Lo que es el destino, Alteza: usted se casó con Luis Gómez-Acebo por amor. Y por ese amor renunció a sus derechos dinásticos. Desobedeció a su padre, que la quería casar con el Balduino de Bélgica. Y ese mismo destino quiso que Luis falleciera de cáncer, el mismo que acabó con su vida esta tarde.
He buscado los calificativos que la prensa le dedicó a lo largo de su vida. Boris Izaguirre la vio como una de nuestras mejores diplomáticas. Se destacó su carácter fuerte, su energía y, como su hermano Juan Carlos, su campechanía.
Nos hemos saludado en el Rastrillo Nuevo Futuro, su gran obra benéfica y puedo confirmar que usted era, efectivamente, así. Derrochaba vitalidad hasta que la enfermedad le frenó.
Y deja atrás una existencia donde hubo de todo: la felicidad, la viudedad doliente y, antes, la vida de una familia exiliada que pasó por Roma, por Cannes, por Lausana y por Estoril. La palabra exilio la conocen también su hermano, el rey Juan Carlos, y su hermana doña Margarita, que hoy ven agrandada su soledad. La despido con afecto, Infanta. Fue crítica con la clase política y le reprochó que se ocupaban de sí mismos y no de España.
Reveló el estado de ánimo de Felipe VI ante Cataluña: “Lo está pasando muy mal. Me da pena por el tiempo tan difícil que le ha tocado vivir”. Censuró algunos programas de corazón: “Desnudan a la gente en público hablando de cosas que no conoce nadie”. Fue la gran defensora de la reina Letizia, “mejor y más lista que Diana de Gales”.
Y ya al final de sus días hizo este ejercicio de libertad: “Me pregunten lo que me pregunten, contesto lo que me da la gana. Con 83 años no me corto un pelo”. Nunca se cortó un pelo, doña Pilar. Yo le rindo homenaje como mujer, como madre y por qué no decirlo: como cronista de la Casa Real.