Y buenas noches, mesa. Te digo así, mesa, porque hoy no hubo más que una: la mesa de diálogo entre el gobierno del Estado y el gobierno autónomo de Cataluña. Otros días hay otras también muy sonadas, como las del Congreso y del Senado, que estoy convencido de que hablan, porque recuerdo titulares que dicen así: “la mesa del Congreso rechaza una comparecencia de Sánchez”. O bien: “la Mesa del Senado dice que no ha lugar a una moción. Los jueces también comunican sentencias en una mesa, pero a nadie se le ocurre decir que dicha mesa absolvió o condenó a nadie. Es que las mesas son políticas. Locuaces, decisorias y, por tanto, muy humanas.
Hay otras de historia entretenida, como la que Suárez tenía en La Moncloa, que había sido de la reina Isabel II, y Suárez le contó a Juan María Bandrés que en ella Su Majestad aliviaba algunas de sus necesidades y pecados con algún jefe de los Ejércitos, que la señora tenía querencia militar. Y estos días tuvo mucho renombre la mesa de la paz de Vietnam, porque Iceta recordó en Alsina cuánto se había discutido su forma entre grandes mandatarios del mundo. Pero hoy la protagonista de la información de mesas eres tú, la del diálogo entre Cataluña y el Estado. Como pasó lo que pasó con los chicos de Puigdemont, te llaman coja. O desvencijada. O te atribuyen mal fario. Hasta de la vergüenza te llaman, como si tuvieras alguna culpa de lo que pasa sobre tu tablero.
Yo confieso que te he visto en las fotos y eres una cosa normalita, incluso vulgar si me apuras. Y tienes las cuatro patas, o sea que la cojera es de quien te quiso boicotear. Y escuchado lo que dijo el principal de tus ocupantes, vas a tener larguísima vida. Tanta vida como necesiten los señores Sánchez y Aragonés. Y te necesitan al menos dos años, que son los que al español le faltan para las elecciones y al español catalán le faltan para la cuestión de confianza. Creo que ese es el gran acuerdo que surgió del primer día de tu ocupación: durar. Durar todo lo que se pueda, para que se chinche Puigdemont. Estirar la duración, porque da protagonismo a los que sentados en torno a ti. Y durar, sobre todo, porque mientras haya mesa hay esperanza, y mientras se habla no se dice “apretéu”.