Madrid |
Desconozco su nombre, señor, y bien que lo siento. Sé de usted que debe ser de la comarca de Melide, provincia de A Coruña, porque por allí ocurrió el episodio.
Cuando se acercaron a usted los guardias, les dijo una pequeña mentira, la mínima que se puede decir a un guardia en estas fechas, cuando te pillan fuera de casa: que había ido a hacer unas compras, pero que ya volvía, que estaba allí al lado.
Los agentes le escoltaron, más que nada para comprobar, que la Guardia Civil lo comprueba todo, y "allí al lado" era a diez kilómetros de distancia. Más otros diez de ida, veinte kilómetros por lo menos. Y usted, 82 años y pedaleando. Y por lo visto, hace ese recorrido todos los domingos.
Es mi héroe, desconocido señor. Pero es, como digo, un pequeño símbolo de este tiempo. Si alguien lo hubiera visto dándole a la bici hace un mes, haríamos noticia de usted: "un abuelo gallego de 82 años recorre cada domingo decenas de kilómetros en bicicleta".
Las televisiones mandarían cámaras a entrevistarle mientras culmina su hazaña por la carretera provincial AC-840. Para alguna publicación sería un modelo de cómo mantenerse en forma. Pero, como dice mi amigo Juan Baño, el virus lo jodió todo. Lo que era de premio ahora es de denuncia. El héroe del deporte solitario por los caminos de mi tierra es ahora un villano que viola las normas de confinamiento.
Nada es lo que era, porque así lo manda la autoridad y las órdenes tienen de todo, menos matices. No se sale, y no se sale y no hay más que discutir. A dónde va usted, voy a comprar, pues vuélvase a casa, que no tiene edad para andar por ahí que hay virus sueltos por las lomas, como el Fendetestas de "El Bosque animado".
Hagan una excepción, señores mandos de la Guardia Civil: no cursen esa denuncia. No multen a quien ayer merecía un premio. Ese hombre salió a respirar. Si estuviera en un hospital, quizá no tendría respirador.