Buenas noches, mascarilla. Buenas noches y casi adiós. Hoy el Consejo Interterritorial dio el visto bueno a que no seas obligatoria al aire libre. Mañana lo aprobará el Consejo de Ministros. Y el jueves, el adiós parcial. Tu crónica tiene un aire de despedida y, por tanto, de nostalgia. ¿Recuerdas cuando llegaste? Al principio no existías. No había forma de comprarte. Para conseguir una en el centro médico había que ser amigo de Fernando Simón o llevar una recomendación del ministro Illa.
Y ahora, ya ves: te venden en el supermercado, hay montañas a la entrada. En medio aprendimos a llamarte con nombres que recuerdan la denominación de una autopista: FP2. Los que usamos gafas aprendimos trucos para que no se empañasen los cristales, y ahora que ya se empañan menos por el sol de sequía que sufrimos, van y te quitan de la calle, que es donde más se empañaban.
Y ahora que cuando salimos de casa sin ti sentimos el mismo vacío que cuando hemos dejado el teléfono móvil, ahora resulta que no serás obligatoria. Los más optimistas dicen que vuelven las sonrisas, como si tú, mascarilla, nos impidieras sonreír. Los más críticos con el gobierno censuran que la semana pasada se haya aprobado el decreto que te hacía obligatoria, que hubo que camuflarte con la paga de los pensionistas para que nadie se opusiera, y ahora corrigen porque la foto de las calles inundadas de mascarillas ahuyenta a los turistas.
Y mi tesis es que se hace con esta urgencia, antes del domingo, para ganar votos en Castilla y León, que no se vota igual con el sacrificio de llevarte que con la alegría de empezar una nueva normalidad. Todo puede ser, mascarilla mía. Ahora empiezan las dudas de qué es una concentración y qué es una aglomeración. Habrá otra vez polémica el 8 de marzo, y volveremos al sentido común de no usarte al aire libre y usarte en los bares, y no al revés, como hicimos hasta ahora.
Y yo te tengo aquí, sobre la mesa. Creo que no voy a prescindir de ti. En parte, porque el peligro sigue y vendrá la Semana Santa y a lo peor vuelve con ella una nueva oleada, que las oleadas empiezan en las fiestas y los puentes. Y en parte, porque después de dos años te has convertido en lo que decía Unamuno de su mujer: mi costumbre.