Malas noches, sequía.
Escuché las cuentas de Roberto Brasero: 48 días de invierno y desaparecieron las lluvias; cuarenta días faltan para la primavera, y podemos llegar a ella sin lluvias. Miré las fotos que retratan la vida, y pueblos un día anegados por pantanos son hoy, Flavio, ay dolor, casas fantasmagóricas que el agua represada respetó y se han convertido en atracción turística.
Me fui más lejos, y en Internet hay una foto de la hambruna causada por la sequía en el Cuerno de África. Muestra un rebaño de vacas escuálidas, porque los campos solo producen polvo. Las vacas de las fotos electorales de Castilla y León, detrás de algún candidato. Las vacas de las macrogranjas que en esos países ni siquiera son granjas. Todo por ti, sequía.
Ahora, antes de ponerme a escribirte, miré al cielo, a lo poco que deja ver la contaminación lumínica de la ciudad, y no hay una nube que tape las estrellas. Y mañana, según los pronósticos, veré un cielo azul, que siempre sería señal de buen tiempo, pero ahora es señal de desgracia.
Sigo escuchando a Brasero y caerán cuatro gotas el jueves y el viernes en la parte norte del país, pero solo el jueves y el viernes. Y los campos están sedientos, sequía. Y los campesinos tienen miedo. Las autoridades, que no se atreven a pronunciar tu nombre por alguna superstición, empiezan a situarse en prealerta. Y yo, que soy de tierra de lluvias y nublados y panzas de burra, siento la necesidad del agua como si se me secara la piel. No me atrevo a pedir que se hagan rogativas, porque esas cosas ya no se llevan y los hombres y mujeres del tiempo no creen en los milagros, solo creen en las isobaras.
Dentro de nada aparecerán los ministros a decir que esto es un fenómeno cíclico, que España está en el sitio del mapa donde triunfan los extremos: las inundaciones, seguidas por la seca; los campos anegados, ahora sedientos; los ríos desbordados, ahora rellenados en Cataluña por desaladoras; el tren de borrascas, seguido por el anticiclón. Y la versión política: el señor Casado, soñando con el cambio de ciclo, y el único cambio de ciclo resulta que vas a ser tú, temida sequía, la que siempre vuelve, la que demuestra que la historia se repite y espero que nadie tenga que volver a llamarte pertinaz.