OPINIÓN EN LA BRÚJULA

La carta de Ónega a la jueza Cristina Menéndez: "Creo en jueces como usted"

Y buenas noches, jueza Cristina Menéndez, señoría. Seguro que es la primera vez que le llaman señoría en la radio. Esta mañana ocurrieron cosas extraordinarias en la Escuela Judicial de Barcelona. Ocurrió, en primer lugar, que no habían dejado acudir al rey, y todavía no sabemos por qué.

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Ocurrió que, según usted, muchos compañeros no fueron a la entrega de despachos porque estaban desencantados por eso. Ocurrió que un vocal del Poder Judicial dijo “¡Viva el Rey!” y sonó, Dios mío, como ungrito subversivo.

Tan subversivo, que el ministro Campo piensa que se pasó tres montañas. Y ocurrió, sobre todo, que por primera vez habló el número uno –en este caso la número uno—de la promoción y esa número uno era usted.

Vista desde mi edad, una cría de 27 años, pero una señora juez. Hija de periodista tenía que ser, si me permite la broma corporativa. Si su preparación había quedado demostrada, su voz sonó como una feliz mezcla de denuncia, de compromiso, de inconformismo, de reivindicación, de libertad, de sometimiento a la ley.

Voz de Justicia, Cristina Menéndez, jueza de 27 años, recién salida del horno de la Escuela Judicial. Como es usted de Zaragoza, habría que llamarle Cristina de Aragón. Denunció el abrumador silencio de las instituciones ante el veto a Felipe VI.

Dictó su primera sentencia, la voz joven, pero firme, contra quienes quieren utilizan el Poder Judicial como moneda de cambio para sus juegos políticos. Le faltó decir, seguramente: sacad vuestras manos de las aguas limpias, de la rectitud y el rigor que requiere la Justicia.

Animó a sus compañeros a mantenerse lejos de los intentos de control y de los repartos, a ver si la escuchan los partidos y sus ambiciones. Y tenía escrito algo que no es original, pero está en la esencia de su oficio, que es el mandato de ser independientes, imparciales, sometidos al imperio de la ley.

Es antiguo decir eso, Cristina, pero es lo eterno. Es lo que hace respetar a los jueces. Es lo que hace creer en el Estado de Derecho. Es lo que hace acatar las sentencias. Lo diré de la forma más llana posible, señoría: daba gusto oírle. Emocionaba oírle. Lo diré de la forma más solemne: en esa Justicia creo. Creo en jueces como usted.