Buenas noches, José Miguel. Tengo que pedirte un favor: que me dejes tres minutos, dos minutos aunque sea, para un pequeño capricho. Es que no te imaginas a quién tengo que escribir: a los pájaros, José Miguel. Es que esta mañana leí que una ilustre divulgadora decía en El País que es un misterio por qué cantan los pájaros al amanecer y esos misterios son los que hay que estudiar, tanto como los de Putin y la OTAN, que no llegan a la categoría de misterios.
Y es que en Estados Unidos triunfó el más desquiciado negacionismo, que consiste en decir que los pájaros se han extinguido, y los que vemos son drones; drones puestos por el gobierno para espiarnos y se posan en los tendidos eléctricos para cargar sus baterías. Lo impresionante es que esa tesis demencial tuvo y tiene millones de seguidores, terrible indicio de pérdida de neuronas. Queridos pájaros: estos amaneceres os oigo poco porque hiela y seguro que tenéis frío. Dentro de cinco días es la Candelaria, cuando los pájaros os casáis. El día que os casáis los pájaros es el día de la gran fiesta de la naturaleza.
Ya he visto mirlas y mirlos muy hacendosos y dicharacheros que empiezan a hacer sus casas y se quejan de la escasez de material porque no llueve, no tienen barro de argamasa y lo tienen que pedir a China. He visto gorriones que ya empiezan a ser, como los veía García Lorca, la chiquillería del cielo.
Todavía no fornican desaforadamente como ellos hacen, pero se hacen arrumacos. Y en el sol de esta sequía escuché algún ruiseñor despistado y alguna alondra migrante y desorientada porque no encuentra campos de cereal. Doy fe de que existís los pájaros, señor notario. Venid a verlos a mi parque, negacionistas conspiranoicos. Y en cuanto al misterio de vuestro canto al amanecer, cantáis porque sabéis cantar y, como decía Cela, habéis nacido ya aprendidos. Y como le dijo Carlos de Hita a Juan Cruz, lleváis cantando más millones de años que los humanos llevamos en la tierra.
Y porque cantar es vuestra forma de hablar. Y porque es vuestra forma de saludar el día, como el gallo madrugador. Y el placer de madrugar es el placer de escucharos. Y yo no me atreverá a hablar de España vacía mientras oiga en un pueblo abandonado el canto del jilguero y el ruiseñor.