas e ideologías de gran historia y gran implantación. Los ha barrido a todos y ayer los barrió por segunda vez. Si, como dicen sus adversarios, tiene brotes de soberbia y de prepotencia, créame que lo entiendo.
Y hoy, mucho más, porque habrá leído la prensa europea y habrá encontrado titulares como que “salva a Europa”. Usted, Emmanuel. Usted, no otro, es presentado como el salvador de la Unión y lo celebran todos los países. Se enfrentó a una crisis económica, a una pandemia, a la revuelta de los chalecos amarillos. Y pensará para sus adentros que, cuando la gente le vota, es porque lo hizo muy bien. En este momento de gloria, antes de que vuelvan a hablar las urnas de las legislativas, solo le puedo renovar el consejo del esclavo al César: recuerda que eres mortal.